Fue el turno de Fawn de decir «Oh», sin entender. Le miró.
—¿Te pasó…?
—Una vez. Cuando era muy joven. —Sus labios temblaron—. Tendría unos veinte. No es algo que la gente deje que le pase dos veces. Nos cuidamos mutuamente, intentamos que la primera lección no mate a nadie.
¿Un par de días? Creo que yo tuve un par de minutos… Sacudió la cabeza, sin saber si creer su historia. O si la entendía.
—Bueno; aquello, lo que Sunny dijo entonces, no fue lo que me puso tan furiosa. Quizá él tampoco lo sabía. Incluso quedarme embarazada no me puso furiosa, sólo me asusté. De modo que fui a ver a Sunny, porque me pareció que tenía derecho a saberlo. Además, pensé que le gustaba, o incluso que me quería.
Dag empezó a decir algo, pero se detuvo ante la última frase, pareció sobresaltarse, y le indicó con un gesto que siguiera.
—Esto ha tenido que pasarles a otras granjeras. ¿Qué hace tu gente normalmente en estos casos?
Fawn se encogió de hombros.
—Normalmente, la gente se casa. Con prisas. Las familias se reúnen y ponen buena cara, y la vida sigue. Quiero decir, si nadie estaba ya casado. Si él está casado, o ella, entonces supongo que todo se pone peor. Pero no pensé… quiero decir, me había preparado para una cosa, imaginé que podría prepararme para la otra.
»Pero cuando se lo dije a Sunny… no fue como había esperado. No pensé que fuera a estar encantado, pero esperaba que asumiera su parte. Después de todo, yo tenía que hacerlo. Pero —respiró hondo— parece que él tenía otros planes. Sus padres le habían prometido con la hija de un hombre cuyas tierras lindaban con las suyas. ¿He dicho que la familia de Sunny tiene una granja muy grande? Y es el único hijo, y ella era hija única, y lo tenían arreglado desde hacía años. Y yo dije que por qué no me lo había dicho antes, y él dijo que todos lo sabían y que por qué tenía que decírmelo, si yo me ofrecía gratis, y yo dije bueno, pero ahora viene este bebé, y todo se sabría, y nuestros padres nos harían juntarnos de todos modos, y él dijo que no, que el suyo no, que yo no tenía dote, y que haría que tres de sus amigos dijeran que también lo habían hecho conmigo esa noche, y que él se libraría —terminó atropelladamente, con la cara ardiendo. Echó un vistazo a Dag, que estaba sentado mirando hacia el camino con expresión curiosamente vacía pero con los dientes mordiendo el labio inferior—. Y entonces decidí que me daba igual si estaba embarazada de gemelos, que no tomaría a Sunny por marido ni por una apuesta —alzó la barbilla, desafiante.
—¡Bien! —dijo Dag, sobresaltándola. Le miró.
—Me había estado preguntando qué pensar de Sunny el Estúpido —añadió él—, durante toda esta historia. Ahora pienso que habría que hacer un tambor con su piel. Nunca he curtido piel humana, la verdad, pero no debe ser muy difícil. —La miró parpadeando jovialmente.
A ella se le escapó una risa espontánea.
—¡Gracias!
—Espera, ¡aún no lo he hecho!
—No, quiero decir, gracias por decirlo —había sido una oferta en broma. ¿Verdad? Recordó los cuerpos que dejó tendidos ayer y de pronto no estuvo tan segura. Andalagos, después de todo—. No lo hagas de verdad.
—Alguien debería —se frotó la barbilla, en la que empezaba a crecer la barba y que seguramente le picaba, y se preguntó si afeitarse era otra de las cosas que no podía hacer con una mano, o si su navaja estaba en el fondo de sus perdidas alforjas junto con su peine.
—Para nosotros es diferente —siguió—. Para empezar, no podemos mentir sobre estas cosas. Se muestran en tu esencia. Lo cual no quiere decir que mi gente no se busque problemas e infelicidad de otras maneras —dudó—. Puedo entender por qué su familia elegiría creer esa mentira, pero ¿lo hubiera hecho la tuya? ¿Por eso escapaste?
Ella apretó los labios, pero se encogió de hombros.
—Probablemente no. No fue exactamente así. Pero yo hubiera quedado… rebajada. Para siempre. Siempre sería la que… la que fue tan estúpida. Y si me empequeñecía aún más a sus ojos, temía que desaparecería del todo. Supongo que esto no tendrá ningún sentido para ti.
—Bueno —dijo él, despacio—. No. O quizá sí, ampliando el concepto de tener un bebé al de simplemente estar vivo. Me recuerda a cierto patrullero no tan joven que una vez movió el mundo para poder volver a patrullar, aunque había un montón de tareas para una sola mano que necesitaban hacerse en los campamentos. Sus motivos tampoco eran demasiado sensatos.
—Hum —ella le miró de reojo—. Imaginé que podría apañármelas con un bebé, si tenía que hacerlo. Lo que parecía imposible era apañármelas con Sunny el Estúpido y con mi familia.
En el mismo tono distante en que había preguntado sobre Sunny y la violación, él preguntó:
—¿Tu familia fue, hum… cruel contigo?
Le miró un momento algo confusa, intentando imaginar qué se estaría imaginando él. ¿Azotainas con látigos? ¿Que la hubieran encerrado a pan y agua? La noción parecía tan injusta para sus pobres y atareados padres y la querida tía Nattie como lo que Sunny había amenazado decir de ella. Se incorporó, indignada y dolida.
—¡No! —Tras un momento de reflexión, convirtió su negativa en un—: Bueno, mis hermanos pueden ser una plaga. Cuando recuerdan mi existencia, claro. —Se había hecho justicia, pero esto le devolvió a la deprimente idea de que había algo malo en ella. Bueno, quizá lo había.
—Los hermanos pueden serlo —admitió él. Y añadió cautamente—: ¿Y ahora ya podrías volver a casa? Ahora que ya no hay un —su gesto indicó bebé, pero su boca consiguió cambiarlo— un obstáculo.
—Supongo que sí —dijo ella apagadamente.
Él frunció el ceño.
—Espera. ¿Dejaste algún mensaje, o desapareciste sin más?
—Desaparecí, más o menos. Quiero decir que no escribí una nota, ni nada. Pero me imaginé que verían que me había llevado algunas cosas. Si miraban bien.
—¿No estarán frenéticos? Pensarán que puedes estar herida. O muerta. O raptada por bandidos. O quién sabe qué; ahogada, atrapada en una trampa. ¿No confesará el Estú… Sunny, y ayudará en la búsqueda?
La nariz de Fawn se arrugó, dubitativa.
—No es lo que había imaginado —al menos no respecto a Sunny. Aliviada ahora del pánico de su embarazo, imaginó de nuevo la escena que probablemente habría dejado atrás en West Blue, y tragó saliva con aire culpable.
—Tienen que estar buscándote, Chispa. Yo desde luego lo haría, si fuera tu… —mordió la última palabra, fuera la que fuese, abruptamente. Y luego además la masticó y la tragó, como inseguro de su sabor.
Ella dijo, incómoda:
—No lo sé. Quizá, si volviera ahora, Sunny el Estúpido pensará que le mentí. Para atraparle. Por su estúpida granja.
—¿Te importa lo que él piense? ¿Comparado con lo que piense tu familia?
Ella encorvó los hombros.
—Me hubiera importado, una vez. Me parecía… me parecía espléndido. Guapo… —en retrospectiva, la cara de Sunny era redonda y sosa, y sus ojos demasiado aburridos—. Alto… —de hecho era bajo, decidió. Era tan alto como sus hermanos, eso era verdad. Que quizá llegarían a la barbilla de Dag—. Tenía un buen caballo —bueno, eso le pareció, hasta que vio las bestias de largas patas que montaban los patrulleros. Sunny había presumido de caballo, haciéndole hacer cabriolas y trenzados, dando a entender que era un animal inquieto que sólo un experto podría montar. Los patrulleros montaban con tan tranquila eficiencia que ni siquiera te dabas cuenta de cómo lo hacían—. Sabes, es raro. Cuanto más me alejo de él, más parece… encogerse.