– Yo tampoco. Supongo que no es lo que de verdad debería utilizar para mi trabajo como espía. Me dejaste allí sola, hermanita. ¿A qué vino eso?
– Lo siento, No podía correr el riesgo de que me pillaran allí.
– ¿Y yo sí? ¿Tienes idea de lo que Riley pensó cuando me encontró allí, acechando debajo de su ventana?
– Nada que no haya pensado en más de un millón de ocasiones con anterioridad.
Aquel comentario dolió mucho a Gracie.
– Me gustaría que todo el mundo recordara que, desde entonces, he crecido… Bueno, no importa. Tengo la información que querías.
– ¿Qué quieres decir?
– Le he preguntado a Riley sobre Zeke.
– ¿Cómo? ¡No!
Alexis pisó el freno con fuerza. Por suerte, Gracie se había puesto el cinturón de seguridad, pero tuvo que apoyarlas manos con fuerza contra el salpicadero.
– Le he hablado del problema y él tiene respuestas. ¿A qué viene esta reacción?
– Porque es algo íntimo. No quería que nadie lo supiera. Es una cosa familiar y se supone que ha de ser un secreto, aunque, en realidad, jamás debí esperar que tú comprendieras algo así.
Gracie se quedó atónita. No sabía si su hermana se refería a lo de familiar o a lo de secreto. De hecho, no estaba segura de que le importara.
– Tú me metiste en esto -le recordó-. Yo fui a esa casa para ayudarte.
– Lo sé… Lo siento, es que… Bueno, ¿qué te dijo?
– Que, por lo que él sabe, Zeke te ama y te adora, pero esta noche no ha estado trabajando con él en la campaña.
– ¿Algo más?
Gracie dudó. En aquel momento, Alexis detuvo el coche delante de la casa de los Landon y apagó el motor.
– ¿Qué? -preguntó.
– Riley va a hablar con Zeke para preguntarle lo que está haciendo.
Alexis apoyó la cabeza sobre el volante y lanzó un gemido.
– Dime que no es cierto.
– Claro que lo es. A mí no me parece tan mala idea. Tú no estás dispuesta a hablar con tu marido y alguien tiene que averiguar la verdad. Cuando sepas que no está teniendo una aventura, te sentirás mejor. Si fueras tú la que te decidieras a hablar con él…
Alexis abrió la puerta del coche.
– No lo comprendes. Pero no es tan sencillo. No estoy segura de querer saber la verdad de lo que está haciendo. Si efectivamente está teniendo una aventura… No quiero dejarlo, pero lo haré.
En aquellos momentos, Gracie no quería tener aquella conversación ni ninguna otra. Sólo llevaba en casa un par de días y aquello era demasiado.
– ¿Por qué no esperas a descubrir la verdad? -le preguntó.
– Tienes razón. Lo haré. ¿Es que no vas a entrar? -quiso saber Alexis, señalando la casa.
En aquel momento a Gracie le hubiera gustado escaparse a su casita de alquiler, pero asintió y salió del coche. Entraría, saludaría a todo el mundo y se marcharía. Podría racionalizar su decisión diciendo que tenía que deshacer la maleta, pero la verdad era que quería irse porque necesitaba distancia. Demasiados asuntos familiares demasiado rápidamente.
Las dos hermanas se dirigieron juntas a la casa. Mientras Alexis abría la puerta, a Gracie le pareció escuchar gritos desde el interior.
– Eso no puede ser nada bueno -dijo.
– A mí me parece que es Vivian -afirmó Alexis-. Espero que no haya vuelto a cancelar la boda.
– ¿Cómo dices?
Antes de que Gracie pudiera presionar a su hermana mayor para que le diera detalles al respecto, Alexis entró en la casa. A Gracie no le quedó más remedio que seguirla.
Vivian estaba en medio del salón, con el rostro lleno de lágrimas y el rimel corrido por todo el rostro. Su madre estaba sentada en el sofá, con varias revistas de novias sobre la mesa. Cuando vio a Gracie y a Alexis, Vivian sorbió por la nariz.
– Odio a Tom -dijo con voz desafiante-. Es egoísta y malvado. No me voy a casar can él.
– Por supuesto que te vas a casar con él -dijo Alexis con voz tranquilizadora-. Acabas de tener una discusión con él, ¿no? Dime de qué se trata.
– De la despedida de soltero -susurró Vivian entre sollozos. Dijo que yo no podía ir, pero, si no estoy allí, ¿cómo voy a saber lo que está haciendo? No me importa que vean películas, que beban y todo lo demás, pero no quiero que tenga bailarinas de striptease.
– ¿Y él sí quiere?
– Me dijo… me dijo que no dependía de mí -respondió Vivian entre hipos-. Me dijo… me dijo que, hasta que estuviéramos casados, él no tenía que hacer lo que yo le dijera.
Gracie quería estar en cualquier lugar menas allí. No sabía si simplemente podía excusarse y marcharse rápidamente y fingir que tenía que utilizar el baño urgentemente. Se quedó atónita cuando expresó su opinión.
– ¿Le has dicho que el hecho de que tú quieras estar en la despedida de soltero no tiene nada que ver con el hecho de decirle lo que tiene que hacer y sí mucho con empezar vuestro matrimonio en un estado de amor y confianza? Yo jamás he comprendido la necesidad de los hombres, ni le las mujeres, por celebrar una fiesta en la que podrían ocurrir muchas cosas que, potencialmente, podrían destruir la relación que se está tratando de celebrar con una boda.
Todas se volvieron para mirarla. Alexis sacudió la cabeza, como si estuviera tratando de desanimar a una niña no demasiado lista. Su madre se levantó y abrazó a Vivian, que había empezado de nuevo a llorar.
– Supongo que la respuesta es no -murmuró Gracie.
Cada vez se sentía más fuera de lugar.
– Todo saldrá bien hija mía -le dijo su madre a Vivian-. Tom y tú hablaréis por la mañana y todo volverá a ser como antes.
– Supongo… supongo que sí. Yo sólo quiero que me quiera…
– Por supuesto que sí. Todo va a salir bien…
Gracie señaló la puerta.
– Yo os dejo a vosotras para que os ocupéis. Yo me marcho.
– Buena idea -dijo su madre.
Gracie trató de no sentirse como si hubiera empeorado la situación. Se marchó a su casa de alquiler y, con un sentimiento de alivio, se dejó acoger por su tranquila oscuridad. Los interruptores de la luz se ocuparon de destruir la penumbra. Con sólo mirar la cocina, Gracie recuperó el buen humor.
Cazuelas, hornos, libros de cocina… Aquél era su mundo. Su casa en Torrance, sus pedidos, su perfecta cocina con tres hornos enormes y orientación al sur. Era un mundo que comprendía, un mundo en el que era simplemente Gracie. No era la hija ni la hermana de nadie. Allí no cometía errores. No se sentía fuera de lugar.
¿Había sido un error regresar a casa? La decisión había sido tomada y ya no podía dar marcha atrás.
– Sólo serán unas pocas semanas -se recordó. Entonces, podría alejarse de todo aquello sin mirar atrás.
Capítulo 3
Gracie entró en el restaurante mexicano de Bill a las doce en punto del mediodía para descubrir que su amiga Jill ya había llegada.
– Siempre llegas antes de la hora -le dijo Gracie, al acercarse a la mesa en la que su amiga estaba sentada.
Jill se puso de pie y la abrazó.
– Lo sé. Es una enfermedad. Creó que necesito un programa de rehabilitación.
Gracie se apartó de su amiga y la miró de arriba a abajo.
– Estás fabulosa. ¿Crees que reconoceré al diseñador de ese traje que llevas puesto?
Jill meneó las caderas y se dio la vuelta muy lentamente para mostrarle la camisa y los pantalones de raya diplomática que llevaba puestos antes de volver a tomar asiento.
– Armani. Aún me sigo poniendo mi ropa de abogada de la gran ciudad. Tina, mi ayudante, no hace más que decirme que me visto demasiado elegantemente para Los Lobos, pero, si no me lo pongo aquí, ¿dónde me lo voy a poner?
Gracie se sentó y tocó suavemente la manga de la blusa de seda de su amiga.
– Supongo que no para limpiar los cuartos de baño.
– Exactamente. Me alegro tanto de verte… Hace mucho tiempo. ¿Cuánto? ¿Cinco meses?