Gawyn no lamentaría ver partir a ninguna de las dos. Tarna había llegado a Dorlan apenas un día después de la aparición del misterioso ejército, y, fuera como fuera el modo en que arreglaban esas cosas las Aes Sedai, desplazó de inmediato a Lusonia Cole de su habitación en el piso de arriba y despojó a Covarla Baldene del mando de las otras once hermanas que había ya en el pueblo. A juzgar por el modo en que se hizo cargo de todo, habríase dicho que era una Verde, preguntando a las hermanas sobre la situación, inspeccionando atentamente a los Cachorros a diario, como si buscase posibles Guardianes. Tener a una Roja observándolos de ese modo hizo que los hombres empezaran a mirar a hurtadillas por encima del hombro. Peor aún, Tarna pasaba largas horas cabalgando, hiciese el tiempo que hiciese, tratando de encontrar a algún lugareño que le mostrara el camino a la ciudad, salvando el cerco. Antes o después, acabaría llevando a los exploradores de los sitiadores hasta Dorlan. Katerine había llegado el día anterior, furiosa porque el camino a Tar Valon estaba cortado, y al momento les quitó el mando a Tarna y la habitación a Covarla. Aunque no hizo uso de su autoridad del mismo modo. Evitaba a las otras hermanas y se había negado a decirle a nadie por qué había desaparecido de los pozos de Dumai ni dónde había estado. Pero también ella había inspeccionado a los Cachorros. Con el aire de una mujer que examina un hacha que se propone usar, sin importarle la sangre que pudiera derramarse. No le habría sorprendido que hubiese intentado intimidarlo para que le abrieran paso hasta los puentes que llevaban a la ciudad. A decir verdad, se alegraría mucho si se marchaban. Claro que, cuando se hubiesen ido, tendría que vérselas con Narenwin. Y con las órdenes de Elaida.
—Es menos que una aldea, Katerine —dijo la hermana, que tiritaba—, sólo hay tres o cuatro casuchas de pescadores a un día entero de marcha por tierra, río abajo. Más aún desde aquí. —Se remangó un poco la falda húmeda y la acercó al fuego—. Es posible que hallemos un modo de enviar mensajes a la ciudad, pero las dos hacéis falta aquí. Lo único que frenó a Elaida de enviar a cincuenta hermanas o más en lugar de a mí sola fue la dificultad de conseguir ni siquiera un bote pequeño para cruzar el río sin ser vistas, incluso en la oscuridad. He de admitir que me sorprendió saber que había hermanas tan cerca de Tar Valon. En las circunstancias actuales, todas las hermanas que estén fuera de la ciudad tienen que…
Tarna la interrumpió levantando una mano con firmeza.
—Elaida ni siquiera puede saber que estoy aquí. —Katerine cerró la boca y frunció el entrecejo, con la barbilla levantada, pero dejó que la otra Roja siguiera—. ¿Qué órdenes te dio respecto a las hermanas que están en Dorlan, Narenwin?
Ragar clavó la vista en el suelo de madera. Había afrontado la batalla sin pestañear, pero sólo un necio quería encontrarse cerca de unas Aes Sedai que discutían. La mujer más baja manoseó unos instantes más su falda.
—Se me ordenó ponerme al mando de las hermanas que encontrara aquí —respondió con aire estirado—, y que hiciera lo que pudiera. —Al cabo de un momento suspiró y se corrigió de mala gana—: De las hermanas que encontrara aquí al mando de Covarla. Pero sin duda…
Esta vez fue Katerine quien la interrumpió.
—Nunca he estado al mando de Covarla, Narenwin, de modo que esas órdenes no son aplicables para mí. Por la mañana me pondré en camino para encontrar esas tres o cuatro cabañas de pescadores.
—Pero…
—Ya basta, Narenwin —instó Katerine con voz gélida—. Puedes hacer los arreglos que sean con Covarla. —La mujer de cabello negro lanzó a su hermana de Ajah una mirada de reojo—. Supongo que puedes acompañarme, Tarna. En un bote de pesca habrá sitio para dos.
Tarna inclinó la cabeza de un modo apenas perceptible, posiblemente dando las gracias. Concluidos sus asuntos, las dos Rojas se ciñeron las capas y se dirigieron hacia la puerta que había más al fondo. Narenwin lanzó una mirada irritada a sus espaldas y volvió su atención a Gawyn al tiempo que cambiaba la expresión por una máscara de calma.
—¿Tenéis noticias de mi hermana? —preguntó antes de que la mujer tuviese tiempo de abrir la boca—. ¿Sabéis dónde está?
La mujer estaba realmente cansada. Parpadeó y Gawyn casi la vio discurrir una respuesta que no le aclararía nada.
Parada a medio camino a la puerta, fue Tarna la que contestó:
—Elayne se encontraba con las rebeldes cuando la vi por última vez. —Todas las cabezas se volvieron bruscamente hacia ella—. Pero vuestra hermana no corre peligro de sufrir punición —continuó sosegadamente—, de modo que quitaos eso de la cabeza. Las Aceptadas no pueden elegir a qué hermanas obedecer. Os doy mi palabra; conforme a la ley, no puede sufrir un daño perdurable por ello. —Pareció no darse cuenta de la mirada gélida de Katerine ni de los ojos desorbitados de Narenwin.
—Podríais habérmelo dicho antes —replicó secamente Gawyn. Nadie hablaba con brusquedad a las Aes Sedai, no más de una vez, pero ya le daba igual. ¿La sorpresa de las otras dos era porque Tarna sabía lo de Elayne o porque se lo había contado?—. ¿Qué queréis decir con que no recibirá «un daño perdurable»?
La hermana de cabello rubio claro soltó una carcajada.
—No puedo prometer que no sufrirá unos cuantos verdugones si da demasiados pasos en falso. Pero Elayne es una Aceptada, no Aes Sedai, y eso la protege de un castigo más duro si una hermana la lleva por mal camino. Nunca lo preguntasteis, Gawyn. Además, no necesita que la rescaten, aunque pudieseis hacerlo. Está con Aes Sedai. Ahora ya sabéis todo lo que puedo contaros sobre ella. Y voy a dormir unas cuantas horas antes de que amanezca. Os dejo con Narenwin.
Katerine la siguió con la mirada sin cambiar de expresión un ápice; una mujer de hielo y ojos de un felino a la caza. Entonces salió también de la estancia tan rápidamente que la capa ondeó tras ella.
—Tarna tiene razón —dijo Narenwin una vez que la puerta se hubo cerrado detrás de Katerine. La menuda mujer no haría una buena demostración de serenidad y misterio Aes Sedai en compañía de las otras dos, pero estando sola se las arreglaba muy bien—. Elayne está ligada a la Torre Blanca. Igual que vos, por mucho que habléis de expulsión. La historia de Andor os compromete con la Torre.
—Los Cachorros estamos comprometidos con la Torre por propia iniciativa, Narenwin Sedai —intervino Ragar al tiempo que hacía una reverencia formal. La mirada de la Aes Sedai permaneció prendida en Gawyn.
Él cerró los ojos y tuvo que hacer un esfuerzo para no frotárselos con los pulpejos de las manos. Los Cachorros estaban comprometidos con la Torre Blanca, sí. Nadie olvidaría que habían combatido en el mismo recinto de la Torre para impedir el rescate de una Amyrlin depuesta. Para bien o para mal, ese acto los acompañaría hasta la tumba. También estaba marcado por ello, y por sus propios secretos. Después de aquel derramamiento de sangre, fue él quien dejó escapar a Siuan Sanche. Sin embargo, lo principal era que Elayne lo comprometía con la Torre Blanca, al igual que Egwene al’Vere, y no sabía cuál era la atadura más fuerte, si el amor por su hermana o el amor de su corazón. Desatarse de una era desatar las tres, y mientras viviera no podía abandonar a Elayne ni a Egwene.
—Tenéis mi palabra de que haré todo lo posible —dijo en tono cansado—. ¿Qué quiere Elaida de mí?