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—¿Pero por qué te quieres casar precisamente con Fawn?

El tono de su voz bastó para arrojar a Fawn a un pozo de indeseados recuerdos de burlas juveniles. Como si fuera la candidata menos probable para el cortejo de todo West Blue y en cien millas a la redonda, como si fuera un cruce entre la tonta del pueblo y un monstruo deforme. ¿Cómo era esa estúpida frase que conseguía, repetidamente, hacerla enfadar? ¡Hey, renacuaja! ¿Has bebido zumo de fea esta mañana? Y cómo esas palabras le habían llevado a sentirse así.

—¿Necesito decirlo? —preguntó Dag con calma.

—¡Sí! —dijo Fletch, con esa voz severa de soy-muy-paternal, que hizo a Fawn querer patearle más de lo que quería patear a Whit, y que hizo que hasta Papá enarcara una ceja y le mirara perplejo.

—Sí, viejo —dijo Rush con una mueca. De entre todos en la mesa salvo Nattie, los gemelos eran los que habían dicho menos, pero nada de ello favorable—. ¡Danos tres buenas razones!

Dag bajó brevemente los párpados en asentimiento tranquilo pero extrañamente amenazador; pero su mirada de reojo a Fawn fue como una caricia tras una azotaina.

—¿Sólo eso? Muy bien. —Mantuvo su atención mientras aparentaba pensar, despejando deliberadamente un silencio en el que poder hablar—. Por el valor de su corazón, que vi enfrentarse al mayor de los horrores que conozco sin romperse. Por la aguda y ávida inteligencia de su mente, que nunca deja de hacer preguntas, ni de pensar en las respuestas. Por la chispa de su espíritu, que podría enseñar a arder a las hogueras. Eso hacen tres. Suficiente para seguir adelante.

Se levantó de la mesa, con su garfio tocando brevemente el hombro de Fawn.

—Tengo todo esto junto a mí, ¿y en vez de eso me preguntáis si quiero polvo? No entiendo a los granjeros. —Se disculpó con un amable saludo de cabeza en derredor, y un murmurado «Buenas noches, Tía Nattie», y salió.

Fawn no estaba segura de si estaba más emocionada por sus palabras o por su oportunidad. Ciertamente había averiguado el modo de tener la última palabra ante un puñado de Bluefields: lánzala al blanco y corre.

Y cualquier comentario, burla o insulto que hubiera podido alzarse tras él quedó reducido a un silencio avergonzado cuando oyeron a Mamá llorando silenciosamente con el delantal apretado contra la cara.

El debate no terminó allí, por supuesto. Se disgregó en trozos más pequeños mientras abordaban a la familia uno a uno o en parejas, aunque Fawn dio puntos por eficacia a Dag esa primera noche. Los gemelos la acorralaron la tarde siguiente en el granero viejo, donde había ido para dar algunas golosinas y un buen cepillado a Grace y Mocasín.

Rush se apoyó en la partición del establo y habló con tono de disgusto.

—Fawn, ese tipo es demasiado viejo para ti. Es más viejo que Papá, y Papá es más viejo que las piedras. Y está todo machacado. Si estuvieras casada apuesto a que tendrías que ver el muñón ese que esconde. O tocarlo, puaj.

—Lo he visto —dijo ella brevemente, levantando una nube de pelos bayos con el cepillo—. Le ayudo con el arnés del brazo, ahora que tiene roto el otro. —Y muchos más tipos de ayuda que no se sentía inclinada a compartir con los gemelos—. Tendrías que ver sus pobres pies si quieres ver algo machacado de verdad.

Reed se sentó en un barril de avena al otro lado del pasillo, con los brazos en torno a las rodillas levantadas, meciéndose incómodo.

—Es un Andalagos —dijo agudamente—. ¡Es maligno!

Esto hizo que Fawn detuviera de golpe su irritado y vigoroso cepillado; Grace movió las orejas en señal de protesta. Fawn se volvió a mirar a Reed.

—No, no lo es. ¿De qué estás hablando?

—Dicen que los Andalagos se comen a sus muertos para hacer sus hechizos. ¿Qué pasará si te hace comer cadáveres? ¿O peor? ¿Para qué te quiere, en realidad?

—Para ser su esposa, Reed —dijo Fawn con sombría paciencia—. ¿Tan difícil es de creer?

Reed bajó la voz.

—¿Y si es para hacer magia?

Eso ya lo hace no sería, probablemente, la mejor respuesta.

—¿Qué pasa, temes que me conviertan en un sacrificio humano? Qué amable al preocuparte, Reed. Creo.

Reed se enderezó indignado.

—No te rías. Es verdad. Vi una vez a una Andalagos que había parado a comer en la taberna de West Blue. Sunny Sawman me desafió a que mirara en sus alforjas. Llevaba huesos dentro, ¡huesos humanos!

—Dime, ¿llevaba el pelo recogido en un moño en la nuca?

Reed la miró.

—¿Cómo lo sabes?

—Tienes suerte de que no te descubriera.

—Lo hizo. Me cogió y me sacudió y me dijo que si alguna vez tocaba algo de un Andalagos quedaría maldito. Puso una cara… ¡Dijo que me atraparía y me comería!

Fawn frunció el ceño.

—¿Qué edad has dicho que tenías?

—Diez.

—¡Reed, por el amor del cielo! —dijo Fawn, totalmente exasperada—. ¿Qué le dirías a un chico rebuscando en tus bolsas para que se asuste y no lo vuelva a hacer más? Tuviste suerte de no haber dado con Mari, la tía de Dag; seguro que se le hubiera ocurrido alguna historia que te hubiera hecho mearte en los pantalones durante una semana. —Se alegró de pronto de que el cuchillo de vínculo estuviera guardado con sus cosas, y se preguntó si tendría que avisar a Dag para que vigilara sus alforjas.

Reed pareció un poco sorprendido, como si esto nunca se le hubiera ocurrido, pero siguió de todos modos:

—Fawn, esos huesos eran de verdad. Eran frescos.

Fawn no lo dudaba. Pero no tenía ningún deseo de lanzarse por una pendiente resbaladiza de explicaciones con los gemelos, que sólo le preguntarían cómo lo sabía y la acosarían interminablemente cuando sus respuestas no coincidieran con sus preconcepciones. Terminó de cepillar los flancos de Grace y se dedicó a las crines.

Rush todavía estaba atascado en la diferencia de edad.

—Es asqueroso pensar en un tipo como ese toqueteándote. ¿Qué pasa si te deja embarazada?

Era todavía demasiado pronto para eso, pero no era una perspectiva que la llenara precisamente de horror. Quizá sus futuros hijos, si los tenía, no serían tan bajitos; era un pensamiento reconfortante. Sonrió suavemente para sí mientras Grace le ponía el sedoso morro en la palma y resoplaba.

Rush continuó:

—Ha dicho prácticamente que su plan era quedarse contigo hasta que estuvieras preñada y luego enviarte de vuelta con nosotros a gorronear.

—¡Sólo si muere, Rush!

—Sí, bueno, no podrá tardar mucho.

—Y además, ¿a ti qué te importa eso? Te vas a ir al oeste con Reed a roturar tierra. Ni siquiera estarás aquí —salió del establo y cerró el pestillo.

—Pues con Fletch y Clover.

—Los dos sois tan, tan, tan —buscó una palabra que bastara— rematadamente estúpidos.

—¿Ah, sí? —replicó Rush—. Dijo que quería casarse contigo porque eres lista, y hay que ser muy tonto para creerse eso. Sabes que sólo es para poder ponerte las manos en tu joven… cuerpo.

—Mano —corrigió ella fríamente.

Y cuánto echaba de menos sus caricias en su joven… todo. No veía la hora de escapar de West Blue, con o sin boda.

Rush imitó una vomitona, con ruidos muy realistas. Fawn descartó de mala gana atravesarlo con la horca, pero quizá podría al menos darle con ella en la cabeza…

—¿Y cómo crees que nos sentiremos —añadió él— con nuestros amigos, con ese tipo metido en la familia?

—Teniendo en cuenta a tus amigos, no puedo decir que me conmuevas mucho.

—¡Yo no veo que hayas tenido en cuenta a nadie aparte de a ti misma, últimamente!