No parecía asustado, pero unas arrugas en su frente denotaban preocupación, y echó el brazo sobre los hombros de su mujer en actitud protectora. La sonrisa de Clarine se borró y alzó la mano para ponerla sobre la de su esposo. Confiaban en el juicio de Valan, a su manera, pero sabían el riesgo que corrían. O creían que lo sabían. Lo que pensaban ya era un riesgo importante.
—¿Qué quieren? —demandó Egeanin, que se soltó de Mat antes de que éste tuviera ocasión de abrir la boca. De hecho, nadie esperó a que lo hiciera.
—Sostén esto —dijo Noal, tendiendo el cesto y la caña de pescar al tipo tuerto, que lo miró boquiabierto. Después metió la nudosa mano en su chaqueta, donde guardaba dos cuchillos largos—. ¿Podemos llegar a nuestros caballos? —le preguntó a Petro. El forzudo lo miró con incertidumbre. Mat no era el único que albergaba dudas de si Noal estaba en sus cabales.
—No parecen interesados en registrar —se apresuró a comentar Clarine, que hizo un amago de reverencia a Egeanin. Se suponía que todos debían fingir que Mat y los otros formaban parte del espectáculo, pero muy pocos conseguían llevarlo a la práctica con Egeanin—. El oficial lleva más de media hora en la carreta de Luca, pero los soldados han permanecido junto a los caballos todo el tiempo.
—No creo que hayan venido por vos —añadió respetuosamente Petro, dirigiéndose de nuevo a Egeanin. ¿Por qué iba a ser diferente él? Seguramente practicaba la bienvenida a nobles en esa posada—. Sólo queríamos que no os sorprendieseis ni os preocuparais al verlos. Seguro que Luca los echará sin problema. —A despecho de su tono, las arrugas de la frente no se borraron. A la mayoría de los hombres les disgustaría que su esposa huyera, y un noble podía descargar el peso de su ira sobre otros. Un espectáculo ambulante, forasteros que iban de paso, era una diana fácil sin complicaciones añadidas—. No debe preocuparos que nadie diga algo fuera de lugar, milady. —Petro miró a los cuidadores de caballos y añadió—: ¿Verdad que no, Col?
El de la nariz torcida sacudió la cabeza, con los ojos prendidos en los dados que hacía saltar sobre la palma de la mano. Era un tipo grande, aunque no tanto como Petro, y el forzudo era capaz de enderezar herraduras sólo con sus manos.
—A todo el mundo le gusta tener ocasión de escupir en las botas de un noble de vez en cuando —rezongó el tipo tuerto mientras echaba un vistazo al interior del cesto de pescado. Era casi tan alto y tan ancho de hombros como Col, pero su tez semejaba un cuero viejo con arrugas y aún tenía menos dientes que Noal. Miró de soslayo a Egeanin, agachó la cabeza y añadió—: Con perdón de milady. Además, así todos ganamos algo de dinero, que últimamente ha habido muy poco. ¿Verdad, Col? Todo el mundo habla de que esos seanchan nos agarrarán a todos, quizá que nos colgarán como a esos Marinos. O que nos pondrán a trabajar limpiándoles los canales al otro lado de la bahía. —Los cuidadores de caballos se ocupaban de lo que hiciera falta en el espectáculo, desde echar una mano en las estacadas de caballos y limpiar las jaulas de los animales hasta levantar y quitar el muro de lona, pero el tipo se estremeció como si la idea de sacar el légamo de los canales del Rahad fuera una posibilidad peor que ser ahorcado.
—¿Acaso he dicho algo sobre hablar? —protestó Col, alzando las manos—. Sólo pregunté cuánto tiempo íbamos a quedarnos aquí, eso es todo. Sólo pregunté cuándo íbamos a ver algo de ese dinero.
—Nos quedamos aquí mientras yo diga que nos quedamos. —Era impresionante lo duro que Egeanin podía hacer sonar ese acento seanchan sin levantar la voz, como una espada al salir de la vaina—. Verás tu dinero cuando lleguemos a nuestro destino. Habrá un pequeño extra para los que me sirvan lealmente. Y una fría tumba para cualquiera que piense en la traición.
Col se arrebujó en su capa llena de remiendos y abrió los ojos en un intento de parecer indignado, o tal vez inocente, pero la impresión que daba era de esperar que la mujer se acercara lo suficiente para birlarle la bolsa del dinero. Mat rechinó los dientes. Para empezar, era su oro el que Egeanin estaba prometiendo con tanta liberalidad. Tenía su propio dinero, pero ni de lejos suficiente para esto. Y lo más importante era que estaba intentando ponerse al mando otra vez. Luz, de no ser por él aún seguiría en Ebou Dar tramando cómo eludir a los Buscadores, o puede que incluso la estuvieran sometiendo a interrogatorio ya. De no ser por él nunca se le habría ocurrido quedarse cerca de la ciudad para zafarse de la persecución ni encontrar un escondite en el espectáculo de Luca. Pero ¿por qué habían ido soldados? Los seanchan habrían enviado cien hombres, un millar, de tener la más vaga sospecha de la presencia de Tuon allí. De sospechar que hubiera Aes Sedai… No, Petro y Clarine ignoraban que estaban ayudando a ocultar Aes Sedai, pero habrían mencionado la llegada de sul’dam y damane ya que los soldados no perseguirían hermanas sin ellas. Toqueteó la cabeza de zorro a través de la chaqueta. La llevaba estuviera dormido o despierto, y podría darle alguna señal de advertencia.
En ningún momento consideró la idea de ir por los caballos, y no sólo porque Col y una docena más como él irían corriendo a los seanchan antes de haberlo perdido de vista. No es que sintieran una especial animosidad contra él o Egeanin, que él supiera —incluso Rumann, el malabarista de espadas, parecía haberse emparejado felizmente con una contorsionista llamada Adria—, pero algunos tipos no resistirían la tentación de ganar un poco más de oro. En cualquier caso, los dados no rodaban dentro de su cabeza anunciando peligro. Y detrás de aquellas paredes de lona había personas a las que no podía abandonar.
—Si no están registrando, entonces no tenemos por qué preocuparnos —dijo con seguridad—. Pero gracias por la advertencia, Petro. No me gustan las sorpresas. —El forzudo hizo un ligero gesto como diciendo que no tenía importancia, pero Egeanin y Clarine miraron a Mat como si se sorprendieran de verlo allí. Incluso Col y el otro patán tuerto lo miraron parpadeando. Le costó un gran esfuerzo no rechinar los dientes otra vez—. Me acercaré dando un paseo a la carreta de Luca y veré qué puedo averiguar. Leilwin, ve con Noal a buscar a Olver y quedaos con él. —Les gustaba el chico, a todo el mundo le caía bien, y así se los quitaría de encima un rato. Podría escuchar a escondidas mejor estando solo. Y si tenían que huir, Egeanin y Noal ayudarían a escapar al chico, por lo menos. Quisiera la Luz que las cosas no llegaran a eso. No tendría otro resultado que el desastre.
—Bien, supongo que nadie vive eternamente —comentó Noal mientras volvía a coger el cesto y la caña.
¡El muy condenado hacía que una cabra con cólico pareciera alegre en comparación! De hecho, la frente de Petro se arrugó más. Los hombres casados siempre parecían estar preocupados, una de las razones por las que Mat no tenía ninguna prisa en ser uno de ellos. Noal desapareció en el recodo de la pared de lona y el tipo tuerto vio marcharse el pescado con tristeza. Ése era otro que parecía no estar del todo en sus cabales. Seguramente tenía una esposa por ahí.
Mat se caló el gorro casi hasta los ojos. Los dados seguían sin sonar. Intentó no pensar en cuántas veces había estado a punto de que lo degollaran o le partieran el cráneo sin que hubiera oído los dados. Pero tendrían que haber sonado si hubiese un peligro real. Naturalmente que sí.
No había dado tres pasos hacia el interior cuando Egeanin lo alcanzó y le rodeó la cintura con el brazo. Mat se paró y la miró con gesto torvo. Se resistía a sus órdenes como se resistía una trucha al anzuelo, pero esto iba más allá de la testarudez.
—¿Qué demonios hacéis? ¿Y si ese oficial seanchan os reconoce? —Eso era tan poco probable como que Tylin en persona apareciera por allí, pero merecía la pena aprovechar cualquier cosa que pudiera hacer que se marchara.