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Cerró el programa en el que estaba trabajando y accedió a la base de datos. Después de escribir el nombre de Diane, comprobó los préstamos que ella tenía. Había uno sobre una casa. Sólo debía unos pocos miles de dólares. Aunque el banco cerrará, ella no se vería afectada. Entonces, ¿por qué se había disgustado tanto?

Quince minutos más tarde, alguien llamó a la puerta. Riley frunció el ceño. No podía ser Diane. Ella ya no llamaba.

– Entre.

La puerta se abrió y Gracie se asomó.

– Soy yo.

– Ya lo veo

– Tengo buenas y malas noticias. ¿Cuáles quieres primero?

– ¿Por qué no entras y me das las dos?

Gracie entró y cerró la puerta. Se acercó al escritorio y colocó una pequeña caja rosada encima. Entonces, sonrió.

– Te he hecho un pastel -dijo con un cierto rubor cubriéndole el rostro.

Llevaba el cabello suelto y un vestido de verano que enfatizaba sus curvas y que la hacía muy atractiva.

– Anoche no podía dormir después de trabajar en los adornos, por lo que decidí hornear un pastel. Está relleno de chocolate y por encima…

Gracie siguió hablando, explicándole que no había estado muy segura de qué diseño hacerle, pero Riley no podía prestarle atención. Por supuesto, su madre le había hecho pasteles para su cumpleaños, pero nada más. Desde entonces… Bueno, él no era la clase de hombre para el que las mujeres preparaban pasteles.

– ¿No vas a abrirlo para ver cómo es? -le preguntó ella con impaciencia

– Claro.

Abrió la caja y vio que el pastel estaba decorado con una mofeta muy sonriente. No pudo evitar esbozar una sonrisa.

– Vaya, estoy muy impresionado.

– Bien. A los chicos no os van las flores y no sé qué haces en tu tiempo libre, ni nada. Pensé que lo de la mofeta sería divertido. ¿Quieres probarla?

Mientras se lo preguntaba, se sentó en el sillón de cuero que había junto al escritorio y se metió la mano en el enorme bolso que llevaba. Sacó un cuchillo de aspecto muy fiero y unos platos de cartón.

– No me puedo creer que lleves un cuchillo en el bolso

– Claro que sí. Nunca sé cuándo voy a tener que probar una un pastel, al menos, yo no lo sé. Lo siento -añadió, tras rebuscar un poco más en el bolso-. No tengo tenedores.

– Me las arreglaré ¿Quieres un poco?

– Probaré un poco si te preocupa que te vaya a envenenar o algo así, pero si no, declino tu oferta. Anoche ya me tomé un montón de pan.

– Sólo tomaste un trozo.

– No has visto el tamaño de mis muslos.

De repente, Riley pensó que le gustaría. Y mucho. Tal vez el resto de su cuerpo… Era un territorio muy peligroso. Era mejor concentrarse en comer el pastel.

Se sirvió un trozo y notó que Gracie lo observaba ansiosamente, mientras daba un bocado. El pastel era suave y jugoso, con una agradable textura y un sabor que no era capaz de identificar. El relleno de chocolate era delicioso.

– Es excelente -admitió-. El mejor pastel que he probado nunca.

– Gracias -respondió ella, visiblemente relajada-. He trabajado muy duro para perfeccionar mi receta secreta, pero, de vez cuando, me gusta probarla en una persona neutral.

– ¿Crees que yo te diría la verdad si no me gustara tu pastel?

– ¿Y por qué te iba a preocupar herir mis sentimientos? Con nuestro pasado…

– Tienes razón -afirmó él, antes de tomar otro trozo-. Bueno, si el pastel eran las buenas noticias, ¿cuáles son las malas?

– Alexis -contestó Gracie-. Me llamó esta mañana para decirme que Zeke se había olvidado su maletín en casa, por lo que ella decidió ir a su despacho para dárselo. Entonces vio a Zeke teniendo lo que parecía una relación muy personal con… Prepárate.

– Lo estoy.

– Pam.

– ¿Pam, mi ex?

– La misma. ¿La has visto desde que has regresado a la ciudad?

– Sí, la he visto pero no he pasado tiempo con ella. ¿Te preocupa? -le preguntó con una sonrisa.

– Por supuesto que no. De eso hace ya catorce años. Tú puedes ver a quien te apetezca. No me molesta en absoluto.

Riley dudaba que, efectivamente, Gracie tuviera un interés personal en su vida privada. Sin embargo, la noche anterior en el coche los dos parecían haber estado muy interesados en que él la besara.

– El hecho de que Zeke se esté acostando con Pam no beneficia a nadie -dijo él-. Y mucho menos a Zeke.

– ¿Significa eso que vamos a volver a vigilarlo?

– Sí, pero esta vez nos vamos a centrar en Pam.

– Al menos, no va a estar lloviendo.

– Será más fácil seguirla, pero también más fácil que ella nos vea.

– ¿Otra vez a las seis y media?

– De acuerdo.

– Estaré lista -dijo Gracie, poniéndose de pie. Incluso me llevaré la cámara.

– No creo que sea una buena idea.

– Necesitamos pruebas.

– ¿No puedes conseguir una cámara más pequeña y digital?

– No estoy muy al día en la tecnología -cogió el cuchillo y lo limpió con una servilleta que se sacó del bolso. Después de guardarlo, se dirigió hacia la puerta.

– Hasta luego.

Y se marchó con un ligero movimiento de dedos, dejando a Riley con la sensación de haber sido visitado por una verdadera fuerza de la naturaleza. Segundos después, alguien volvió a llamar a la puerta. Por el modo de llamar, dedujo que era su secretaria.

– ¿Sí, Diane?

– Su reunión de la una en punto, señor.

– Esté pastel está delicioso -dijo, señalándoselo-. Deberías probarlo.

– No, gracias -replicó ella, levantando ligerala barbilla.

– Gracie me lo ha hecho. Gracie siente simpatía por mí.

La expresión de Diane se llenó de furia.

– Eso es parque no lo conoce, señor.

– Hay demasiados detalles -dijo la madre de Gracie, mientras colocaba las carpetas encima de la mesa- Vivian, cielo, vamos a tener que decidirnos sobre algunas cosas. Tenemos que tener elegido el menú para finales de semana.

Gracie estaba sentada en el sofá. Tomó una carpeta que estaba señalada como "Lista de Invitados" y la abrió.

– ¿Dónde vais a celebrarla? -preguntó.

– En el club de campo -respondió Vivian con una sonrisa-. Voy a tener una boda al aire libre, con montones de flores e invitados.

Gracie realizó un rápido cálculo mental, multiplicando el número de invitados con el coste de cada cubierto

– Vaya, las cosas deben de ir muy bien en la ferretería -murmuró, más para sí que para nadie más.

Su madre la oyó y le dedicó una mirada que Gracie no supo si significaba que no debían hablar de tales cosas o que su madre apreciaba su preocupación

– ¿A qué hora es la boda? -quiso saber Gracie.

– A las cuatro -contestó Alexis, que acababa de entrar con una bandeja con refrescos y galletas.

– Yo una vez trabajé en una boda en la que en vez de una comida formal, lo hicieron estilo cóctel Los camareros circulaban constantemente con bandejas y además, había varias mesas con más cosas para picar. La familia de la novia se ahorró mucho dinero.

– ¿Los cócteles no resultan también muy caros? -preguntó su madre.

– Pueden serlo, pero son más baratos que una comida. Además, la gente tiene más oportunidades de charlar con todo el mundo, lo que agradecen porque así no tienen que pasarse un par de horas con las mismas seis personas. Además, no se tienen que decorar las mesas ni las sillas.

Vivian entornó la mirada.

– Gracias por convertir mi boda en un saldo, Gracie. ¿Sabes? Otro modo en el que podríamos ahorrar dinero es hacer que todo el mundo se llevara un bocadillo. ¿No sería esto magnífico?

– Lo siento -dijo Gracie muy tensa-. Sólo estaba tratando de ayudar.

– Sí, bueno, pues no lo hagas. Faltan menos de cinco semanas para la boda y no pienso cambiar nada. Quiero una cena formal y elegante en la que todo el mundo esté sentado. Una orquesta y mucha música.