Выбрать главу

La luna que llenaba la habitación oeste le dijo que el destinatario de este poema se trataba realmente de un dios, no de un amante común: las referencias al oeste siempre significaban que los dioses estaban implicados. Li Qing-jao había respondido a la plegaria de la pequeña Han Qing-jao y le había enviado este poema para decirle cómo curar el dolor que no podía desaparecer, la suciedad de su carne.

«¿Qué es la nota de amor? —pensó Qing-jao—. Líneas de gansos que regresan…, pero no hay gansos en esta habitación. Pétalos danzando sobre un ondulante arroyo…, pero aquí no hay pétalos, ni arroyo alguno. Sin embargo, cuando mi mirada baja, mi corazón se alza.» Ésta era la clave, ésta era la respuesta, lo sabía. Lenta, cuidadosamente, Qing-jao giró sobre su vientre. Una vez, cuando intentó apoyar su peso en la mano izquierda, el codo cedió y un dolor intensísimo casi le hizo perder de nuevo el sentido. Por fin se arrodilló, la cabeza gacha, apoyándose en la mano derecha. Mirar hacia abajo. El poema prometía que esto permitiría que su corazón se alzara.

No se sentía mejor, sino sucia todavía, dolorida aún. Al mirar hacia abajo no vio nada más que las tablas pulidas del suelo, la veta de la madera formando líneas onduladas que se extendían de entre sus rodillas hacia fuera, hasta el mismo extremo de la habitación.

Líneas. Las líneas de la veta de la madera, líneas de gansos. ¿Y no podían los dibujos de la madera interpretarse como un arroyo ondulante? Debía seguir estas líneas como los gansos; debía bailar sobre estos ondulantes arroyos como un pétalo. Eso era lo que prometía la respuesta: cuando bajara la mirada, su corazón se alzaría.

Así que empezó a seguir la línea, cuidadosamente, hasta la pared. Un par de veces se movió tan rápidamente que la perdió, olvidó cuál era. Pero pronto volvió a encontrarla, o eso pensó, y la siguió hasta la pared. ¿Era suficientemente bueno? ¿Estaban satisfechos los dioses?

Casi, pero no del todo… No podía estar segura de que cuando su mirada había perdido la línea hubiera regresado a la adecuada. Los pétalos no saltan de arroyo en arroyo. Tenía que seguir la adecuada, en toda su longitud. Esta vez empezó en la pared y agachó profundamente la cabeza, para que sus ojos no se distrajeran ni siquiera por el movimiento de su mano derecha. Se arrastró centímetro a centímetro, sin permitirse parpadear siquiera, a pesar de que los ojos le ardían. Sabía que si perdía la veta que estaba siguiendo tendría que regresar y empezar de nuevo. Tenía que hacerlo a la perfección o el ritual perdería todo su poder para limpiarla.

Tardó una eternidad. Sí parpadeó, pero no al azar, por accidente. Cuando los ojos le quemaban demasiado, se inclinaba hasta que su ojo estaba directamente sobre la veta. Entonces cerraba el otro ojo durante un instante. Cuando el ojo derecho estaba aliviado, lo abría, y lo colocaba directamente sobre la línea de la madera, y cerraba el izquierdo. De esta forma, pudo cruzar media habitación, hasta que la tabla terminó y se encontró con otra.

No estaba segura de que esto bastara, si debía acabar en esa tabla o encontrar otra veta que continuar. Hizo ademán de levantarse, probando a los dioses, para ver si estaban satisfechos. Medio se levantó, no sintió nada. Se incorporó del todo y se sintió tranquila.

¡Ah! Estaban satisfechos, estaban complacidos con ella. Ahora la grasa de su piel no parecía más que un poco de aceite. No había necesidad de lavarse, no en este momento, pues había encontrado otro modo de purificarse, otra forma para que los dioses le mostraran disciplina. Lentamente, se tendió de nuevo en el suelo, sonriendo, sollozando suavemente de alegría. «Li Qing-jao, mi antepasada-del-corazón, gracias por mostrarme la forma. Ahora he sido unida a los dioses: la separación se ha acabado. Madre, de nuevo estoy conectada contigo, limpia y digna. Tigre Blanco del Oeste, ahora soy lo bastante pura para tocar tu piel y no dejar ninguna marca de suciedad.»

Entonces unas manos la tocaron. Las manos de su padre, que la levantaba. Unas gotas de agua cayeron sobre su rostro, sobre la piel desnuda de su cuerpo: las lágrimas de su padre.

—Estás viva —sollozó—. Mi agraciada, querida mía, hija mía, vida mía, Gloriosamente Brillante, sigues brillando.

Más tarde se enteró de que su padre tuvo que ser atado y amordazado durante la prueba, que cuando subió a la estatua e hizo ademán de apretar su garganta contra la espada se abalanzó hacia delante con tanta fuerza que su silla cayó y se golpeó la cabeza contra el suelo. Esto se consideró una gran merced, pues no vio su terrible caída desde la estatua. Lloró por ella todo el tiempo que permaneció inconsciente. Y luego, cuando se arrodilló y empezó a seguir las vetas de la madera del suelo, fue quien comprendió lo que significaba.

—Mirad —susurró—. Los dioses le han dado una tarea. Los dioses le están hablando.

Los otros fueron lentos en reconocerlo, porque nunca antes habían visto a nadie seguir las vetas de la madera. No estaba en el Catálogo de Voces de los Dioses: Esperar-ante-la-puerta, Contar-múltiplos-de-cinco, Contar-objetos, Buscar-asesinatos-accidentales, Arrancarse-las-uñas, Arañarse-la-piel, Arrancarse-el-pelo, Morder-piedras, Sacarse-los-ojos… se sabía que todas ésas eran penas que los dioses demandaban, rituales de obediencia que limpiaban el alma de los agraciados para que los dioses pudieran llenar sus mentes de sabiduría. Nadie había visto jamás Seguir-vetas-en-la-madera. Sin embargo, su padre comprendió lo que estaba haciendo, nombró el ritual, y lo añadió al Catálogo de Voces. Llevaría su nombre, Han Qing-jao, como la primera en recibir la orden de los dioses para la ejecución de ese rito. Eso la hacía muy especial.

Igual que sus recursos para intentar encontrar maneras de limpiarse las manos y, más tarde, matarse. Muchos habían intentado frotarse las manos en las paredes, naturalmente, y la mayoría intentaban hacerlo en la ropa. Pero frotar las manos para acumular el calor de la fricción fue considerado algo raro e inteligente. Y aunque golpearse la cabeza era común, subir a una estatua y saltar para caer de cabeza era muy raro. Y nadie que lo hubiera hecho antes fue lo bastante fuerte para mantener las manos a la espalda tanto tiempo. El templo pronto hirvió con la noticia y el hecho se esparció por todos los templos del Sendero.

Fue un gran honor para Han Fei-tzu, por supuesto, que su hija fuera tan poderosamente poseída por los dioses. Y la historia de su arrebato cercano a la locura cuando ella intentaba destruirse se extendió casi con la misma rapidez y conmovió muchos corazones. «Puede que sea el más grande de los agraciados, pero ama a su hija más que a la vida», se decía de él. Esto hizo que lo amaran tanto como ya lo reverenciaban.

Entonces la gente empezó a rumorear acerca de la posible cualidad de dios de Han Fei-tzu.

—Es grande y tan fuerte que los dioses lo escucharán —decían aquellos que lo apreciaban—. Sin embargo, es tan cariñoso que siempre amará a la gente del planeta Sendero, e intentará beneficiarnos. ¿No es así como debería ser el dios de un mundo?

Por supuesto, resultaba imposible decidir ahora: un hombre no podía ser elegido dios de una aldea, mucho menos de un planeta entero, hasta que muriera. ¿Cómo se podía juzgar qué tipo de dios sería, hasta que fuera conocida toda su vida, de principio a fin?

Estos rumores llegaron muchas veces a oídos de Qing-jao a medida que iba creciendo, y el conocimiento de que su padre bien podría ser elegido dios de Sendero se convirtió en uno de los faros de su vida. Pero en ese momento, y eternamente en su memoria, recordó que sus manos fueron las que llevaron su cuerpo magullado y retorcido al lecho sanador, sus ojos los que derramaron cálidas lágrimas sobre su fría piel, su voz la que susurró en los hermosos tonos apasionados del viejo lenguaje: