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Intentó que su imaginación no descendiera hacia las posibilidades más desagradables, pero no pudo evitar pensar que el único habitante de West Blue que había conocido hasta el momento era Sunny el Estúpido. Parecía mucho esperar que Sunny no fuera dado a esparcir rumores, y ya se había visto que tenía costumbre de alterar los hechos para que le favorecieran. Era más probable que su humillación le hiciera taimado antes que discreto. Los Bluefields podían ser los únicos aliados de Dag en la comunidad de granjeros; era un hilo muy delgado del que depender. De modo que dejó que Fawn siguiera con sus intentos de dejarlo presentable, por muy inútiles que parecieran.

El pueblecito, a tres millas al sur por la sombreada carretera del río, parecía tranquilo y pacífico mientras Sorrel guiaba el carro de la familia por la calle principal, que parecía ser también la única calle. Era un día de nubes algodonosas contra un cielo azul completamente desprovisto de cualquier asomo de lluvia, lo que ayudaba a fingir buen humor. Los motivos principales de la existencia del pueblo parecían ser un molino, una pequeña serrería, y el puente para carros de leñadores, que mostraba señales de haber sido ensanchado recientemente. En torno a la pequeña plaza del mercado, muy tranquila en esos momentos, había una herrería, una taberna, y algunas casas, la mayoría construidas con las piedras locales de cerca del río. Sorrel detuvo el carro frente a una de ellas y abrió el camino al interior. Dag se inclinó para pasar por el dintel, evitando por poco una conmoción cerebral.

Se irguió con cuidado y vio que el techo era lo bastante alto. La habitación delantera parecía un cruce entre el salón de una granja y la tienda de consejo de un campamento, con bancos, una mesa, y estantes llenos de documentos, pergaminos enrollados y libros de actas encuadernados. Los papeles se derramaban por las habitaciones adyacentes. Por el oscuro pasillo apareció el secretario que al parecer, por el modo en que se estaba sacudiendo las rodilleras de los pantalones, había estado trabajando en el jardín. Era de mediana edad o un poco mayor, de nariz afilada, tripón, y alegre, y fue presentado a Dag con el muy granjero nombre de Shep Sower.

Saludó a los Bluefields como a viejos amigos y vecinos, pero quedó claramente sorprendido por Dag.

—¡Vaya, vaya, vaya! —dijo, cuando Sorrel, con la decidida ayuda de Fawn, explicó la razón de su visita—. ¡Así que es verdad! —Su rechoncha pero igualmente alegre mujer apareció, miró boquiabierta a Dag, hizo una cortesía muy parecida a la de Fawn cuando se lo presentaron, sonrió un poco frenéticamente, y arrastró a Tril fuera del alcance de la voz.

El proceso de registro no era complicado. El secretario tuvo que encontrar primero el libro de registros correcto, grande y grueso y encuadernado en cuero, lo puso sobre la mesa, lo abrió por la página más reciente, y escribió la fecha y algunas palabras bajo otras entradas similares. Pidió el lugar, fecha de nacimiento y nombres de los padres de ambos contrayentes; ni siquiera preguntó antes de escribir los de Fawn, aunque su mano dudó y la pluma salpicó un poco cuando Dag dijo su fecha de nacimiento; tras una mirada indecisa hacia arriba, secó la tinta apresuradamente y pidió a Dag que la repitiera. Sorrel le entregó el borrador del acuerdo matrimonial, para que lo pasara a limpio, y Sower lo leyó rápidamente e hizo algunas preguntas.

Dag descubrió entonces que se cobraba por este servicio, y que era costumbre que el novio pagara. Por fortuna, llevaba consigo su bolsa, y más afortunadamente aún, porque este viaje se alargaba mucho más de lo que había planeado, todavía tenía algunas monedas de cobre de Silver Shoals, que bastaron. Hizo que Fawn cogiera la bolsita de su cinturón y pagara. Al parecer también podía pagarse en especie, si uno no tenía dinero en metálico.

—Siempre viene alguien que no sabe o no puede escribir su nombre —informó Sower a Dag, indicando su cabestrillo con la cabeza—. Yo firmo en su lugar, y ellos ponen su marca, y los testigos firman para corroborarlo.

—Hace seis días que me rompí el brazo —dijo Dag un poco tenso—. Creo que para esto puedo arreglármelas. —Dejó que Fawn firmara primero, mirándola atentamente. Luego le hizo mojar de nuevo la pluma y deslizársela entre los dedos. La presa era dolorosa pero no imposible. No fue su mejor firma, pero era claramente legible. El secretario alzó las cejas ante esta muestra de habilidad caligráfica.

La mujer del secretario y la madre de Fawn volvieron. La mirada de la señora Sower a Dag se había vuelto asombrada. Inclinando con curiosidad la cabeza, leyó:

—Dag Redwing Hickory Oleana.

—¿Oleana? —dijo Fawn—. Es la primera vez que lo oigo.

—Entonces serás la señora Fawn Oleana, ¿eh? —dijo Sower.

—En realidad ése es mi nombre de territorio —intervino Dag—. Redwing es mi nombre de familia, podríamos decir.

—Fawn Redwing —murmuró Fawn experimentalmente, frunciendo el ceño con concentración—. Huh.

Dag se rascó la frente con un lado del garfio.

—Es más complicado. La costumbre de los Andalagos es que el hombre tome el nombre de la tienda de la mujer, por lo cual yo sería, ehm… Dag Bluefield West Blue Oleana, supongo.

Sorrel pareció horrorizado.

—¿Qué hacemos entonces, nos cambiamos los nombres? —preguntó Fawn muy confusa—. ¿O tomamos ambos? Redwing-Bluefield. Hum. ¿Redfield? ¿Bluewing?

—Podríais ser algo morado[2] —sugirió Sower jovialmente, con una risa ahogada.

—¡No puedo pensar en nada morado que no suene estúpido! —protestó Fawn—. Bueno… el saúco, imagino. Es un poco de los lagos.

—Ya está cogido —le dijo Dag con tono neutral.

—Bueno… bueno, aún tenemos unos días para pensarlo —dijo Fawn valientemente.

Sorrel y Tril se miraron, tomaron aire para darse fuerzas, y se inclinaron para firmar. La boda fue fijada lo antes posible tras los tres días que tenían que pasar para que el secretario pudiera hacer acto de presencia oficial, lo que para patente alivio de Fawn sería la tarde del tercer día.

—¿Tienes prisa? —preguntó Sower con calma, y aunque Dag no captó enseguida su mirada de soslayo al vientre de Fawn, ella si lo hizo, y se envaró.

—Por desgracia, tengo obligaciones que atender entre los míos —dijo Dag severamente, dejando descansar su muñequera en el hombro de ella. De hecho, aparte de evitar el pánico llegando al campamento antes que la patrulla de Mari, hasta que su condenado brazo curara iba a ser tan inútil en Hickory Lake como lo era aquí en West Blue. Daba igual dónde se sentara rechinando los dientes de impotencia, aunque al menos West Blue tenía más novedades. Pero el inquietante misterio del cuchillo de vínculo estaba siempre presente, como un picor en el fondo de su mente, bien enterrado bajo todas las nuevas distracciones pero sin desaparecer del todo.

Cuando Dag, Fawn y sus padres salieron por la puerta, tres personas que habían estado mirando por la ventana se sobresaltaron y fingieron que habían ido caminando calle abajo. Al otro lado de la calle, un par de chicas jóvenes se abrazaron y juntaron las cabezas, soltando risitas. Unos muchachos que vagueaban frente a la taberna se apartaron de la pared y desaparecieron en el interior, dos de ellos a toda prisa.

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2

Redwing y Bluefield significan, respectivamente, «ala roja» y «campo azul». (N. de la T.).