—¡Yukiri! —llamó una voz de mujer desde una zona del corredor de más arriba.
Una Asentada de la Antecámara de la Torre no brincaba como una cabra sobresaltada al oír su nombre, pero Yukiri lo hizo. De no haber estado agarrando a Meidani, se habría caído; y, aun así, las dos mujeres se tambalearon como granjeros borrachos en un baile de la cosecha.
Tras recuperarse, Yukiri se arregló el chal y adoptó un gesto ceñudo que no se borró cuando vio quién caminaba apresuradamente hacia ella. Se suponía que Seaine debía permanecer en sus aposentos, rodeada de tantas hermanas Blancas como le fuera posible cuando no estuviera con Yukiri o alguna de las otras Asentadas que sabían lo de Talene y el Ajah Negro, pero allí estaba, bajando a toda prisa por el corredor acompañada sólo por Bernaile Gelbarn, una fornida tarabonesa que también era otra de las grajillas de Meidani. Leonin se apartó y dedicó una reverencia formal a Seaine, con las puntas de los dedos sobre el corazón. Meidani y Bernaile cometieron la estupidez de intercambiar una sonrisa. Eran amigas, pero deberían darse cuenta de que una nunca sabía quién podría estar observando. Yukiri no estaba de humor para sonrisas.
—¿Tomando el aire, Seaine? —dijo secamente—. A Saerin no le hará gracia cuando se lo cuente. Ni pizca. Y a mí tampoco, Seaine.
Meidani dejó escapar un ahogado sonido gutural, y la cabeza de Bernaile se agitó, de manera que las cuentas de las múltiples trencillas tintinearon al chocar entre sí. Las dos se pusieron a contemplar un tapiz que supuestamente representaba la humillación de la reina Rhiannon, y, a pesar del gesto sosegado de sus semblantes, resultaba obvio que habrían querido encontrarse en cualquier otro lugar. A sus ojos, las Asentadas debían ser iguales. Y lo eran. Normalmente. En cierto modo. Leonin no había podido escuchar una palabra de lo dicho, pero, por supuesto, percibía el estado de ánimo de Meidani y se retiró un paso más. Sin dejar de vigilar el corredor, ni que decir tiene. Un buen hombre. Un hombre prudente y listo.
Seaine había percibido lo suficiente para mostrarse avergonzada. En un gesto inconsciente, se alisó el vestido cubierto de bordados blancos en el repulgo y el corpiño, pero casi de inmediato sus manos se cerraron sobre el chal y sus cejas se fruncieron en un gesto obstinado. Seaine había sido tozuda desde el primer día que había pasado en la Torre. Era hija de un fabricante de muebles de Lugard, al que convenció para que comprara dos pasajes para su madre y para ella. Pasaje para dos río arriba, pero sólo uno de regreso corriente abajo. Tozuda y segura de sí misma. Y con frecuencia tan ajena al mundo exterior como cualquier Marrón. Las Blancas solían ser así, todo lógica y ningún discernimiento.
—No hace falta que me esconda del Ajah Negro, Yukiri —dijo.
Yukiri dio un respingo. Esa mujer era una necia por nombrar al Ajah Negro en un espacio abierto. El corredor seguía desierto en ambas direcciones hasta donde la curva del trazado permitía ver, pero la falta de precaución daba pie a un mayor descuido. También ella podía ser obstinada cuando hacía falta, pero al menos demostraba tener más cerebro que un ganso para discernir cuándo y dónde. Abrió la boca para decirle cuatro verdades, pero la otra mujer se le adelantó.
—Saerin me dijo que podía venir en tu busca. —Los labios de Seaine se apretaron y la sangre tiñó sus mejillas por haber tenido que pedir permiso o por haber tenido que preguntar. Era comprensible que la molestara su situación, desde luego. Pero no aceptarlo era una estupidez por su parte—. Necesito hablar contigo en privado, Yukiri. Sobre el segundo misterio.
Por un instante Yukiri se quedó tan desconcertada como parecían estarlo Meidani y Bernaile. Podían fingir que no escuchaban, pero eso no les cerraba los oídos. ¿Segundo misterio? ¿A qué se refería Seaine? A no ser que… ¿Hablaría de eso que las había conducido a la caza del Ajah Negro? Preguntarse por qué las cabezas de los Ajahs se reunían en secreto había dejado de ser urgente comparado con hallar Amigas Siniestras entre las hermanas.
—De acuerdo, Seaine —respondió con más calma de la que sentía—. Meidani, ve con Leonin corredor abajo justo hasta donde nos veáis a Seaine y a mí en la curva. Vigila por si alguien se acerca por ese lado. Bernaile, haz lo mismo corredor arriba. —Echaron a andar antes de que acabara de hablar, y, tan pronto como se encontraron lo bastante lejos para que no las oyeran, se volvió hacia Seaine—. ¿Y bien?
Con gran sorpresa de Yukiri, el brillo del saidar envolvió a la hermana Blanca, que tejió una salvaguardia alrededor de ambas para que nadie escuchara la conversación. Aquello era un claro indicio de secretos para cualquiera que lo viera. Más valía que fuera algo importante.
—Piénsalo con lógica. —La voz de Seaine sonaba tranquila, pero seguía apuñando el chal con las manos crispadas. Su postura era tan erguida que se alzaba sobre Yukiri a pesar de no ser mucho más alta que la media—. Hace más de un mes, casi dos, que Elaida acudió a mi cuarto, y casi dos semanas desde que nos encontraste a Pevara y a mí. Estaría muerta a estas alturas si el Ajah Negro supiese algo sobre mí. Pevara y yo habríamos muerto antes de que Doesine, Saerin y tú hubieseis dado con nosotras. Por consiguiente, lo ignoran. No saben nada sobre ninguna de nosotras. Admito que me asusté al principio, pero ahora tengo total dominio de mí misma. No hay razón para que las demás sigáis tratándome como a una novicia. —Cierta irritación invadió la calma—. Y una novicia sin seso, dicho sea de paso.
—Tendrás que hablar con Saerin —repuso secamente Yukiri.
Saerin se había puesto al mando desde el principio —después de cuarenta años en la Antecámara representando a las Marrones, a Saerin se le daba muy bien ponerse al mando—, y ella no tenía intención de oponerse a menos que debiera, y no sin hacer valer el privilegio de Asentada que difícilmente podía alegar en las circunstancias actuales. Sería tan inútil como intentar parar un peñasco que rodara cuesta abajo. Si se podía convencer a Saerin, Pevara y Doesine aceptarían, y ella no se opondría.
—Bien, ¿qué pasa con ese «segundo secreto»? ¿Te refieres a las reuniones de las cabezas de los Ajahs?
El semblante de Seaine adoptó una expresión terca como una mula, y Yukiri casi esperó verla echar las orejas hacia atrás. Entonces soltó un hondo suspiro.
—¿La cabeza de tu Ajah influyó para que se eligiera a Andaya para la Antecámara? Me refiero a más de lo habitual.
—Lo hizo, sí —contestó cautelosamente Yukiri.
Todas estaban convencidas de que Andaya entraría en la Antecámara algún día, quizás en otros cuarenta o cincuenta años, pero Serancha casi la había designado, cuando el método habitual era discutir el tema hasta llegar a un consenso sobre dos o tres candidatas y después una votación secreta. Sin embargo, eso era asunto de cada Ajah, tan secreto como el nombre y título de Serancha.
—Lo sabía. —Seaine asintió con la cabeza, excitada, un comportamiento por completo opuesto a lo que era habitual en ella—. Saerin dice que Juilaine también fue elegida a dedo entre las Marrones, que al parecer no es la forma habitual, y Doesine dice lo mismo sobre Suana, aunque vaciló antes de admitir nada. Creo que la misma Suana puede ser cabeza del Amarillo. En cualquier caso, fue Asentada durante cuarenta años la primera vez y sabes que no es corriente ocupar un sillón después de haber sido Asentada tanto tiempo. Y Ferane dejó su puesto en el Blanco hace menos de diez años; nadie había vuelto a entrar en la Antecámara tras un período tan corto. Para colmo, Talene dice que las Verdes proponen candidatas y que su Capitán General elige una, pero Adelorna designó a Rina sin haber habido antes propuesta de candidatas.
Yukiri logró reprimir una mueca a duras penas. Todo el mundo sospechaba quién encabezaba otros Ajahs o de otro modo nadie se habría fijado en las reuniones, para empezar. Sin embargo, pronunciar los nombres en voz alta era descortés, como poco. Cualquiera que no fuese una Asentada podría recibir un castigo por ello. Por supuesto, Seaine y ella sabían lo de Adelorna. En su afán por congraciarse, Talene había soltado todos los secretos de las Verdes sin que le preguntaran. Todas se habían sentido violentas salvo la propia Talene. Al menos eso explicaba la razón de que las Verdes se pusieran hechas una furia cuando se azotó a Adelorna. Con todo, Capitán General era un título ridículo por muy Ajah de Batalla que lo llamaran. Al menos Primera Agregada describía lo que hacía Serancha, en cierta medida.