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—No quiero volver a oírte decir eso, Mishraile —advirtió Logain en tono quedo.

Gabrelle se dio cuenta de que el vínculo había cambiado de nuevo. Ahora era frío; tanto como para que la nieve pareciese cálida en comparación. Como para que una tumba pareciese cálida. Había oído antes ese nombre, Atal Mishraile, y había percibido desconfianza en Logain al pronunciarlo —mucha más de la que mostraba por Toveine o por ella—, pero ahora era una sensación de ansias de matar. Casi le entraron ganas de reír. El hombre la tenía prisionera ¿y estaba dispuesto a actuar con violencia por defender su reputación? Sí, por una parte le daban ganas de echarse a reír, pero al mismo tiempo tomó nota del detalle. Hasta la más mínima información podía serle útil. El chico no dio señales de haber oído la amenaza. Su sonrisa no se alteró un ápice.

—El M’Hael dice que puedes ir si quieres. No entiendo por qué deseas ocuparte del reclutamiento.

—Alguien tiene que hacerlo —respondió Logain con aire indiferente.

Gabrelle intercambió una mirada de desconcierto con Toveine. ¿Por qué quería Logain ocuparse del reclutamiento? Habían visto grupos de Asha’man regresando de esa tarea, y siempre llegaban cansados de Viajar largas distancias y además sucios e irritables. Al parecer, los hombres que anunciaban al Dragón a bombo y platillo no siempre tenían una buena acogida, incluso antes de que la gente supiera lo que buscaban realmente. ¿Y por qué Toveine y ella no sabían nada del asunto hasta ese momento? Gabrelle habría jurado que Logain le contaba todo cuando yacían juntos.

—Hay Dedicados y soldados de sobra para hacer ese tipo de trabajo. —Mishraile se encogió de hombros—. Claro que también entiendo que te aburra ocuparte todo el tiempo del entrenamiento. Me refiero a enseñar a unos necios a moverse a hurtadillas por el bosque y a escalar riscos como si no encauzaran ni pizca. Hasta un pueblucho de mala muerte debe de parecer más interesante. —Su sonrisa cambió a otra de suficiencia, desdeñosa y en absoluto encantadora—. Quizá si se lo pides al M’Hael, te dejará unirte a sus clases en el palacio. Entonces no te aburrirías, desde luego.

El semblante de Logain no cambió de expresión, pero Gabrelle percibió un ramalazo de ira a través del vínculo. Había oído algunos chismes sobre las clases privadas de Mazrim Taim, pero lo único que sabían realmente las hermanas era que Logain y sus compinches no confiaban en Taim ni en ninguno de los que asistían a esas clases, y que al parecer Taim tampoco se fiaba de Logain. Por desgracia, lo que las hermanas habían conseguido averiguar sobre esas clases era muy limitado; ninguna de ellas estaba vinculada a un hombre de la facción de Taim. Algunas pensaban que la desconfianza se debía a que ambos hombres habían afirmado ser el Dragón Renacido, o incluso que era señal de la demencia que acechaba. Gabrelle no había detectado evidencia alguna de locura en Logain, y estaba tan atenta a captar cualquier síntoma de ello como lo estaba a cualquier indicio de que el hombre fuera a encauzar. Si seguía vinculada a él cuando perdiera la razón también podría afectarla a ella. No obstante, había que sacar provecho de lo que quiera que hubiese causado la brecha existente entre los Asha’man.

La sonrisa de Mishraile se borró simplemente con la mirada que Logain le dirigió.

—Que disfrutes con tus puebluchos —dijo finalmente a la par que hacía dar media vuelta a su caballo. El brusco taconazo hizo que el animal saliera disparado mientras él agregaba en voz alta—: La gloria nos aguarda a algunos, Logain.

—Es posible que no disfrute durante mucho tiempo de su dragón —rezongó Logain, sin quitar ojo al otro hombre mientras se alejaba a galope—. Habla más de la cuenta.

Gabrelle no creía que se refiriera a su comentario sobre Toveine y ella, pero ¿qué más podía ser? ¿Y por qué de repente estaba preocupado? Lo disimulaba muy bien, sobre todo teniendo en cuenta el vínculo, pero lo estaba. ¡Luz, a veces parecía que saber lo que bullía en la cabeza del hombre confundía aún más las cosas!

Inesperadamente, Logain volvió la vista hacia las dos con gesto escrutador. Un nuevo hilo de preocupación se deslizó por el vínculo. ¿Hacia ellas? ¿O —una idea extraña— por ellas?

—Me temo que habremos de interrumpir el paseo —dijo al cabo de un momento—. Tengo que ocuparme de ciertos preparativos.

No puso su cabalgadura a galope, pero sí marcó un paso más rápido de vuelta al pueblo que cuando habían salido de él. Iba concentrado en algo, absorto en sus cavilaciones, supuso Gabrelle. El vínculo zumbaba prácticamente. Debía de cabalgar por mero instinto.

No habían recorrido mucho trecho cuando Toveine acercó su caballo al de Gabrelle. Se inclinó en la silla para clavar en la otra mujer una intensa mirada a la par que echaba ojeadas rápidas a Logain, como si temiera que el hombre se volviera y las sorprendiera hablando. Nunca parecía prestar atención a lo que le transmitía el vínculo. El esfuerzo dividido en ambas cosas la hacía bambolearse en la silla, con el peligro de sufrir una caída.

—Tenemos que ir con él —susurró la Roja—. Cueste lo que cueste, tienes que conseguirlo. —Al ver que Gabrelle enarcaba las cejas, Toveine tuvo al menos el detalle de sonrojarse, pero no por ello dejó de insistir—. No podemos permitirnos el lujo de que nos deje atrás —se apresuró a añadir—. Ese hombre no renunció a sus ambiciones cuando vino aquí. Sea cual sea la vileza que planea, no podemos hacer nada si no estamos con él cuando intente llevarla a cabo.

—Puedo ver lo que tengo delante de las narices —replicó secamente Gabrelle, y sintió alivio cuando Toveine se limitó a asentir con la cabeza y guardó silencio.

Gabrelle apenas conseguía controlar el temor que empezaba a invadirla. ¿Es que Tovaine nunca pensaba en lo que debía de percibir a través del vínculo? Algo que siempre había estado presente en la conexión con Logain —la determinación— ahora se percibía tan punzante y acerada como un cuchillo. Creía que esta vez sabía lo que significaba, y saberlo le dejaba la boca seca. Ignoraba contra quién, pero estaba convencida de que Logain Ablar cabalgaba a la guerra.

Yukiri descendía lentamente por uno de los amplios corredores que penetraban en la Torre Blanca describiendo una espiral; se sentía tan irascible como un gato hambriento. Casi era incapaz de escuchar lo que le decía la hermana que caminaba a su lado. La luz de la mañana aún era escasa, amortiguada por la densa nevada que caía sobre Tar Valon, y en los pisos intermedios de la Torre hacía tanto frío como un invierno en las Tierras Fronterizas. Bueno, quizá no tanto, admitió al cabo de un momento. Hacía años que no viajaba tan al norte, y la memoria ampliaba lo que no reducía. Tal era la razón de que los datos escritos fueran tan importantes. Salvo cuando uno no se atrevía a poner nada por escrito. Con todo, el frío era intenso. A pesar del ingenio y la destreza de los constructores, el calor de las grandes calderas del sótano nunca llegaba a esa altura. Las corrientes hacían titilar las llamas de las lámparas de pie doradas, y algunas ráfagas eran tan fuertes como para agitar los pesados tapices jalonados a lo largo de las blancas paredes y que mostraban flores primaverales, bosques, aves y animales exóticos, alternando con escenas de los triunfos de la Torre que jamás se exhibirían en las zonas públicas de abajo. Sus propios aposentos, con las chimeneas encendidas, habrían resultado mucho más acogedores en otros tiempos.

Las noticias del mundo exterior bullían en su cabeza a despecho de sus esfuerzos por evitarlo. O más bien, con mayor frecuencia, la falta de noticias. Lo que informaban los agentes de Altara y Arad Doman era todo confusión, y los pocos reportes que volvían a filtrarse de Tarabon resultaban alarmantes. Los rumores situaban a los dirigentes de las Tierras Fronterizas en cualquier punto entre la Llaga y Amadicia, pasando por Andor, y en el Yermo de Aiel; el único hecho confirmado era que ninguno se encontraba donde se suponía que debían estar: vigilando la Frontera de la Llaga. Los Aiel se hallaban por todos lados y finalmente fuera del control de al’Thor, al parecer, si es que alguna vez habían estado bajo su control. Las últimas nuevas de Murandy la hicieron desear rechinar los dientes y llorar a la vez, mientras que en Cairhien… Hermanas por todo el Palacio del Sol, algunas sospechosas de ser rebeldes y ninguna de ser leal, y seguían sin llegar noticias de Coiren y su embajada desde que habían salido de la ciudad, aunque ya deberían haber regresado a Tar Valon hacía tiempo. Y, por si eso fuera poco, el propio al’Thor había desaparecido otra vez como una pompa de jabón. ¿Sería verdad lo que se contaba de que había medio destruido el Palacio del Sol? ¡Luz, ese hombre no podía volverse loco aún! ¿O tal vez la estúpida oferta de Elaida de «protección» lo había asustado y se había escondido? ¿Lo habría asustado algo? Él sí la asustaba. Y también al resto de la Antecámara, por mucho que quisieran aparentar que no le daban importancia.