Fawn pensó que se había dejado un montón de detalles importantes. Le correspondía hablar sólo de uno:
—Bluefield —corrigió—. Mi nombre es Fawn Bluefield.
Dag la miró por encima del hombro, alzando las cejas.
—Ah, bien.
Fawn intentó despejar los ceños de los granjeros diciendo:
—¿Es ésta su granja?
—Sí —dijo el hombre.
—Me alegro de que pudieran volver. ¿Están todos bien?
Una mirada de agradecimiento en medio de la adversidad apareció en las caras de todos los hombres.
—Sí —dijo de nuevo el portavoz, soltando el aliento—. Demos gracias, esas… esas cosas no mataron a ninguno de los nuestros.
—Por poco —murmuró un hombre de pelo castaño, que parecía primo o hermano del hombre robusto.
Un hombre más joven de brillante pelo cobrizo y pecas se deslizó hacia la izquierda de Dag, mirando su manga vacía. Dag fingió no reparar en la mirada, pero Fawn creyó notar que sus hombros se tensaban un poco. El hombre soltó de golpe:
—Hey, no serás ese tipo, Dag, al que los otros patrulleros están buscando, ¿verdad? Dijeron que no se te podía confundir con otro: un trago largo de hombre, con el pelo corto, ojos brillantes y dorados, y sin mano izquierda —asintió, seguro, examinando al hombre del porche.
La voz de Dag sonó repentinamente confiada y ansiosa.
—¿Han visto a mi patrulla? ¿Dónde están? ¿Están bien? Esperaba que me encontraran antes.
El pelirrojo puso cara rara y dijo:
—Están desperdigados entre Glassforge y ese gran agujero en las colinas que esos locos intentaban que excaváramos, supongo. Buscándote. Cuando no volviste a Glassforge por la mañana, esa terrible vieja dama se puso como si temiera que estuvieras muerto en una zanja por algún lado. Cuatro patrulleros diferentes me dieron tu descripción antes de que saliéramos de la ciudad.
Las comisuras de Dag se alzaron ante la acertada descripción de quien Fawn imaginó que era la jefa de su patrulla, Mari. El muchacho y el flaco barbagrís a caballo, en cuanto repusieron los tablones de la cerca, se acercaron al grupo para mirar y escuchar.
El hombre robusto aferró más fuerte el mango de su tridente, aunque no como amenaza.
—Los otros patrulleros dijeron que debías haber matado al dañiespectro. Dijeron que por eso todos los monstruos, hombres de barro los llaman, escaparon ayer por la noche.
—Más o menos —dijo Dag—. Un gesto de su mano rechazó —o evitó— dar detalles. Hacen bien en viajar con precauciones. Todavía podría haber bandidos por ahí, de eso se tendrá que ocupar la gente de Glassforge. Los hombres de barro que se escaparan de mi patrulla o la de Chato correrán por los bosques, enloquecidos, durante algún tiempo, hasta que mueran. Maté a dos ayer, pero que yo sepa al menos cuatro se escaparon. No les atacarán ahora, pero todavía son peligrosos si se les sorprende o acorrala, como cualquier animal salvaje enfermo. La guarida de la malicia del dañiespectro estaba en las colinas, a menos de ocho millas al este de aquí. Tuvieron suerte de escapar de sus atenciones hasta ahora.
—Vosotros dos parece que no escapasteis de sus atenciones —dijo el hombre robusto, frunciendo el ceño ante sus visibles moratones y arañazos. Se volvió hacia el muchacho—, Oye, Tad, ve a por tu madre —el muchacho asintió seriamente y trotó camino abajo hacia los bosques.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó Dag a su vez.
Esto desató una avalancha de narrativa cada vez más enérgica, con los hombres interrumpiéndose entre sí con corroboraciones o discusiones. Unos veinte, o quizá treinta, hombres de barro habían irrumpido desde los bosques hacía cuatro días, aterrorizando y maltratando a los granjeros, y luego llevándoselos a marchas forzadas unas veinte millas al sudeste, hacia las colinas. Los hombres de barro habían mantenido a la gente bajo control por el simple procedimiento de acarrear a los tres niños más jóvenes y amenazar con aplastarles la cabeza contra un árbol si alguien resistía, un detalle que hizo que Fawn contuviera el aliento y que Dag pareciera más inexpresivo que nunca. Llegaron por fin a un rudimentario campamento que ya albergaba a un par de docenas de prisioneros, la mayoría víctimas de los bandidos; algunos llevaban semanas allí. Los hombres de barro, supervisados incómodamente por algunos bandidos humanos, parecían decididos a hacer que sus nuevos esclavos excavaran un misterioso agujero en el suelo.
—No entiendo lo del agujero —dijo el hombre robusto, el hijo mayor del barbagrís y al parecer el jefe de la gente de la granja, cuya familia se llamaba Horseford. El flaco abuelo parecía gruñón y senil, rasgos que parecían previos al ataque de la malicia, pensó Fawn, a juzgar por la manera familiar y amable con que todos trataban sus quejas.
—La malicia, el dañiespectro, estaba probablemente empezando a cavar una mina —dijo Dag, pensativo—. Estaba creciendo rápido.
—Sí, pero el agujero no valía para mina —interpuso el pelirrojo, Sassa. Resultó ser cuñado de la familia, que había ido aquel día a ayudar a acarrear troncos. Parecía menos afectado que el resto, probablemente porque su mujer y su bebé estaban a salvo en Glassforge y se habían ahorrado la horrible aventura—. No tenían suficientes herramientas, para empezar, hasta que los hombres de barro trajeron las que robaron de aquí. Tenían a la gente cavando con las manos y acarreando la tierra en bolsas hechas con sus ropas. Era un desastre.
—Al principio sí, hasta que el dañiespectro cogiera a alguien que supiera hacerlo bien —dijo Dag—. Más tarde, cuando sea seguro, deberían llevar a algunos mineros a ver el sitio. Debe haber algo de valor ahí abajo; la malicia no se hubiera equivocado en eso. En esta zona, imagino que sería hierro o una veta de carbón, quizá con una forja planeada para luego, pero podría ser cualquier cosa.
—Me pregunté si no estarían desenterrando otro dañiespectro —dijo Sassa—. Dicen que se supone que salen del suelo.
Dag enarcó las cejas, y miró al hombre con renovado interés.
—Interesante idea. Cuando dos dañiespectros emergen cerca uno del otro, lo que felizmente no ocurre a menudo, suelen luchar entre sí primero.
—Eso os ahorraría problemas a los Andalagos, ¿no?
—No. Por desgracia. Porque el dañiespectro que gana se hace más fuerte. Es más fácil acabar con ellos de uno en uno.
Fawn intentó imaginar algo más fuerte y aterrador que la criatura a la que se había enfrentado ayer. Cuando estabas al límite del terror que tu cuerpo podía soportar, ¿qué diferencia había si algo era todavía peor? Se preguntó si eso explicaba algo acerca de Dag.
Un movimiento al final del camino atrajo su mirada. Otro caballo de tiro salió de los bosques y trotó pesadamente hasta la granja, con una mujer de mediana edad a la grupa y el desgarbado muchacho detrás. Se detuvieron al otro lado del pozo, la mujer mirando algo fijamente, y luego se unieron a los demás.
El pelirrojo Sassa, quizá más locuaz o más observador que su familia política, estaba terminando el relato del inexplicable tumulto en el campamento el día anterior: la repentina locura y huida de sus captores los hombres de barro, seguida, apenas media hora después, por la llegada desde los bosques al oeste de una patrulla de Andalagos muy alterada. Tras los Andalagos a su vez venía un frenético grupo de amigos y parientes de los cautivos de Glassforge y alrededores. Dejando que los lugareños se cuidaran de los suyos, los patrulleros volvieron a sus preocupaciones de Andalagos, que parecían ser principalmente ir por ahí acabando con todos los hombres de barro que pudieron encontrar, y buscar a su desaparecido Dag, a quien al parecer creían responsable de los extraños acontecimientos.