Ella la plegó cuidadosamente y la devolvió al arcón. Había tensión entre Nattie y Dag, y no se atrevió a pasar entre los dos, por si algo delicado se rompía como una telaraña.
Dag dijo:
—Estoy dispuesto a intentar hacer los cordones de unión si tú lo estás, Tía Nattie. Seguro que cambiaría mucho la discusión en casa. Si no funciona, no estaremos peor que antes, salvo por la decepción, y si funciona… habremos adelantado mucho.
—¿Adelantado mucho hacia dónde? —preguntó Nattie.
Dag gruñó divertido.
—Lo sabremos cuando lleguemos, supongo.
—Bien dicho —admitió Nattie amablemente—. Muy bien, patrullero. Es un trato.
—¿Quieres decir que hablarás a nuestro favor con mamá y papá? —Fawn quería brincar y dar gritos.
Lo convirtió en un más comedido gritito y saltó a la cama para dar a Nattie un abrazo y un beso.
Nattie la rechazó sin mucho entusiasmo.
—Vamos, vamos, cariño, no te pongas así. Me vas a dar repeluznos. —Se sentó erguida y orientó de nuevo la cara hacia el hombre sentado frente a ella—. Otra cosa… Dag. Si quieres oírme.
Él alzó las cejas ante el desacostumbrado uso de su nombre.
—Se me da bien escuchar.
—Sí, he notado eso en ti. —Pero entonces Nattie guardó silencio. Se movió un poco, como si se sintiera avergonzada o… ¿o tímida? No podía ser…—. Antes de que ese joven Andalagos se fuera, me dio un último regalo. Porque dijo que le apenaba irse sin que yo le hubiera visto nunca la cara. Bueno, en realidad fue su mujer la que me lo dio, imagino. Al parecer era bastante buena con curaciones Andalagos, como lo que hizo él con mi tobillo cuando nos conocimos.
—Armonizar esencias —interpretó Dag—. ¿Sí? Es un poco íntimo. De hecho, es muy íntimo.
La voz de Nattie se convirtió casi en un susurro, como si estuviera confesando oscuros secretos.
—Fue como si me dejara sus ojos un rato. Él no era muy diferente a como lo había imaginado, no muy guapo pero atractivo. Aunque no esperaba el pelo rojo y un bronceado tan brillante en un tipo que pasaba el día durmiendo y la noche por ahí. Me sorprendió un poco. —Guardó silencio largo rato—. Sabes, nunca he visto la cara de Fawn. —El tono despreocupado de su voz no engañó a nadie de los presentes, pensó Fawn, incluso sin el pequeño temblor al final.
Dag se echó hacia atrás, parpadeando.
En el silencio, Nattie dijo insegura:
—Quizá estás demasiado cansado. Quizá es… demasiado difícil. Demasiado.
—Hum… —Dag tragó saliva, y se aclaró la garganta—. Estoy muy cansado esta noche, lo admito. Pero estoy dispuesto a intentarlo, por ti. No estoy seguro de que vaya a funcionar, eso es todo. No quisiera decepcionar.
—Si no funciona, no estaremos peor que antes. Como has dicho.
—Lo he dicho —admitió él. Sonrió débilmente a Fawn—. ¿Me cambias el sitio, Chispa?
Ella bajó de la cama de Nattie y ocupó el lugar de Dag en la suya, mientras él se sentaba junto a Nattie. Cuadró los hombros y sacó el brazo del cabestrillo.
—Ten cuidado con el brazo —avisó Fawn preocupada.
—Creo que lo puedo levantar desde el hombro sin problemas, si no muevo los dedos o lo uso para levantar peso. Nattie, voy a tocarte las sienes. Puedo usar mis dedos para el lado derecho, pero me temo que tendré que tocarte con la curva del garfio en el izquierdo, aunque sea sólo por el equilibrio. No saltes, ¿eh?
—Lo que tú digas, patrullero. —Nattie se sentó muy erguida, muy quieta.
Se humedeció nerviosamente los labios. Sus ojos perlados estaban muy abiertos, mirando al espacio. Dag se acercó a ella, alzando mano y garfio a ambos lados de su cabeza. Aparte de su expresión introvertida, no había absolutamente nada que ver.
Fawn vio el momento sólo porque Nattie parpadeó y jadeó, desviando la mirada hacia Dag.
—Oh. —Y luego, con impaciencia—. No, no mires a esa vieja gorda. No quiero verla, y además, no es verdad. Mira allí.
Solícitamente, Dag giró la cabeza, paralela a la de Nattie aunque mucho más alta. Sonrió a Fawn. Ella le devolvió la sonrisa, con la respiración acelerada por la ilusión que flotaba en la habitación.
—Cielos —suspiró Nattie—. Cielos —el momento se alargó. Luego dijo—: Vamos, patrullero. No hay nada humano en todo el ancho y verde mundo que pueda ser tan bonito como eso.
—Es lo que pensé —dijo Dag—. Estás viendo su esencia además de su cara, sabes. La ves como yo la veo.
—Como tú la ves, dices —susurró Nattie—. Como tú. Eso explica muchas cosas. —Fijó sus ojos en Fawn con expresión hambrienta, como si quisiera memorizar esa visión ciega. Sus ojos se llenaron de lágrimas, que brillaron a la luz de las velas.
—Nattie —dijo Dag, con una mezcla de diversión y pena en la voz—, no puedo mantener esto mucho tiempo. Lo siento.
—Está bien, patrullero. Es suficiente. Bueno, no lo es. Pero ya sabes.
—Sí. —Dag suspiró y se echó hacia atrás, encorvando la espalda. Colocó de nuevo torpemente el brazo en el cabestrillo y luego se dobló en dos, mirando al suelo.
—¿Te encuentras mal otra vez? —preguntó Fawn, preguntándose si debería ir a por una palangana.
—No. Pero me duele la cabeza. Y hay cositas flotando en mi campo de visión. Ya van desapareciendo. —Parpadeó rápidamente y se enderezó de nuevo—. Ay. Me estáis agotando entre todos. Me siento como si acabara de volver de recorrer las rejillas durante diez días seguidos. Con mal tiempo. Sobre peñascos.
Nattie se sentó muy recta, con las lágrimas corriéndole por la cara como agua por un acantilado. Se frotó las mejillas y miró en torno a la habitación que ya no podía ver.
—Vaya, he estado metida en un agujero mugriento todo este tiempo, Fawn, cariño. ¿Por qué no lo dijiste? Voy a hacer que los chicos me pinten las paredes, eso voy a hacer.
—Me parece una buena idea —dijo Fawn—. Pero yo no estaré aquí.
—No, pero yo sí. —Nattie respiró hondo, resueltamente.
Tras algunos minutos más para recuperar su estabilidad, Nattie plantó el bastón en el suelo y se levantó.
—Bien, vamos, venid los dos. Vamos a empezar con esto.
Fawn y Dag salieron tras ella del cuarto del telar; una vez pasaron la puerta de la cocina, Fawn se acercó al lado izquierdo de Dag, y él le pasó el brazo por la espalda para darle apoyo, y quizá también para apoyarse él. Toda la familia estaba sentada en torno a la mesa con la lámpara, Mamá y Papá y Fletch en el extremo más cercano a ellos, Reed y Rush y Whit al otro. Alzaron la vista, cautelosos. Si habían estado hablando, habían mantenido las voces muy bajas; o quizá no se habían atrevido a hablar en absoluto.
—¿Están todos? —murmuró Nattie.
—Sí, Tía Nattie.
Nattie se colocó en el centro de la cocina y golpeó el suelo con su bastón, irguiéndose para una Declaración Formal como Fawn había visto escasísimas veces, la última cuando Nattie zanjó la discusión con los airados Bowyers por los daños de aquella carrera de vacas con los gemelos y Whit, años atrás. Nattie tomó una larga bocanada de aire; todos los demás contuvieron el aliento.
—Estoy satisfecha —anunció en voz alta—. Fawn tendrá su patrullero. Dag tendrá su Chispa. Ocupaos de eso, Tril y Sorrel. El resto —los miró; cuando se lo proponía, la mirada fija de sus ojos ciegos causaba un efecto extraordinario—, ¡comportaos, por una vez!
Y se dio la vuelta y caminó rápidamente de vuelta a la sala de su telar. En caso de que alguien fuera lo bastante estúpido como para discutir su última palabra, giró garbosamente el bastón y cerró con él la puerta de golpe.
Capítulo 17
Dag se despertó tarde y empapado en sudor, para enterarse de que su siguiente obligación en este baile era ir con Fawn y sus padres a West Blue a registrar sus intenciones con el secretario del pueblo, y a rogar su asistencia oficial a la boda. Fawn se mostró inquieta y nerviosa mientras ayudaba a Dag a afeitarse, lavarse y vestirse, lo que al principio le confundió, porque para ella la ayuda se había convertido ya en una rutina muy natural, y a pesar de su fatiga él no estaba malhumorado ni gruñón esa mañana. Por fin, se dio cuenta de que esa mañana verían a gente que no era la familia, gente a la que ella había conocido toda su vida. Y viceversa. Sería la primera vez que la mayoría de West Blue vería a Dag el Andalagos, ese tipo larguirucho que Fawn Bluefield llevó a casa, o como se le conociera en los cotilleos locales.