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O menos, se abstuvo de decir Dag.

—En realidad, vengo de gente muy longeva —dijo Dag, a guisa de desagravio—. Mi abuelo, del que ya he hablado, aún estaba muy ágil cuando murió, con más de cien años —ciento veintiséis, pero ahora mismo ya había suficientes cálculos mentales rondando por la mesa. Los hermanos, en particular, parecían confusos, mirándole con renovada cautela.

—No es un problema —dijo en la pausa demasiado larga que siguió—. Si, por ejemplo, Fawn y yo nos casáramos, llegaríamos a la vejez prácticamente juntos. Accidentes aparte.

Bien, había dicho la palabra mágica, casáramos. Ya había hecho algo parecido antes, mucho tiempo atrás. Bueno, de acuerdo, no había sido en absoluto como esto. La familia de Kauneo le había abrumado de manera completamente diferente. El terror que le atravesaba era idéntico, sin embargo.

Papá Bluefield gruñó:

—Los Andalagos no se casan con granjeras.

No podía coger la mano de Fawn por debajo de la mesa para obtener consuelo; todo lo que pudo hacer fue clavarle el tenedor en el muslo, con resultados impredecibles pero probablemente no muy prácticos en ese momento. La miró. ¿Iba a saltar desde este acantilado solo, o con ella? Ella tenía los ojos muy abiertos. Y adorables. Y aterrorizados. Y… emocionados. Tomó una larga bocanada de aire.

—Yo quisiera. Lo haré. Lo deseo. Casarme con Fawn. ¿Por favor?

Siete aturdidos Bluefields crearon el silencio más ensordecedor que Dag había oído jamás.

Capítulo 15

Durante un sofocante momento, mientras todo el mundo en torno a la mesa aún estaba tomando aire, Fawn dijo rápidamente:

—Me gustaría mucho, Dag. Quisiera y lo haré y lo deseo, también. Sí. Muchas gracias. —Entonces respiró.

Y entonces se desató la tormenta, por supuesto.

A medida que la discusión elevaba el tono, Fawn pensó que Dag debía haber abordado a su familia de uno en uno en vez de todos a la vez como ahora. Pero entonces se dio cuenta de que ni Mamá ni Tía Nattie contribuían a la lluvia de objeciones, y en verdad, cuando Papá se volvió hacia Mamá en busca de apoyo recibió una mirada solemne y silenciosa que pareció ponerlo nervioso. Tía Nattie no dijo nada en absoluto, pero sonreía secamente. De modo que quizá Dag había estado haciendo algo más que pensar, durante el día.

Fletch, quizá imitando el previo y exitoso intento de Papá de avergonzar a Dag acerca de su edad, dijo:

—Los robacunas no están bien vistos por aquí, Andalagos.

Whit, con tono de falsa reflexión pero con los ojos brillantes con la emoción de la batalla, intervino:

—¡De hecho, no estoy seguro de si él está robando cunas, o ella está robando tumbas!

Lo que hizo que Dag se estremeciera, pero también ofreció un burlón saludo con la cabeza y un bajo murmullo, «Ésa es buena, Whit».

También puso a Fawn tan furiosa que amenazó con ponerle a Whit el pastel en la cabeza en vez de en el plato, o mejor aún la cabeza en el plato en vez del pastel, lo que atrajo a Mamá a la disputa para reñir a Fawn, de modo que Whit ganó dos veces, y sonrió de tal modo que Fawn creyó que iba a explotar. Odiaba lo fácilmente que todos ellos podían hacer que se sintiera y actuara como si tuviera doce años, para acto seguido tratarla así y sentir que tenían razón al hacerlo; si seguían haciéndolo mucho más tiempo, ella temió que consiguieran revertirla a los dos años y hacerla caer al suelo gritando presa de una rabieta. Lo cual no haría nada por su causa. Contuvo el aliento y se sentó de nuevo, echando humo.

—He oído que los hombres Andalagos no tienen tierras, y no trabajan salvo para cazar —dijo Fletch, volviendo decidido al ataque—. Si quieres la parte de Fawn, déjame decirte que no tendrá tierras.

—¿Crees que podría llevarme tierras de granja en las alforjas, Fletch? —dijo Dag con calma.

—Quizá podrías llevarte un par de gallinas —dijo Whit servicialmente.

Dag arrugó los ojos al sonreír.

—Sería un poco ruidoso, ¿no crees? Mocasín se enfadaría mucho. E imagina el desastre de los huevos rompiéndose entre mi equipo.

Lo que hizo que Whit soltara una risita involuntaria a su vez. Fawn decidió que a Whit no le importaba de qué lado ponerse en una discusión, siempre que pudiera remover el caldo y mantenerlo hirviendo. Y se vanagloriaba cuando la gente se reía de sus bromas. Dag ya lo tenía medio en el saco.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres, eh? —preguntó Reed agresivamente, frunciendo el ceño.

Dag se reclinó en su asiento, con expresión seria; y de algún modo, Fawn no supo cómo, obtuvo la atención de todos los comensales. Fue como si de pronto se hiciera más alto simplemente quedándose allí sentado.

—Fletch ha expresado algunas preocupaciones muy reales —dijo Dag, con un aprobador gesto de cabeza hacia el hermano mayor de Fawn que hizo que éste se esponjara a su pesar—. Tal como lo entiendo, si Fawn se casara con un muchacho de aquí, se le deberían ropas, algunos muebles, animales, semillas, herramientas, y mano de obra para ayudar a establecer su nueva casa. Excepto por darle a la novia su equipo personal, ni las costumbres ni las expectativas de los Andalagos exigen que yo obtenga nada de esto. Ni tampoco podría usarlo. Pero igualmente, no me gustaría verla privada de sus derechos ni de la parte que le corresponde. Tengo un plan alternativo para este dilema.

Papá y Mamá estaban escuchando con seriedad, como si los tres estuvieran repentinamente hablando el mismo idioma.

—¿Y qué plan sería ese, patrullero? —dijo Papá, que ahora fruncía el ceño pensando, antes que oponiéndose, y que no estaba ni la mitad de congestionado que antes.

Dag inclinó la cabeza como en señal de agradecimiento, enfatizando de paso su permiso para hablar sin interrupciones de los jóvenes.

—Me comprometo por supuesto a cuidar y proteger a Fawn durante toda mi vida. Pero es un hecho patente que no llevo una vida muy segura. —El leve golpe de su muñequera sobre el borde de la mesa no fue ningún accidente, pensó Fawn—. Por ahora, quisiera que ella dejara aquí su porción matrimonial, intacta, pero definida; escrita claramente en el libro de la familia y en los registros del secretario, con testigos como corresponde. Ningún hombre conoce la hora de su vine… de su final. Pero si alguna vez Fawn tiene que volver aquí, quisiera que fuera como una viuda real, no como una del heno —inclinó la cabeza hacia Fawn lo justo para que ella viera su leve guiño, y se sintió tan aliviada por el guiño como atemorizada por las palabras, de modo que su corazón se puso a dar volteretas sin control—. Ella, y sus hijos, si hay alguno, tendrán entonces algo para ayudarles, independientemente de mi suerte.

Mamá, con la cara contraída por la concentración, asintió meditativamente.

—Esperando que ese día tarde en llegar o no llegue nunca, me gustaría que esto también fuera atestiguado por Fletch y Clover. No puedo evitar pensar que Clover se alegrará de retrasar todo lo posible el pago de esa porción, con todo el trabajo que tendrá empezando aquí.

Fletch, que había abierto la boca, la cerró de golpe, cuando se dio cuenta finalmente de que no sólo no tendría que desprenderse de ningún recurso familiar de inmediato, sino también de que Fawn no estaría en casa cuando él trajera a su nueva esposa. Y por el leve destello en sus ojos, Fawn se dio cuenta de que Dag tenía a Fletch precisamente donde quería, y lo sabía.

Cayó un bienaventurado silencio mientras todos se terminaban el pastel. Fawn colocó de nuevo el garfio de Dag antes de que Whit se limpiara la boca, y dijera con fraternal incomprensión: