—Karldin, ¿conoces el tipo de Curación que utiliza Damer Flinn? —preguntó Samitsu—. ¿El que utiliza los Cinco Poderes a la vez?
El joven hizo una pausa y miró con el entrecejo fruncido.
—¿Flinn? Ni siquiera sé de lo que habláis. No tengo mucho Talento para la Curación, de todos modos. —Miró a Dobraine y añadió—: A mí me parece que está muerto, pero espero que podáis salvarlo. Estuvo en los pozos de Dumai. —Dicho esto, siguió rebuscando en la chaqueta del criado muerto.
Samitsu se lamió los labios. En situaciones como aquélla, cuando todas las posibles elecciones eran malas, el gozo de llenarse de saidar siempre parecía disminuido. Con cuidado, unió flujos de Aire, Energía y Agua en un tejido, el básico de la Curación que cualquier hermana sabía. Nadie que se recordara había tenido el Talento de la Curación tan fuerte como ella, y la mayoría de las hermanas estaban limitadas en lo que podían Curar, algunas poco más que contusiones. Ella sola era capaz de Curar casi tan bien como un círculo coligado. Las hermanas solían ser incapaces de regular el tejido ni poco ni mucho; gran parte ni siquiera intentaba aprender. Ella había sido capaz de hacerlo desde el principio. Oh, bien, ella no podía Curar algo en particular y dejar todo lo demás igual, como podía hacer Damer; lo que hiciera afectaría a todo, desde las puñaladas hasta la congestión de nariz que también sufría Dobraine. El Ahondamiento le había descubierto todo lo que le pasaba. Pero podía hacer desaparecer las peores heridas como si nunca hubieran existido, o Curar de manera que sería como si la persona hubiese pasado unos días recuperándose por sí misma, o cualquier cosa entre ambos extremos. Cada modo exigía el mismo esfuerzo para ella, pero no para el paciente. Cuanto menor el cambio hecho en el cuerpo, menor la cantidad de fuerza que consumía. Sólo que, a excepción del tajo en el cráneo, las heridas de Dobraine eran todas graves, cuatro profundos pinchazos en los pulmones, dos de los cuales habían rozado también el corazón. La Curación más fuerte lo mataría antes de que las heridas acabaran de cerrarse, mientras que la más débil lo haría volver en sí el tiempo suficiente para que se ahogara con su propia sangre. Tenía que escoger un punto intermedio y esperar no equivocarse.
«Soy la mejor que ha habido nunca —pensó con firmeza. Cadsuane se lo había dicho—. ¡Soy la mejor!» Alterando ligeramente el tejido, dejó que penetrara en el hombre inmóvil.
Algunos de los criados gritaron alarmados cuando el cuerpo de Dobraine sufrió convulsiones. Se sentó a medias con los hundidos ojos abiertos de par en par y durante el tiempo suficiente para que un sonido que semejaba mucho un largo estertor de muerte saliera de su boca. Entonces los ojos se le pusieron en blanco y, escapándose de los brazos de Samitsu, cayó pesadamente en la camilla. Presurosa, la Amarilla reajustó el tejido y Ahondó de nuevo, conteniendo la respiración. Vivía. Por un pelo, y tan débil que todavía podía morir, pero no serían esas puñaladas las que acabarían con él, salvo indirectamente. Incluso a través de la sangre reseca que apelmazaba el cabello afeitado en la frente, Samitsu pudo ver la línea sonrosada y fruncida de una cicatriz reciente en su cráneo. Tendría otras igual bajo la chaqueta, y quizá sufriera cierto ahogo cuando realizara un ejercicio excesivo, si se reponía; sin embargo, de momento, vivía, y eso era lo que importaba. Todavía estaba el asunto de quién lo quería ver muerto y por qué.
Soltó el Poder y se puso de pie, tambaleándose. Vaciarse de saidar siempre la hacía sentirse cansada. Uno de los criados, boquiabierto, le tendió el paño que había estado a punto de poner sobre el rostro de su señor, y la Amarilla lo utilizó para limpiarse las manos.
—Llevadlo a su cama —ordenó—. Haced que beba tanta agua endulzada con miel como podáis. Necesita recuperar fuerza cuanto antes. Y encontrad a una Mujer Sabia, una… ¿Lectora? Sí, una Lectora. También la necesitará. —Ahora ya no estaba en sus manos, y las hierbas podrían ser de ayuda. Al menos, daño no le harían, viniendo de una Lectora, y en el peor de los casos la mujer se aseguraría de que le dieran suficiente agua con miel, pero no en exceso.
Con muchas reverencias y murmullos agradecidos, cuatro de los sirvientes cargaron la camilla y trasladaron a Dobraine a las estancias más reservadas de sus aposentos. La mayoría de los demás criados los siguieron presurosos, con expresiones de alivio, y el resto salió corriendo al pasillo. Un instante después se oían gritos de contento y vítores, y Samitsu oyó clamar su nombre tan a menudo como el de Dobraine. Era muy gratificante. Y lo habría sido mucho más si Sashalle no hubiera sonreído al tiempo que le dedicaba un gesto de asentimiento con aire aprobador. ¡Aprobador! ¿Y por qué no una palmadita en la cabeza, puesta ya?
Karldin no había prestado la menor atención al proceso de Curación, que Samitsu supiera. Tras acabar de registrar el segundo cadáver, se incorporó y cruzó la estancia hacia Loial, a quien intentó enseñar algo, algo que ocultaba con su cuerpo, sin que las Aes Sedai se percataran. Loial lo cogió —un papel doblado, de color cremoso— de la mano del Asha’man, lo sostuvo en alto y lo desplegó con los gruesos dedos haciendo caso omiso del ceño del Karldin.
—Pero esto no tiene sentido —murmuró el Ogier, que frunció el entrecejo a medida que leía—. En absoluto. A menos que… —Se calló de golpe y sus largas orejas se agitaron a la par que intercambiaba una mirada tensa con el joven de cabello claro, que asintió con la cabeza bruscamente—. Oh, mal asunto esto, muy malo —dijo luego—. Si había más de dos, Karldin, si descubrieron… —De nuevo cortó la frase ante la frenética sacudida de cabeza del joven.
—Dame eso que lo lea, por favor —dijo Sashalle con la mano extendida, y a pesar del «por favor» no era una petición.
Karldin intentó arrebatar el papel a Loial de la mano, pero el Ogier se lo tendió sosegadamente a Sashalle, que lo leyó sin que su expresión cambiara y después se lo pasó a Samitsu. Era un papel grueso, suave y caro, y reciente por su aspecto. Samitsu tuvo que frenar el impulso de enarcar las cejas a medida que leía.
«Por orden mía, los portadores de esta nota tienen que retirar de mis aposentos ciertos objetos que ellos saben, y sacarlos del Palacio del Sol. Ha de dárseles acceso a solas a mis habitaciones, prestarles cualquier ayuda que requieran y guardarse silencio sobre este asunto, en nombre del Dragón Renacido y so pena de incurrir en su desagrado».
Había visto escritos de Dobraine lo bastante a menudo para reconocer la redonda caligrafía como suya.
—Obviamente, alguien tiene un falsificador muy bueno a su servicio —dijo, con lo que se ganó una rápida y despectiva mirada de Sashalle.
—Es improbable que la escribiera él y que sus propios hombres lo acuchillaran por error —manifestó la Roja en un tono cortante. Miró alternativamente a Loial y al Asha’man—. ¿Qué es lo que podrían haber encontrado? —demandó—. ¿Qué es lo que teméis que pudieran encontrar? —Karldin le sostuvo la mirada con otra vacía de expresión.
—Me refería a lo que quiera que estuvieran buscando —contestó Loial—. Tenían que estar aquí para robar algo. —Pero sus orejas copetudas se agitaron tan violentamente que casi vibraron antes de que pudiera controlarlas. En su mayoría, los Ogier mentían muy mal, al menos cuando eran jóvenes.
—Lo que sabéis es importante. —Los tirabuzones de Sashalle se mecieron cuando la hermana sacudió la cabeza con parsimonia—. Y ninguno de los dos se marchará hasta que yo lo sepa también.