– Creo que me he perdido…
– No importa -replicó Gracie. Tomó el menú, pero, en vez de leerlo, se puso a mirar por la ventana.
La lluvia golpeaba con fuerza los cristales. Más abajo, se veía cómo las olas golpeaban con fuerza la playa.
– Qué noche tan fabulosa…
– ¿De verdad?
– Sí. Me encantan las tormentas. Yo vivo en Los Ángeles, donde casi no llueve. Por eso, cuando hay un fenómeno meteorológico emocionante me gusta disfrutarlo.
– Esto no es nada -afirmó Riley-. Yo he estado en una plataforma petrolífera durante un tifón. Eso sí que es emocionante
Aquella afirmación, hizo que Gracie quisiera hacerle mil preguntas, como dónde había estado o qué era lo que había estado haciendo durante todos aquellos años, pero prefirió no hacerlo.
– Yo creía que evacuaban las plataformas cuando el tiempo era demasiado malo.
– Eso se supone. Yo trabajaba para una pequeña empresa privada. Todos los que trabajábamos allí estábamos un poco locos.
– ¿Tú también?
– Especialmente yo.
El camarero se les acercó y les preguntó qué iban a tomar.
– ¿Te apetece vino? -preguntó Riley.
– Claro. Elige tú.
Gracie examinó el menú y escogió un salmón a la plancha con ensalada. Riley pidió también un plato de pescado y la sorprendió con un Shiraz australiano.
– Pensé que te ibas a poner muy elegante e ibas a pedir vino francés.
– Me gustan los vinos australianos. Y los españoles.
– Por aquí hay algunas bodegas muy buenas.
Estaba a punto de sugerir que podrían ir a catar vinos a las bodegas en alguna ocasión, pero se detuvo antes de hacerlo. Se recordó que estaba hablando con Riley. No se trataba de una cena con una persona que le gustara. Resultaba… peligroso,
– Bueno -dijo él, reclinándose en la silla-, ¿cómo empezaste con lo de los pasteles de boda?
– La necesidad de transporte -comentó ella, con una sonrisa-. Yo tenía dieciséis años y quería tener un coche. Mis tíos insistieron en que yo contribuyera pagándome la gasolina y el seguro, por lo que tuve que conseguirme un trabajo. Cerca de la casa había una pastelería y me contrataron allí. Fue a finales de mayo y estaban preparando pasteles de boda como locos. Fue un bautismo de fuego, pero resultó que yo tenía un verdadero talento para hacer y diseñar pasteles. En vez de ir a la universidad, me metí de aprendiz con un maestro pastelero y luego fui por libre. Además, he hecho algunos cursos sobre cómo dirigir un negocio. En estos momentos me encuentro en la incómoda situación de que tengo tanto trabajo que tengo que rechazar pedidos, pero no estoy segura de que tuviera suficiente para poder contratar a otra persona.
– Tal vez podrías arreglártelas contratándola sólo a tiempo parcial.
– Podría ser.
Estaban prácticamente a solas en el restaurante. Este detalle, junto con la tormenta y la luz de las velas daban a la sala un ambiente muy romántico. Gracie deseaba apoyar la barbilla sobre las manos y perderse en la mirada de Riley mientras él hablaba, tal y como había visto en las películas. La luz le sentaba muy bien y resaltaba las sombras de su rostro y enfatizaba la fuerza de su mandíbula. Sin embargo, la magia iba mucho más allá.
En el pasado, Gracie lo había amado desde la distancia, pero, en realidad, jamás lo había conocido. No habían hablado nunca. Sus sentimientos se habían basado en fantasías, no en el hombre que él era. Después de tanto tiempo, resultaba agradable saber que le gustaba la persona que había en el interior.
El camarero les llevó el vino y una cesta de pan.
– ¿Por qué ha hecho eso? -preguntó ella, cuando el camarero se marchó después de abrir la botella.
– ¿Abrir el vino? Alguien tiene que hacerlo. Se puede romper el cuello de la botella, pero no creo que resulte muy agradable -bromeó.
Gracie hizo un gesto de desesperación con lo ojos. El color azul cambió hasta convertirse en el de una bahía en verano.
Riley se quedó atónito. ¿Una bahía en verano? ¿De dónde diablos había salido aquel pensamiento? Era Gracie. La mujer que le había aterrorizado.
No la encontraba atractiva, aunque efectivamente estuviera muy guapa con aquella camiseta negra tan ceñida. No era para él. La lista de razones era interminable.
– No me refería al vino, sirvo a eso. A la muerte -contestó ella señalando el pan.
– ¿El pan es muerte?
– Técnicamente no, pero, ¿sabes lo que un par de rebanadas le hacen a las caderas y a los muslos de una mujer? Ahí es donde se acumula el pan. Hay una ruta directa desde el estómago hasta los tejidos adiposos, donde las células hambrientas se devoran el pan y se ponen redondas y gordas.
– Me estás asustando…
– Tú eres un hombre -dijo ella lamiéndose los labios-. No comprendes nada de esto. Tú metabolismo seguramente te permite comerte una panadería entera sin engordar ni un gramo.
Tal vez fuera un hombre, pero… si Gracie se volvía a lamer los labios de aquella manera iba a tener que olvidarse del listado de razones.
– Bueno, por una vez…
Observó cómo Gracie tomaba un trozo de pan y se lo metía en la boca. Ella cerró los ojos y se relajo tanto que a Riley le pareció que lanzaba un gemido.
– Delicioso…
– ¿Qué más no comes?
– Principalmente pan. Ah, y chocolate. Puedo prescindir de la mayoría de la comida basura. Jill y yo hemos almorzado hoy en un restaurante mexicano y tomé patatas fritas, pero podría pasarme meses sin probarlas. Sin embargo, el pan…
Se dispuso a tomar otro, mordisco. Él tuvo que apartar la mirada porque observarla resultaba demasiado erótico.
– ¿Y tus pasteles? -preguntó Riley, esforzándose por mantener la atención fijada en las ventanas.
– No los pruebo nunca. Antes solía probarlos constantemente, pero eso me supuso cinco kilos de más. No obstante, cuando perfeccioné mi receta secreta, ya no tuve que seguir haciéndolo. Algunas veces, los rellenos me suponen algún problema, pero hago todo lo posible por ser fuerte. ¿Y tú?
– Yo no hago pasteles -dijo él. Volvió a mirarla y sintió un profundo alivio al ver que ella ya se había terminado el pan.
– ¡Qué gracioso! Me refería a tu vida. ¿Cómo pasaste de una plataforma petrolífera a presentarte para alcalde de esta ciudad?
– ¿No te lo ha dicho Jill?
– No A pesar de ser mi mejor amiga, jamás traicionaría a un cliente.
– Me presento a alcalde para cumplir con las condiciones del testamento de mi tío.
– Eso no tiene sentido -afirmo ella tomando la copa de vino-. ¿Su última voluntad fue que tú fueras alcalde?
– Algo así. Me lo dejó todo. El banco, la casa, las fincas… Con la condición de que demostrara que me había convertido en un hombre respetable. El modo de hacerlo es presentarme a alcalde y ganar las elecciones
– Y yo que creía que mi familia era retorcida. Sin embargo, estamos hablando de mucho dinero ¿no? Es decir, si no, no lo estarías haciendo.
– Sin contar el banco, el patrimonio tiene un valor de noventa y siete millones de dólares.
Gracie aún estaba tomándose el vino cuando Riley realizó esta revelación. La sorpresa que le produjeron sus palabras fue tal que no pudo evitar atragantarse.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó él medio levantándose del asiento.
– Sí, sí… -musitó ella. Volvió a toser. Alcanzó el agua y tomó un sorbo-. ¿Has dicho noventa y siete millones de dólares?
– Sí. De dólares norteamericanos. Yo también los utilizo.
– Es una cantidad de dinero increíble. Yo adoro a mi tío, pero lo único que me dejó fue una pequeña casa de tres dormitorios en Torrance.
– Pero sin condiciones.
– Eso es cierto, pero por una cantidad de dinero así, yo sería capaz de cualquier cosa. Vaya… Serás el alcalde más rico de Los Lobos. Supongo que sólo querrás estar una legislatura, ¿no? ¿Qué harás después?