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– A mí me parece que no estaría mal ahorrar algo de dinero -comentó Alexis, mirando con simpatía a Gracie.

– ¿Y por qué iba a tener que hacerlo? Zeke y tú os fugasteis y Gracie no se va a casar nunca. ¿Por que no se iban a gastar nuestros padres todo el dinero en mí?

– Eres una niña mimada -observó Alexis encogiéndose de hombros.

– Lo que tú digas -replicó Vivían

– Mira, me voy a pagar mi vestido de novia. ¿No es eso suficiente?

– Está bien -dijo su madre-. Agradezco mucho tu ayuda. Hablemos ahora de los vestidos. El tuyo ya está listo, ¿verdad?

– Sí. Tengo la primera prueba la semana que viene. ¡Es tan hermoso! -le dijo a Gracie-. Sin tirantes, con encaje y la cintura baja. Los vestidos de las damas de honor son parecidos. Más sencillos pero muy elegantes. Son negros con un reborde blanco. Me muero de ganas de que lo veas.

Vivian parecía haberse olvidado de lo ocurrido hacía cuarenta segundos, pero Gracie no. Las duras palabras aún le dolían. Tal vez el problema era que no sabía cuál era su papel allí. A pesar de ser la que más experiencia tenía con bodas, era la que sobraba. Si su presencia era un simple gesto de cortesía, debería aprender a mantener la boca cerrada. A pesar de todo, quería protestar por la afirmación que Vivian había hecho sobre que ella no se casaría. Sólo tenía veintiocho años y eso no significaba que el amor estuviera fuera de su vida para siempre. Efectivamente, no había nadie especial, pero eso podía cambiar.

– El vestido de Alexis tiene un echarpe a juego monísimo.

Aquel detalle fue la puñalada final.

– Es importante que la dama de honor principal resalte un poco -dijo Gracie, tras tomar un sorbo de su refresco.

– Exactamente -afirmó Vivian con una sonrisa

Alexis dijo algo sobre las flores, su madre sacó otra carpeta más y Gracie hizo todo lo posible por comportarse con normalidad.

No le importaba que Vivian le hubiera pedido a Alexis que estuviera a su lado. Las dos habían crecido juntas y era normal que estuvieran más unidas. Su mente le decía que, ténicamente era un miembro de aquella familia, ella sentía que no lo era en otros sentidos. Había estado catorce años allí. Las cosas habían cambiado mucho. Ella misma había cambiado. Aquél no era su mundo. A pesar de todo, le dolía mucho sentirse excluída.

– Pareces tener todo bajo control -dijo Gracie cuando finalizaron de hablar de las flores, y las mesas-. Yo me voy a marchar. Tengo que ponerme a trabajar.

– ¿Cuándo me vas a hacer algunos dibujos del pastel de boda? -le preguntó Vivían-. Lo quiero enorme. Realmente grande y espectacular con cada centímetro decorado.

Acababa de describir un pastel que no sólo costaría miles de dólares, sino que se tardaría semanas en terminar. Por supuesto, a Vivían no le preocupaba nada de eso.

– Te prepararé algo muy pronto -prometió.

– Te acompañaré a la puerta -dijo Alexis, levantándose también. La acompañó hasta, la puerta-. ¿Y bien? ¿Vais a tratar de descubrir lo que está pasando entre Zeke y Pamela?

– Sí. Riley y yo vamos a salir esta noche para ver qué ocurre.

– No la perdáis a ella cómo perdisteis a Zeke.

– Gracias por el consejo. A mí jamás se me habría ocurrido.

Salió de la casa y se dirigió al coche. Se sentía incómoda, como si algo le hubiera causado mal sabor de boca. La casa en la que había vivido tiempo atrás era tal y como la recordaba pero todo lo demás era diferente. Los cambios la entristecían profundamente.

Riley aparcó frente a la casa de Gracie y descubrió que ella ya lo estaba esperando. Efectivamente, aquella noche estaba completamente despejada, con gran cantidad de estrellas y una luna enorme para proporcionar luz.

Al verlo, Gracie saludó con la mano y se dirigió hacia el coche. Riley la observó atentamente notó que había algo diferente en ella. Algo que no lograba descifrar. No era la ropa, que era oscura como la de la noche anterior, ni el cabello, que llevaba recogido. Portaba su cámara.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Riley en cuanto abrió la puerta.

– Hola -respondió ella con una sonrisa bastante forzada.

– Te he hecho una pregunta.

– ¿Cómo? ¡Ah! ¿Te referías a qué me pasa a mí? Nada -dijo encogiéndose de hombros-. Estoy bien.

– ¿Estás segura? -insistió Riley.

– No quiero hablar al respecto -admitió ella por fin-. ¿Te sirve con eso?

– Por supuesto.

Riley arrancó el coche.

– Pasaremos por casa de Pam para ver si ella está allí. Si está, esperaremos para ver si sale. ¿Te parece bien?

– Sí. Alexis me ha recordado que no perdamos a Pam esta vez. Buen consejo, ¿no te parece?

Riley notó algo en su voz. Era un tono furioso, pero también triste. Prefirió no preguntar.

Quince minutos más tarde llegaron a la calle en que vivía Pam.

– Está en casa -dijo Riley, señalando las luces la ventana y el coche.

– ¿Sabes por qué está aquí? -le preguntó Gracie

– Vive aquí.

– No me refería a por qué está en Los Lobos. Habría dicho que hubiera preferido marcharse a gran ciudad.

– No tengo ni idea ni me importa.

Pam era pasado para él. Ella le había mentido para casarse con él y, tan pronto como Riley había descubierto la verdad, se había marchado

– Ni siquiera sé por qué me pidieron que asistiera a la reunión -comentó Gracie, sin dejar de mirar la casa-. Evidentemente, mis opiniones no cuentan para nada. No lo entiendo. Mi madre no puede estar ganando tanto dinero en la ferretería. Estoy segura de que la casa es suya, pero… Vivian se comporta como si el dinero no tuviera importancia.

– ¿De qué estás hablando exactamente?

– De nada. De mi hermana pequeña. Se va a casar dentro de unas pocas semanas. Por eso he vuelto. Me dijeron que querían mi ayuda, pero no es así. Vivian quiere que le haga el pastel de boda. Uno muy grande y muy decorado. Por supuesto que no me importa hacérselo, pero no tiene ni idea de lo qué me está pidiendo. Estamos hablando de cientos de horas. Además, lo de las damas de honor… Veo que quiere que Alexis esté a su lado, pero no yo.

El dolor que Gracie sentía pareció tomar una existencia tangible, dentro del coche.

– No te preocupes -dijo él sin saber por qué.

Cuando Gracie se giró para mirarlo, él vio que tenía las mejillas cubiertas de lágrimas. En aquellos momentos parecía tan frágil…

– Eso es lo que me digo constantemente, pero ahora sé que es mentira. Ya ni siquiera soy parte de la familia. Tengo que aceptarlo. No es culpa mía. Si no formo parte de nada, es porque mi madre me mandó fuera. Yo no quise marcharme.

– ¿Adónde te hizo marcharte?

– Después de aquel verano. Cuando tú descubriste que Pam no estaba embarazada, te marchaste, pero no fuiste el único. A mí también me hicieron marcharme.

– Ah, ya me acuerdo. Con unos parientes. A Iowa, ¿no?

– Sí, con mi tía -afirmó Gracie. Las comisuras de la boca se le curvaron de un modo que, durante un momento de locura, Riley quiso acercarse a ella y besárselas-. Me hicieron marcharme para que no te estropeara la boda, pero después no regresé a casa. Mi madre dijo que yo tenía problemas tal vez porque mi padre murió cuando yo cumplí doce años y tú te mudaste a la casa de al lado y me obsesioné contigo. Me dijo que no me podía quedar en Los Lobos, incluso después de que te hubieras marchado. La gente no me dejaría olvidar lo que había ocurrido y yo me merecía empezar de cero. Por eso me envió a vivir con mis tíos en Torrance. Yo no quería marcharme -añadió, parpadeando-. Me pareció que se me estaba castigando permanentemente. Sé que lo que te hice no estuvo bien. Estuve en tratamiento psicológico durante un tiempo. Mi psicóloga me ayudó a poner las cosas en perspectiva, pero, después de eso mi madre me dijo que no podía regresar. Por eso, decidí no volver más. Ahora que me han pedido que regrese pensé que lo hacían porque me echaban de menos, pero es sólo para trabajar en la boda. Es como perder a mi familia una vez más.