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—Odio verte partir al camino sin nada —sollozó Mamá.

Fawn miró sus abultadas alforjas y todos los paquetes extra, la mayoría llenos de comida, atados en torno a la paciente Grace; Fawn apenas había conseguido rechazar la oferta de una cesta de mimbre para atar encima de todo. Dag, mencionando el carácter de Mocasín, había tenido más éxito en evitar las provisiones y los regalos de última hora. Tras una breve pelea con su lengua, ella sólo dijo:

—Nos arreglaremos de algún modo, Mamá.

Y entonces Papá la subió a Grace, y Dag, enrollándose las riendas en torno al gancho, se subió al alto Mocasín en un solo y fluido movimiento a pesar del cabestrillo.

—Cuida de ella, patrullero —dijo Papá con voz ronca.

Dag asintió.

—Eso pretendo, señor.

Nattie apretó la rodilla de Fawn, y susurró:

—Y tú cuida de él también, cariño. Visto el modo en que ese hombre se deja pedazos por ahí, quizá tu tarea sea la más dura.

Fawn se inclinó hacia la oreja de Nattie.

—Eso pretendo.

Y se pusieron en camino, bajo una lluvia de adioses pero de nada más; la tarde era cálida y despejada, y apenas mediada. Estarían bien lejos de West Blue para cuando acamparan esa noche. La granja quedó tras ellos mientras bajaban por el camino, y pronto quedó oculta por los árboles.

—Lo hemos conseguido —dijo Fawn, aliviada—. Hemos escapado de nuevo. Durante algún tiempo pensé que no lo haríamos.

—Te dije que no te abandonaría —observó Dag, cuyos ojos en esta luz eran de un dorado más brillante que las cuentas en los extremos de su cordón matrimonial.

Fawn se volvió en la silla para dar una última mirada colina arriba.

—No tenías por qué hacerlo así.

—No. No tenía por qué —sus ojos sonrieron—. Piénsalo, Chispa.

Intentar darse un beso mientras iban montados en dos caballos de alturas y zancadas desiguales acabó en una especie de pasada de refilón, pero la intención fue totalmente satisfactoria. Llevaron sus monturas hacia la carretera del río.

Era el absoluto opuesto de su primera huida de casa. Entonces había salido en secreto, en la oscuridad, sola, asustada, furiosa, a pie, y con todas sus posesiones en una delgada manta enrollada a la espalda. Incluso la dirección era la opuesta: al sur, en lugar de al norte como ahora.

Sólo en un aspecto se parecían los dos viajes: sentía que ambos eran un salto a lo desconocido.

Fin