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—No. —Fawn echó atrás su silla.

Dag se levantó más discretamente, a la vez.

—¿De dónde has sacado un caballo, Fawn? —preguntó Papá Bluefield con curiosidad, mirando de nuevo a Dag.

Fawn se irguió.

—Fue mi parte por ayudar con el dañiespectro. Ése en el que Fletch no cree. Debo haber cabalgado todo el camino desde Glassforge en un caballo de mentiras, ¿eh?

Agitó la cabeza y salió. Dag dedicó un saludo con la cabeza a la mesa en general, recordó añadir un «Buenas noches, Tía Nattie», y la siguió. Tras él, oyó gruñir al padre:

—Reed, ve a ayudar a tu hermana y a ese hombre con sus caballos —lo cual ocasionó un éxodo de Bluefields al porche para examinar el nuevo caballo.

Grace fue examinada y comentada en profundidad. Finalmente Dag se hizo poner de nuevo el garfio y escapó con su caballo al viejo granero, donde había establos libres. Se quedó un rato mirando por encima de la partición del establo, manteniendo un leve contacto con su sentido esencial para que el castrado no se revolviera y atacara a Reed, su desconocido mozo de establo. Mocasín no se llamaba así sólo por su color castaño, a pesar de las apariencias.Cuando ambos caballos estuvieron cepillados, abrevados y alimentados, Dag volvió a la casa a la luz del crepúsculo con Fawn, momentáneamente sin parientes a la escucha.

—Bueno —dijo ella para sí—, podría haber ido peor.

—¿En serio? —preguntó Dag.

—En serio.

—Aceptaré tu palabra. A decir verdad, encuentro a tu familia un poco extraña. A mis parientes cercanos, les desagrada a menudo lo que digo, pero ciertamente escuchan lo que les digo, no otra cosa completamente distinta.

—Son mejores uno a uno que en grupo.

—Hum. Entonces… ¿qué era eso de la noche del día de mercado?

—¿Qué?

—Cuando Rush dijo que te echaron de menos la noche del día de mercado.

—Oh. No es nada. Salvo que me fui el día de mercado cuando aún estaba oscuro. Me pregunto dónde pensarían que estuve todo el día.

Unos cuantos Bluefields se habían reunido en el salón delantero, incluyendo a Tía Nattie, hilando con un huso, y la madre de Fawn. Dag dejó las alforjas en el suelo y dejó que Fawn sacara los regalos. Fletch, que estaba a punto de acompañar a su prometida de vuelta a su granja, se quedó a mirar.

Tril sostuvo a la luz de la lámpara de aceite el reluciente cuenco de cristal, asombrada.

—¡Has estado de verdad en Glassforge!

Fawn, que durante toda la noche había estado vacilando entre intentar poner buena cara y lo que a Dag le parecía un nada familiar encogimiento silencioso, se limitó a decir:

—Es lo que te he dicho, Mamá.

Fawn puso en manos de su tía la botella de agua de colonia y la animó a que se echara un poco en las muñecas, lo que ella hizo, sonriendo amablemente.

—Muy bonito, cariño, pero estas coqueterías son para que las chicas casaderas atraigan a los chicos, no para viejas gordas como yo. Es mejor que se lo des a Clover.

—Eso es cosa de Fletcher —dijo Fawn, con una sonrisa a su hermano que tenía un filo más propio de Chispa—. Y además, todo el mundo lo lleva en Glassforge, entre ellos patrulleros y patrulleras.

Reed, que había estado merodeando, resopló ante la idea de hombres poniéndose perfume, pero Nattie se mostró dispuesta y alivió el corazón de Dag cuando se echó un poco más sobre sí y su hermana pequeña Tril, y también le puso un poco a Fawn.

—¡Así! Qué amable al pensar en mí, cariño.

Fuera oscurecía. Los chicos se fueron a sus diversas tareas vespertinas, y Clover se despidió de su futura familia política. Las dos jóvenes, Clover y Fawn, se miraron con algo de tensión mientras Clover felicitaba de nuevo a Fawn por su regreso sana y salva, y Dag meditó de nuevo sobre las extrañas costumbres de los granjeros. La única hija de un Andalagos hubiera heredado la tienda de su familia, pero aquí ese puesto lo ostentaba Fletch; y sería Clover, no Fawn, quien ocuparía el puesto de Tril como cabeza femenina del hogar, a su debido tiempo. Dejando a Fawn… ¿dónde?

—Imagino —dijo Papá Bluefield un poco a regañadientes— que si tu amigo tiene un saco de dormir, puede ponerlo en el altillo del granero. Para vigilar a su caballo.

—No seas bobo, Sorrel —dijo Tía Nattie inesperadamente—. No puede trepar por la escalera del altillo con el brazo roto.

—Necesita estar cerca de mí para que pueda ayudarle —dijo Fawn con firmeza—. Dag puede poner su saco en el cuarto de tejer de Nattie.

—Buena idea, Fawn —dijo Nattie alegremente.

Fawn dormía con su tía; los chicos compartían habitaciones escalera arriba, igual que sus padres. Papá Bluefield tenía aspecto de estar pensando intensamente, de golpe, sobre las implicaciones de dejar a Fawn y a Dag abajo con una carabina ciega. Y luego, inevitablemente, sobre las implicaciones de cuánto tiempo habrían pasado Dag y Fawn juntos en el camino. ¿Sabría algo sobre el sentido esencial de su anciana cuñada?

—Mañana intentaré no cortarte otra vez con la navaja de afeitar, Dag —dijo Fawn.

—He perdido más sangre en peores causas —le aseguró él.

—Probablemente deberíamos intentar salir temprano.

—¿Qué? —dijo Papá Bluefield, saliendo de sus ceñudas cogitaciones—. ¡No vas a ir a ningún sitio, niña!

Ella se volvió hacia él, tensándose.

—Te lo dije al principio, papá. Tengo la obligación de prestar testimonio.

—¡Eres imbécil, Fawn!

Dag contuvo el aliento ante la dura y negra perturbación que atravesó la esencia de Fawn; buscó a Nattie con la mirada, pero ella no exteriorizó reacción alguna, aunque tenía la cara orientada hacia los dos.

Papá Bluefield continuó:

—¡Tus obligaciones están aquí, aunque te hayas escapado y les hayas dado la espalda durante el último mes! ¡Ya has deambulado bastante por una temporada, créeme!

Dag interrumpió en voz baja y sin faltar a la verdad:

—En realidad, Chispa, no tengo el brazo muy bien esta noche. No me importaría descansar durante un día o dos.

Ella le miró ansiosamente, insegura de si lo que oía era apoyo o traición. Él le dedicó un pequeño gesto con la cabeza para tranquilizarla.

Papá Bluefield miró a Dag de reojo.

—No hay problema en que tú sigas tu camino, si tienes que hacerlo.

¡Papá! —saltó Fawn, yendo de una apariencia tensa a llameante sinceridad—. ¡Ni se te ocurra! Dag me salvó la vida tres veces, dos con grave riesgo de la suya, una de los bandidos, otra de la malicia, el dañiespectro, y otra vez la noche después de que el dañiespectro… me hiriera, porque me hubiera desangrado en los bosques si no me hubiera ayudado. ¡No consentiré que se le eche al camino con los dos brazos mal! ¡Qué vergüenza! ¡Vergüenza para esta casa si te atreves! —Dio con el pie en el suelo; el piso del salón sonó como un tambor.

Papá Bluefield había retrocedido. Su mujer miraba a Dag con los ojos abiertos de par en par, abrazada estrechamente al cuenco de cristal. Nattie… era asombrosamente difícil de leer, pero en sus labios había una extraña sonrisita.

—Oh. —Papá Bluefield se aclaró la garganta—. No habías dejado eso claro, Fawn.

Fawn dijo, cansada:

—¿Cómo podría? Nadie me deja terminar una historia sin decirme que me lo debo estar inventando.

Su padre miró a Dag.

—Él no habla mucho.

Dag no podía tocarse la sien; tuvo que conformarse con un breve saludo de cabeza.

—Estoy pensando. Señor.

—¿En serio?

En la casa de los Bluefield, al parecer, no era posible terminar una discusión. Pero cuando finalmente la riña decayó a murmullos inconexos, dispersándose escalera arriba o por los pasillos en la oscuridad, Dag terminó con su saco extendido junto al telar de la Tía Nattie, con un impresionante montón de colchas y almohadas para su comodidad. Podía oír a las dos mujeres más bajitas de la familia afanarse en la habitación de al lado, preparándose en voz baja para la cama, y luego el crujido de los somieres cuando se acostaron.