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—No hay nada mío dentro de ti —espetó Ender.

—Y será mejor que siga así —dijo Peter, sonriendo obscenamente—. Me gustan las mujeres, no los viejos achacosos.

—No te quiero —declaró Ender.

—Nadie me quiso nunca. Te querían a ti. Pero me tuvieron a mí, ¿no? Me trajeron hasta aquí. ¿Crees que no conozco toda mi historia? Tú y ese libro de mentiras, el Hegemón. Tan sabio y comprensivo. Cómo se ablandó Peter Wiggin. Cómo resultó ser un gobernante sabio y justo. Qué risa. Portavoz de los Muertos, sí. Mientras lo escribías, sabías la verdad. Lavaste a título póstumo la sangre de mis manos, Ender, pero tú y yo sabíamos que mientras estuve vivo, anhelé esa sangre.

—Déjalo en paz —dijo Valentine—. Dijo la verdad en el Hegemón.

—¿Todavía protegiéndolo, pequeño ángel?

—¡No! —exclamó Ender—. He acabado contigo, Peter. Estás fuera de mi vida, desapareciste hace tres mil años.

—¡Puedes correr, pero no esconderte!

—¡Ender! ¡Ender, basta! ¡Ender!

Se volvió. Ela estaba gritando.

—¡No sé qué está pasando aquí, pero basta! Sólo nos quedan unos cuantos minutos, ayúdame con las pruebas.

Tenía razón. Pasara lo que pasara con el nuevo cuerpo de Miro, con la reaparición de Peter y Valentine, lo importante era la descolada. ¿Había tenido éxito Ela al transformarla, al crear la recolada? ¿Y el virus que transformaría a la gente de Sendero? Si Miro consiguió rehacer su cuerpo, y Ender conjurar de algún modo a los fantasmas de su pasado y hacerlos nuevamente de carne y hueso, éra posible, realmente posible, que las ampollas de Ela contuvieran ahora los virus cuyas pautas había mantenido en su mente.

—Ayúdame —repitió.

Ender y Miro (el nuevo Miro, su mano fuerte y segura) cogieron las ampollas que les ofreció, y dieron comienzo a la prueba. Era una prueba negativa: si las bacterias, algas y pequeños gusanos que añadían a los tubos permanecían varios minutos sin ser afectados, entonces no había descolada en las ampollas. Ya que contenían los virus cuando subieron a la nave, eso sería la prueba de que algo, al menos, había sucedido para neutralizarlos. Cuando regresaran, tendría que descubrir si era la recolada o sólo una descolada muerta e ineficaz.

Los gusanos, algas y bacterias no sufrieron ninguna transformación. En las pruebas realizadas anteriormente en Lusitania, la solución que contenía las bacterias pasaba de azul a amarillo en presencia de la descolada; ahora permaneció azul. En Lusitania, los pequeños gusanos habían muerto y flotado en la superficie, convertidos en carcasas grises, pero ahora continuaban moviéndose, conservando el color púrpura amarronado que, al menos en ellos, significaba vida. Y las algas, en vez de descomponerse y disolverse por completo, continuaban siendo finos hilos y filamentos llenos de vida.

—Hecho, entonces —anunció Ender.

—Al menos, podemos albergar esperanza —dijo Ela.

—Sentaos —ordenó Miro—. Si hemos acabado, ella nos llevará de regreso.

Ender se sentó. Miró al asiento que antes ocupaba Miro. Su antiguo cuerpo lisiado ya no era identificable como humano. Continuaba desmoronándose, convirtiéndose en polvo o en líquido. Incluso las ropas se disolvían.

—Ya no forma parte de mi pauta-dijo Miro—. Ya no hay nada que lo mantenga.

—¿Pero qué hay de ellos? —demandó Ender—. ¿Por qué no se disuelven?

—¿Y tú? —preguntó Peter—. ¿Por qué no te disuelves tú? Ahora no te necesita nadie. Eres un viejo carcamal que ni siquiera puede conservar a su mujer. Y nunca has tenido un hijo propio, eunuco patético. Deja tu puesto a un hombre de verdad. Nadie te ha necesitado nunca: todo lo que has realizado podría haberlo hecho yo mucho mejor, y nunca habrías igualado todo lo que yo hice.

Ender se cubrió la cara con las manos. Ni en sus peores pesadillas había imaginado una situación como ésta. Sí, sabía que iban a un lugar donde su mente podría crear cosas. Pero nunca se le había ocurrido que Peter estaría todavía esperando allí. Creía haber extinguido aquel antiguo odio hacía mucho tiempo.

Y Valentine…, ¿por qué iba a crear a otra Valentine? ¿Tan joven y perfecta, tan dulce y hermosa? Había una Valentine esperándolo en Lusitania. ¿Qué pensaría al ver lo que había creado con su mente? Tal vez sería halagador saber qué cerca la tenía en su corazón; pero también sabría que él guardaba su imagen del pasado, no su imagen del presente.

Los secretos más oscuros y más brillantes de su corazón quedarían revelados en cuanto se abriera la puerta y tuviera que salir a la superficie de Lusitania.

—Disolveos —les ordenó—. Desmoronaos.

—Hazlo tú primero, viejo —rió Peter—. Tu vida está acabada, y la mía apenas está empezando. La primera vez sólo tenía la Tierra, sólo un planeta cansado; me resultó tan fácil como ahora lo sería matarte con las manos desnudas, si quisiera. Podría romperte el cuello como una rama seca.

—Inténtalo —susurró Ender—. Ya no soy un niñito asustado.

—Ni eres rival para mí. Nunca lo fuiste, y nunca lo serás. Tienes demasiado corazón. Eres como Valentine. No te atreves a hacer lo necesario. Eso te convierte en blando y débil. Te vuelve fácil de destruir.

Un súbito destello de luz. ¿Qué era la muerte en el Expacio después de todo? ¿Había perdido Jane la pauta en su mente? ¿Iban a explotar, o caían a un sol?

No. Era la puerta al abrirse. Era la luz de la mañana lusitana, entrando en la relativa oscuridad del interior de la nave.

—¿Vais a salir?.-gritó Grego. Asomó la cabeza—. ¿Vais…?

Entonces los vio. Ender advirtió que contaba en silencio.

—Nossa Senhora —susurró Grego—. ¿De dónde demonios han salido?

—De la mente completamente jodida de Ender —respondió Peter.

—De recuerdos antiguos y tiernos —añadió la nueva Valentine.

—Ayúdame con los virus —pidió Ela.

Ender extendió las manos, pero ella se los entregó a Miro. No explicó nada, pero él comprendió. Lo que había sucedido en el Exterior era demasiado extraño para que pudiera aceptarlo. Fueran lo que fuesen Peter y esta nueva Valentine, no deberían existir. La creación de Miro de un nuevo cuerpo para sí tenía sentido, aunque fuera terrible ver cómo el viejo cuerpo se disolvía. La concentración de Ela fue tan pura que no había creado nada aparte de las ampollas que había traído para ese propósito. Pero Ender había convocado a dos personas completas, ambas molestas a su propio modo: la nueva Valentine porque era una ridícula parodia de la real, que seguramente esperaba ante la puerta. Y Peter conseguía ser odioso aunque todas sus burlas contenían un tono que resultaba a la vez peligroso y sugestivo.

—Jane —susurró Ender—. Jane, ¿estás conmigo?

—Sí.

—¿Has visto todo esto?

—Sí.

—¿Lo comprendes?

—Estoy muy cansada. Nunca he estado cansada antes. Nunca he hecho algo tan difícil. Requirió… toda mi atención a la vez. Y dos cuerpos más, Ender. Obligarme a que los introdujera en la pauta así…, no sé cómo lo conseguí.

—No pretendía hacerlo.

Pero ella no respondió.

—¿Venís o qué? —preguntó Peter—. Los otros han salido ya. Con todas esas muestras de orina.

—Ender, tengo miedo —dijo la joven Valentine—. No sé qué debo hacer ahora.

—Ni yo —respondió Ender—. Dios me perdone si esto te hace daño. Nunca te habría hecho volver para herirte.

—Lo sé.

—No —dijo Peter—. El dulce y viejo Ender saca de su cerebro a una joven núbil que se parece a su hermana adolescente. Mmmm, mmm, Ender, amigo mío, ¿no hay límite a tu perversión?

—Sólo una mente enferma pensaría una cosa así —masculló Ender.