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—Mamá dice que puedes coger tantas de sus rosas como quieras —observó Filly, inclinando la cabeza para ver el efecto.

—Estos son más de los lagos —dijo Fawn—. A Dag le gustarán. El pobre no tiene familia ni amigos aquí, y prácticamente todo tiene que tomarlo prestado de la granja. Sé que le ha sabido mal no poder enviar los regalos de la novia hasta después de la boda; al parecer se tienen que entregar antes.

Filly dijo:

—Mamá se preguntaba si ninguna de sus mujeres querría casarse con él porque tiene la mano mutilada.

Fawn, eligiendo ignorar la reflexión implícita sobre ella, dijo sólo:

—No creo. Un montón de patrulleros acaban muy maltrechos, con los años. Y de todos modos, es viudo.

Ginger dijo:

—Mi hermano dijo que los gemelos dijeron que su caballo habla en humano con él cuando no hay nadie cerca.

Fawn resopló.

—Si no hay nadie cerca, ¿cómo lo saben?

Ginger lo pensó un poco y luego admitió de mala gana:

—Tienes razón.

—Además, son los gemelos.

Filly aceptó:

—Ahí también tienes razón —y añadió con pena—: Entonces, supongo que también se inventaron esa historia sobre el cuenco que rompieron y que él rehízo con magia, ¿no?

—Hum. No. Eso es verdad —admitió Fawn—. Mamá lo ha llevado arriba hoy, para que no lo tiren otra vez.

Un silencio pensativo siguió a esto, mientras Filly empujaba los rizos para ahuecarlos y apartaba las manos de Fawn, que querían alisarlos.

—Es muy alto —dijo Ginger en un nuevo tono especulativo—, y tú eres muy baja. Me parece que te aplastará como a un bicho. Además, se ha hecho daño en los dos brazos. ¿Cómo os las vais a arreglar esta noche?

—Dag es muy ingenioso —dijo Fawn con firmeza.

Filly la empujó con un dedo y rió.

—¿Y tú cómo lo sabes, eh?

Ginger se rió.

—Alguien ha estado probando, me parece. ¿Qué estabais haciendo los dos, en el camino durante un mes?

Fawn agitó la cabeza y resopló.

—Nada que os importe —tras un momento, no pudo evitar añadir con satisfacción—: Pero sí os diré que ahora no podría volver a los granjeros —lo cual ocasionó una explosión de risotadas, rápidamente ahogadas cuando Nattie volvió a entrar.

Ginger le acercó una silla junto al banco de Fawn, y Nattie dejó la tela en la que había envuelto los cordones trenzados; acababa de darle el suyo a Dag, junto a su regalo sorpresa.

—¿Le ha gustado la camisa nupcial? —preguntó Fawn, un poco triste porque no podía preguntar a Nattie ¿Cómo le sienta?

—Oh, sí, cariño, estaba muy contento. Yo diría que hasta conmovido. Ha dicho que nunca había tenido nada tan bonito en su vida, y estaba asombrado de que la hubiéramos hecho tan rápido y en secreto. Aunque ha dicho que ha sido un alivio poder explicar lo de las chicas con los cordeles de medir ayer, que le había estado preocupando un poco.

Abrió el paquete; el oscuro cordón estaba enrollado sobre su regazo, con las cuentas de oro brillando firmes y lujosas en los extremos.

—¿Dónde se ha puesto el cordón? ¿Dónde me pongo yo el mío?

—Dice que la gente los lleva en la muñeca izquierda si son diestros. Y si no en la otra, naturalmente. Él se lo ha puesto alrededor del brazo sobre el arnés, por ahora. Dice que cuando sea el momento de la unión, él se puede sentar y tú ponerte frente a él, el lado izquierdo frente al lado izquierdo, y así yo podría atar los cordones sin demasiado problema.

—Muy bien —dijo Fawn dudosa, intentando imaginarlo.

Extendió el brazo izquierdo y dejó que Nattie enrollara el cordón varias veces en torno a su muñeca como un brazalete, atando los extremos en un lazo de momento. Las cuentas quedaban muy bien, y movió la mano para hacerlas rebotar contra su piel. Un poco de su ser más secreto estaba en él, había dicho Dag, unido con su sangre; debía aceptar su palabra.

Entonces llegó la hora de ponerse el vestido, el bueno de algodón verde, lavado y cuidadosamente planchado para la ocasión; su otro vestido bueno era de lana para el invierno. Que Dag recordara ese vestido de esa noche en Glassforge cuando se lo había quitado con tanto cuidado y urgencia, desenvolviéndola como un regalo, debía mantenerse como un secreto entre ellos dos; pero esperó que verlo le diera ánimos. Entre Ginger y Filly le pusieron el vestido con cuidado por la cabeza para no estropearle el peinado ni aplastar los lirios.

Sonó un golpe en la puerta, de alguien que no quería esperar permiso para entrar; Whit, que miró a Fawn y parpadeó. Abrió la boca como si fuera a lanzar alguna de sus pullas, luego pareció pensárselo mejor y sonrió incómodo.

—Dag dice que qué hace con las armas —recitó, revelándose como un mensajero—. Parece que se las quiere poner todas. Quiere decir todas, a la vez. Dice que es para mostrar lo que un patrullero lleva a la tienda de su novia. Fletch dice que nadie lleva armas a una boda, que eso no se hace. Papá dice que no sabe qué hacer. De modo que Dag ha dicho que preguntemos a Chispa, y él hará lo que ella diga.

Fawn empezó a responder Sí, es su boda también, debería tener alguna de sus costumbres, pero en vez de eso dijo con algo de prevención:

—¿De cuántas armas estamos hablando?

—Bueno, está el pincho enorme ese que llama su cuchillo de guerra, para empezar. Luego está el que se mete en la bota, y otro que a veces se sujeta al muslo. No sé para qué querrá tres cuchillos cuando sólo tiene una mano. Luego tiene el arco raro ese, y la aljaba con flechas, que también lleva sujetos unos cuchillitos. Parecía preocupado por no tener una espada también, al parecer tiene una que heredó de su padre en su campamento, y una lanza de fresno o algo así para luchar a caballo, que tampoco tiene aquí. Por fortuna.

Ginger y Filly escucharon este largo catálogo con caras cada vez más preocupadas.

Whit, mostrando su acuerdo con ellas con un asentimiento, terminó:

—Uno pensaría que el hombre tiene que sonar a lata cuando anda. Yo diría que lo último que quieres es que un patrullero caiga al agua el día de su boda. —Alzó las cejas con morboso entusiasmo—. ¿Crees que habrá matado a alguien con todo ese arsenal? Supongo que sí, en algún momento. Tiene una colección impresionante de cicatrices, lo vi cuando estábamos lavándonos. Aunque imagino que ha tenido tiempo de acumularlas —tras otro momento contemplativo, añadió—: ¿Crees que se está poniendo nervioso por la boda? No lo parece, pero con él, ¿cómo puedes decirlo?

Con Whit de ayudante, era un milagro que Dag no estuviera frenético ya, pensó Fawn ácidamente.

—Dile —la lengua de Fawn dudaba entre sí y no, recordando todo lo que había visto a Dag matar con esas armas—, dile que sólo el cuchillo de guerra —en el caso de que fueran nervios y el cuchillo fuera un consuelo—. Dile que puede representar a las demás armas, ¿de acuerdo? Lo sabremos.

—Muy bien —Whit no se marchó enseguida, se quedó rascándose la cabeza.

—¿Le sentaba bien la camisa? —preguntó Fawn.

—Oh, sí, supongo.

—¿Supones? ¿No has mirado? ¡Agh! Es inútil preguntarte a ti, imagino.

—Le gustó. No hacía más que tocarla con los dedos asomando por los vendajes, en todo caso, como si le gustara el tacto. Pero que lo quiero que me expliquen es… ya sabes, he tenido que ayudarle a abrocharse o desabrocharse los botones. ¿Cómo se las ha estado arreglando durante toda esta semana? Porque nunca he visto que fuera desabrochado por ahí. Y no me importa que sea un hechicero, ha tenido que ir a hacer sus necesidades alguna vez…

—Whit —dijo Fawn—, lárgate.

Ginger y Filly, tras pensarlo un poco, miraron la cara sonrojada de Fawn y prorrumpieron en risitas como teteras hirvientes.