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– Ése es el todoterreno de Zeke-afirmó.

– ¿Es negro?

– Azul oscuro, pero, con este tiempo, cualquier vehículo oscuro parece negro.

– Muy bien. ¿Y ahora qué?

– Tenemos que esperar.

Gracie ya se lo había imaginado. De eso se trataba cuando se vigilaba a una persona, pero pensarlo y hacerlo eran dos cosas muy diferentes. No solo la ponía nerviosa Riley, sino que le resultaba muy difícil quedarse inmóvil. No hacía más que removerse en el asiento, estirar las piernas y calarse la gorra.

– ¿Te vas a quedar quieta alguna vez? -quiso saber Riley, sin apartar la mirada de la casa.

– Es que no me puedo poner cómoda. Siempre dice todo el mundo que soy muy inquieta, pero no comprendo cómo la gente se puede quedar inmóvil como una piedra. No es natural…

– Ahí está -dijo Riley, interrumpiéndola.

Efectivamente, Zeke salía apresuradamente de la casa y se metía en el todoterreno. Instintivamente, Gracie se hundió en el asiento y se ocultó el rostro.

– Dudo que pueda verte con esta lluvia -comentó Riley muy secamente.

– Quiero estar segura. No hables tan alto.

– Te estás tomando todo esto muy seriamente -observó él con una sonrisa.

Arrancó el coche y esperó hasta que Zeke se puso en marcha para avanzar detrás de él.

– ¿Adónde crees que va? -preguntó Gracie, poniéndose un poco más cómoda-. ¿Qué crees que está haciendo? Si no está viéndose con otra mujer, las posibilidades son interminables.

– Por favor, no me las digas.

– No iba a hacerlo.

– Contigo nunca se sabe.

Aquellas palabras irritaron a Gracie.

– Perdona, pero tú no me conoces en absoluto. Las impresiones que tienes de mis actos vienen de cuando yo apenas tenía catorce años y de lo que leíste en una serie de estúpidos artículos. Hasta ayer, no habías tenido ninguna conversación conmigo ni habías pasado ni un sólo momento en mi presencia.

– Hablamos cuando te tiraste delante de mi coche y me suplicaste que te matara si me iba a casar con Pam.

Gracie sintió que el rubor le abrasaba las mejillas y agradeció la oscuridad que los rodeaba.

– Eso no fue una conversación. Yo hablé. Tú te metiste en el coche y te marchaste en la dirección opuesta,

– Tienes razón. Entonces ¿me estás diciendo que debería darte una oportunidad?

– Estoy diciendo que no deberías juzgarme o asumir nada hasta que me hayas podido conocer mejor -afirmó ella. De repente, se dio cuenta de que tal vez Riley no quisiera conocerla mejor-. Se dirige a la autopista,

– Ya lo veo.

Riley aceleró y se mantuvo cerca del todoterreno de Zeke. Cuando por fin estuvieron en la autopista, redujo un poco la velocidad. Desgraciadamente, otro todoterreno se colocó delante de ellos e impidió que pudieran ver claramente a Zeke.

– Hay tantos todoterrenos… -dijo ella mirando por su ventanilla.

Efectivamente, estaban rodeados de todoterrenos.

– Ten su número de matricula a mano -le pidió Riley-. Lo vamos a necesitar si nos quedamos separados durante mucho tiempo.

– Aquí lo tengo -comentó Grade, sacando el papel-. Tal vez deberíamos haber comprado uno de esos dispositivos de seguimiento. Así, sólo tendríamos que seguir un punto rojo para saber donde está… ¿Qué? -exclamó al sentir la mirada de Riley sobre ella-. Lo he visto en las películas. No es que yo tenga uno y lo vaya a utilizar con alguien de quién no sospeche nada.

– Contigo nunca se puede estar seguro.

– A eso me refería con lo de no juzgarme. Yo acabo de hacer una sugerencia razonable y tú te has lanzado a mi yugular.

– ¿Poner un dispositivo ilegal en el coche de otra persona te parece razonable?

– ¿De verdad crees que es ilegal?

– Si no estuviera lloviendo tanto y yo no tuviera que fijarme tanto en la carretera, me golpearía la cabeza contra el volante.

– ¿Por qué? -preguntó Gracie. Estaba realmente desconcertada-. ¿Que he hecho?

Riley realizó una especie de gemido que Gracie no creyó haber oído nunca antes.

– ¿Estás casada? -quiso saber é1-. ¿Tengo que preocupame de que se me presente un tipo y trate de darme una paliza?

– No estoy casada, aunque me gustaría señalar que cualquier hombre con el que yo me casara comprendería perfectamente la necesidad de ayudar a mi hermana -replicó ella con una cierta indignación. ¿Y tú?

– No. Pam me curó de desear algo a largo plazo. Desde ella, mis relaciones han sido estrictamente superficiales.

A Gracie le habría gustado hacer más preguntas, pero vio algo.

– ¿Es ése el coche de Zeke? Mira. Ese todoterreno oscuro sale de la autopista -anunció. Se fijó atentamente y vio que el desvío llevaba a Santa Bárbara-. ¿Qué es lo que puede estar haciendo aquí?

– No podemos estar seguros de que se trate de él. Yo no llego a leer el número cíe matrícula, ¿Y tú?

– Tampoco. Tendrías que acercarte un poco más.

Riley lo intentó, pero tuvo dificultades, para realizar la maniobra. Cuando consiguieron tomar el desvío, vieron que el otro vehículo giraba a la izquierda.

– ¡Vamos, vamos, vamos! -gritó Gracie.

– Ya voy.

Siguieron al todoterreno a través de una zona residencial y observaron que se detenía delante de una casa de dos plantas.

Gracie no podía creerlo. ¿Qué estaba Zeke haciendo allí?

La puerta principal de la casa se abrió y salió un niño corriendo.

– Oh, Dios mí… No es que esté teniendo una aventura, sino que tiene otra familia al completo.

Cuando el conductor del otro todoterreno descendió del coche, Gracie se relajó. Se trataba de una mujer que se agachó inmediatamente para tomar al niño en brazos.

– Bueno, supongo que eso significa que lo hemos perdido -concluyó muy aliviada.

– ¿Tú crees? -comentó Riley, mientras daba la vuelta y regresaba por el mismo camino que les había llevado allí-. Debería haber dejado que condujeras tú. Tú eres la profesional.

Gracie levantó las cejas y lo miró. Riley tuvo el descaro de sonreír.

– Es cierto -reiteró-. Bueno, son las siete y media y yo aún no he cenado. ¿Quieres que vayamos a tomar algo antes de regresar?

Nada podría haber sorprendido más a Gracie.

– ¿Quieres decir que vayamos a cenar? -preguntó, tratando de no parecer demasiado sorprendida por la invitación.

– Normalmente es la comida que toma todo el mundo a estas horas, pero si prefieres otra cosa, veré cómo puedo complacerte,

El estómago de Gracie se contrajo y, por una vez, no tuvo nada que ver con el ácido. Cinco de cada siete noches solía tomar una ensalada de atún.

– Yo… Sí, buena idea -dijo tranquilamente.

Le habría gustado abrir la ventana y ponerse a gritar, pero se conformó con dedicarle a Riley una sonrisa. Iba a ir a cenar con Riley. Eso sí que era un buen modo de terminar el día,

Riley eligió un restaurante cerca del mar que, a pesar de la lluvia, Gracie encontró demasiado romántico. Mientras los acompañaban a una mesa al lado de la ventana, tuvo que recordarse que no se trataba de una cita y que Riley no estaba interesado en ella de aquella manera.

Como mucho, tal vez eran amigos. Conocidos a los que unía un objetivo común, descubrir lo que Zeke estaba haciendo a horas intempestivas.

– Una pensaría que simplemente se lo preguntaría -dijo ella cuando estuvo sentada.

– ¿Cómo dices? -preguntó Riley tras sentarse también.

– ¿Qué? Oh, lo siento. Estaba pensando en voz alta. Sólo se trata de mi hermana y del problema que tiene con Zeke. ¿Por qué no se limita a preguntarle qué es lo que está haciendo? Ella dice que es porque no lo quiere saber, pero, ¿no es mejor saber que no saber? Yo preferiría saberlo. Al menos, así sabe una a lo que se enfrenta. ¿No crees?