– ¿Acaso te preocupa tu reputación?
– Bastante. Te recuerdo que estamos en Los Lobos y que yo soy yo y tú eres tú. Bueno, ya sabes a qué me refiero. Si la gente se enterara de que estás aquí…
– Hablarían.
– Así es. Y no creo que te apetezca a ti mucho más de lo que me apetece a mí. Tienes que ganar unas elecciones.
– ¿Me estás echando?
Le gustaba tenerlo en su cocina. Resultaba tan guapo y masculino… Cada vez que lo miraba, sentía un pequeño temblor en el vientre, lo que sólo podía significar que, si aún se sentía atraída por él, estaría metida en un buen lío. Sin embargo, no era así.
No obstante, cuando él se levantó y le pidió que lo acompañara a la puerta, Gracie no pudo evitar sentir un cierto nerviosismo por todo el cuerpo. Lo siguió y se fijó inmediatamente en el estupendo trasero del que Jill le había hablado.
– No tenemos ni una sola respuesta -dijo él cuando llegaron a la puerta-. Ni sobre Zeke, ni sobre Pam ni sobre la persona que ha tomarlo la fotografía.
Mientras hablaba, la miraba atentamente a los ojos con una intensidad que hizo que Gracie tragara saliva. A pesar de todo, le resultaba imposible apartar la mirada. Era como una pequeña criatura atrapada por un depredador, aunque le daba la sensación de que su destino iba a ser mucho más excitante que el de un ratón de campo.
– ¿Has sido siempre así de guapa? -le preguntó Riley, mientras le acariciaba suavemente la mejilla-. ¿No eras entonces muy delgaducha y llevabas aparatos en los dientes?
– Sí. Pasé por una etapa de patito feo. Duró seis largos y dolorosos años.
Los dedos de Riley resultaban muy cálidos y suaves contra la piel. Los latidos del corazón se aceleraron en el pecho.
– Tú me mirabas… Recuerdo esos grandes ojos azules siguiéndome a todas partes. Entonces me dabas mucho miedo.
– Lo siento mucho.
– Acepto tus disculpas -murmuró él, antes de bajar la cabeza y besarla.
Una parte del cerebro de Gracie se negaba a aceptar que aquello estaba ocurriendo. Era imposible que Riley estuviera en su casa, besándola. Sin embargo, estaba sintiendo el suave roce de sus labios y las deliciosas sensaciones que éstos le producían. Notó que él le apartaba la mano de la mejilla para abrazarla y estrecharla contra su cuerpo.
Se habían abrazado antes en el coche cuando Gracie había perdido el control y él se había mostrado tan comprensivo. Sin embargo, aquel abrazo era diferente. Estaban cuerpo contra cuerpo, con los senos aplastados contra el torso, los muslos rozándose… Gracie deseó que el beso durara toda una eternidad.
Riley pareció leerle el pensamiento, porque siguió besándola como si no tuviera intención de apartarse jamás de ella. Un agradable calor brotó dentro de ella y se extendió por cada célula de su ser. Aspiró el aroma de Riley, sintió la textura de la tela de la camisa y los fuertes músculos que se tensaban debajo.
Cuando él comenzó a estimularle el labio inferior con la lengua, Gracie empezó a creer que aquello era el destino. Enseguida, le resultó imposible seguir pensando.
Riley actuaba con la seguridad de un hombre acostumbrado a hacer gozar a una mujer. Sabía a café y a azúcar. Mientras le exploraba la boca, le acariciaba la espalda de tal modo que a Gracie le hubiera gustado arquear la espalda y ronronear.
Una mano se deslizó hasta encima del trasero, cubriéndolo y apretándolo ligeramente. En aquel momento, Gracie deseó mucho más que un beso. El deseo se apoderó de ella…
Justo en aquel momento, Riley decidió que había llegado el momento de romper el beso.
– Vaya…
A Gracie le gustó que pareciera que le faltaba el aliento, como si a él también le hubiera sorprendido tanta pasión.
– Tú no estás en mi plan -dijo él, apartándole un mechón de la frente antes de besársela suavemente.
– ¿Tienes un plan?
– Siempre.
– ¿Vas a decirme de qué se trata?
– ¿Vas a decirme tú cuál es el secreto de tus pasteles?
– No. ¿Y cómo te estorbo yo?
– No podemos hacer esto, Gracie -confesó él-. Yo tengo mis reglas y una de ellas dice que la mujer en cuestión se olvida muy fácilmente. Los dos sabemos que tú no eres así.
– ¿Te estás refiriendo a lo que yo hacía con catorce años? ¿No habíamos quedado en olvidarnos de todo eso?
– Esto no tiene nada que ver con tu pasado. Buenas noches.
Riley abrió la puerta y se marchó. Gracie permaneció allí algunos minutos, repasando la conversación y el beso. Entonces cerró la puerta y regresó al salón.
La lucha que tuvo Gracie entre pensar en el beso y en tratar de no pensar en él la mantuvo despierta casi toda la noche. Lo mejor fue que así pudo completar todos los adornos que necesitaba, aunque este punto se veía superado con creces por el beso. Éste había sido mucho mejor de lo que había imaginado tantos años atrás. Lo peor era que estaba agotada cuándo amaneció.
Se puso la bata y salió para ir a recoger el periódico. Afortunadamente, no empezó a hojearlo hasta que no estuvo en el interior de la casa.
El grito que lanzó fue involuntario, con una mezcla de ira e incredulidad. ¡Aquello no podía estar ocurriendo! Imposible. Era injusto, pero estaba allí, en blanco y negro.
La portada del Los Lobos Daily News mostraba una foto algo granulosa de Riley y ella en el aparcamiento del motel caminando de la mano. Los dos parecían estar muy sorprendidos, lo que se debía al flash y no al hecho de haber sido sorprendidos. Sin embargo, nadie podría saberlo.
El titular era casi tan malo como la fotografía. Candidato a alcalde sorprendido en su nidito de amor. Peor aún era que habían vuelto a imprimir Las crónicas de Gracie, lo escrito hacía catorce años, en la página diecinueve.
– ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? -gritó Gracie, golpeando la pared con el periódico.
No tenía respuestas, lo que sólo conseguía frustrarla aún más Como dormir resultaba ya imposible se duchó y se vistió para prepararse para el nuevo día.
Eran poco más de las siete. ¿A qué hora se levantaría Riley? Como no sabía su número, lo mejor era que fuera directamente a su casa. Quería halar con él antes de que se marchara al banco.
Justo en aquel momento, su teléfono móvil empezó a sonar.
– ¿Sí?
– Soy Riley. ¿Te he despertado?
– No. Aún no he podido dormir.
– ¿Has visto el periódico?
– No me lo puedo creer -gimió Gracie, tomando asiento en un taburete de la cocina-. Es horrible. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Quién hay detrás de todo esto?
– Tenemos una larga lista de sospechosos. Todo el mundo desde el alcalde hasta Pam
– Efectivamente.
– Pam podría tener algo que ver, dado que ella nos condujo al motel pero, ¿por qué iba a hacerlo?
– No lo sé. Tal vez lleva todos estos años odiándome en secreto. Y a Yardley no ha podido gustarle que yo me presente. Por supuesto, después de esto todo podría cambiar.
– ¿Estás diciendo que el alcalde podría haber convencido a Pam para ir a aquel motel, apagar las luces y hacer que un fotógrafo nos sacara juntos, eso siempre suponiendo que la hubiéramos seguido hasta allí, que hubiéramos salido del coche y que estuviéramos precisamente en el sitio justo para una foto así?
– Tienes razón. Todo suena bastante improbable -admitió Riley con una carcajada.
– Por supuesto, sin eso no nos quedan muchas teorías -dijo Gracie-. No me puedo creer que esto haya ocurrido -añadió, mirando una vez más la fotografía-. Estoy implicada en un escándalo sexual. ¿Sabes lo que me va a decir mi madre al respecto?
– Dudo que eso sea el peor de tus problemas. ¿Has leído la descripción que hacen de mí?