Logain se giró en la silla, una figura imponente de anchos hombros embutida en una chaqueta de corte perfecto, negra como boca de lobo, sin una sola pincelada de color a excepción de la Espada de plata y el Dragón esmaltado prendidos en los picos del cuello alto. Llevaba echada hacia atrás la negra capa, como negándose a permitir que el frío lo tocara. Quizás era así; esos hombres parecían creer que tenían que luchar contra todo, todo el tiempo. Logain le sonrió —¿tranquilizadoramente?— y Gabrelle parpadeó. ¿Había transmitido demasiada ansiedad a través del vínculo? Era una danza tan delicada tratar de controlar las emociones, ofrecer justo las reacciones correctas… Era casi como pasar la prueba para obtener el chal, donde cada tejido tenía que hacerse exactamente de cierto modo, sin la menor vacilación, a despecho de cualquier tipo de distracción, sólo que esta prueba seguía y seguía y seguía.
El hombre volvió su atención hacia Toveine, y Gabrelle soltó un suave suspiro. Entonces, no había sido más que una sonrisa. Un gesto amistoso. A menudo se mostraba agradable. Habría resultado simpático si hubiera sido cualquier otra cosa salvo lo que era.
Toveine le devolvió la sonrisa y Gabrelle tuvo que hacer un esfuerzo para no sacudir la cabeza con sorpresa, y no por primera vez. Se caló un poco más la capucha, como para resguardarse del frío, a fin de ocultar la cara a la par que le dejaba campo de visión para atisbar en derredor, y observó subrepticiamente a la hermana Roja.
Todo cuanto sabía de la otra mujer indicaba que guardaba sus odios a ras de superficie, si es que lo hacía, y Toveine detestaba a los hombres que encauzaban tan profundamente como cualquier Roja que Gabrelle conocía. Cualquier Roja despreciaría a Logain Ablar tras las manifestaciones que había hecho de que el Ajah Rojo lo había empujado a convertirse en un falso Dragón. Aunque ya no hablaba de ello, el daño estaba hecho. Había hermanas cautivas que miraban a las Rojas como si creyeran que ellas, al menos, habían caído en una trampa de la que eran responsables. Y, sin embargo, ¡Tovaine le sonreía casi como una muchachita boba! Gabrelle se mordisqueó el labio inferior en un gesto perplejo. Sí, Desandre y Lemai les habían ordenado a todas que procuraran mantener una relación cordial con los Asha’man que tenían sus vínculos —los hombres debían confiarse antes de que ellas pudiesen hacer algo útil—; pero, aunque Tovaine había admitido que tenía que ser así, se encrespaba sin tapujos a cada orden de cualquiera de las dos hermanas. Había detestado tener que cederles el mando y quizá se habría negado a hacerlo si la propia Lemai no hubiera pertenecido igualmente al Rojo. También odiaba el hecho de que nadie reconociera su autoridad tras haberlas conducido a la cautividad. Y, sin embargo, había sido entonces cuando empezó a sonreír a Logain.
Y, bien pensado, ¿cómo podía Logain, estando unido con ella a través del vínculo, interpretar esa sonrisa de otro modo que no fuera un engaño? Gabrelle también había hurgado ese núcleo en ocasiones sin llegar ni remotamente a desatarlo. Él sabía muchas cosas sobre Toveine, aunque habría bastado con saber cuál era su Ajah. Aun así, Gabrelle percibía tan poca desconfianza en el hombre cuando miraba a la hermana Roja como cuando la miraba a ella. Eso no significaba que Logain no denotara recelo; desconfiaba de todo el mundo, aparentemente. Pero mostraba menos recelo de cualquier hermana que de algunos Asha’man. Tampoco eso tenía sentido.
«No es necio —se recordó—. Entonces, ¿por qué? Y también ¿por qué la actitud de Tovaine? ¿Qué estará maquinando?»
De repente la Roja le dedicó a ella esa sonrisa aparentemente afectuosa y habló como si Gabrelle hubiese hecho una de sus preguntas en voz alta.
—Estando tú cerca, es casi como si yo no existiera. Lo has hecho tu prisionero, hermana.
Cogida por sorpresa, Gabrelle se sonrojó a despecho de sí misma. Toveine nunca conversaba, y decir que desaprobaba la situación de Gabrelle con Logain era más que quedarse corto. Seducirlo le había parecido el modo más obvio de aproximarse a él lo suficiente para descubrir sus planes, sus puntos débiles… Después de todo, aunque fuera un Asha’man, ella era Aes Sedai desde mucho antes de que él naciera, y estaba lejos de ser inocente en lo relativo a los hombres. Logain se había sorprendido tanto cuando se dio cuenta de lo que ella hacía que a Gabrelle casi le pareció que el inocente era él. Qué tonta. Hacer de domani resultó que escondía muchas sorpresas y algunas trampas, la peor de todas una que jamás podría revelar a nadie. Algo que, sin embargo, mucho se temía que Toveine sabía, al menos en parte. Pero, entonces, cualquier hermana que hubiera seguido su ejemplo también debía de saberlo. Ninguna había hablado del problema ni creía que lo hiciera, por supuesto. Logain podría enmascarar el vínculo —de un modo burdo que, a su juicio, le permitía aún encontrarlo por mucho que ocultara sus emociones— pero a veces, cuando compartían la almohada, el hombre dejaba caer la máscara. Como mínimo, los resultados eran… devastadores. Entonces no había calmada mesura, no había frío estudio. Ni tampoco asomo de raciocinio.
Se apresuró a invocar de nuevo la imagen del paisaje nevado y enfocó su mente en ella. Árboles, peñascos y blanca y lisa nieve. Lisa y fría nieve.
Logain no giró la cabeza para mirarla ni dio señal alguna de haber percibido nada, pero el vínculo le revelaba que era consciente de su momentánea pérdida de control. ¡El hombre rebosaba presunción! ¡Y satisfacción! Contuvo la rabia a duras penas. Pero él esperaría que se pusiera furiosa, ¡así lo fulminara la Luz! Tenía que saber lo que sentía por él. ¡No obstante al tipo debió de parecerle divertido a más no poder que ella se dejara invadir por la ira, a juzgar por su desbordante regocijo! ¡Y ni siquiera intentó disimularlo!
Gabrelle advirtió que Toveine esbozaba una sonrisilla satisfecha, pero sólo dispuso de un momento para preguntarse por qué.
Habían pasado la mañana solos, pero entonces apareció otro jinete entre los árboles, un hombre de negro, sin capa, que hizo virar su caballo en su dirección cuando los vio y clavó los talones en los flancos del animal para que apretara el paso a pesar de la nieve. Logain, en una actitud que era la personificación de la calma, frenó al caballo para esperar, pero Gabrelle se puso en tensión cuando detuvo su montura junto a la de él. Las sensaciones transmitidas por el vínculo habían cambiado. Ahora eran las de un lobo agazapado y listo para atacar en cualquier momento. Habría esperado ver sus manos en la empuñadura de la espada, en lugar de reposando sobre la perilla de la silla.
El recién llegado era casi tan alto como Logain, con el rubio y ondulado cabello cayéndole sobre los anchos hombros, y exhibía una sonrisa encantadora. Gabrelle sospechaba que el tipo sabía que resultaba encantadora; era demasiado guapo para no saberlo, mucho más que Logain, a quien las fraguas de la vida le habían endurecido y aguzado el semblante. El del joven seguía siendo suave. Con todo, la Espada y el Dragón adornaban el cuello de su chaqueta. Observó a las dos hermanas con un brillo en los azules ojos.
—¿Te acuestas con las dos, Logain? —preguntó con su voz de timbre grave—. La llenita tiene una mirada fría, pero la otra parece bastante ardiente.
Toveine soltó un siseo furioso, y Gabrelle apretó los dientes. No había puesto especial empeño en ocultar lo que hacía —no era una cairhienina para esconder en la intimidad lo que le avergonzaba en público— pero eso no implicaba que se gastaran bromas al respecto. ¡Peor aún, el tipo hablaba como si fueran mozas de taberna ligeras de cascos!