Выбрать главу

—Yo te diré lo que significan —intervino Quara—. Significan que vamos a felicitar a los pequeninos, y a nosotros mismos, por aniquilar una especie inteligente que tal vez no exista en ningún otro lugar del universo.

—No te engañes-dijo Peter.

—Todo el mundo está muy seguro de que la descolada es un virus diseñado —objetó Quara—, pero nadie ha considerado la alternativa, que una versión mucho más primitiva y vulnerable de la descolada evolucionara de forma natural, y luego se cambiara a sí misma hasta su estado actual. Podría ser un virus diseñado, sí, pero ¿quién lo diseñó? Y ahora la vamos a matar sin intentar conversar con ella.

Peter le sonrió, y luego a Ender.

—Me sorprende que esta pequeña comadreja no sea sangre de tu sangre. Está tan obsesionada en buscar razones para sentirse culpable como Val y tú.

Ender lo ignoró e intentó responder a Quara.

—Vamos a matarla, sí. Porque no podemos esperar más. La descolada está intentando destruirnos, y no hay tiempo para dudar. Si pudiéramos, lo haríamos.

—Comprendo todo eso —asintió Quara—. He cooperado, ¿no? Pero me pone enferma oírte hablar como si los pequeninos fueran valientes por colaborar en un acto de xenocidio para salvar su propia piel.

—Somos nosotros o ellos, muchacha —dijo Peter—. Nosotros o ellos.

—Posiblemente no comprendes lo mucho que me avergüenzo de oír mis propios argumentos en sus labios —se lamentó Ender.

Peter se echó a reír.

—Andrew pretende demostrar que no le gusto. Pero el chico es un farsante. Me admira. Me adora. Lo ha hecho siempre. Igual que este pequeño ángel que tenemos aquí.

Peter dio un pellizco a la joven Val. Ella no retrocedió. En cambio, actuó como si no hubiera sentido su dedo en el brazo.

—Nos adora a ambos. En su mente retorcida, ella es la perfección moral que nunca podrá conseguir. Y yo soy el poder y el genio que siempre ha estado fuera del alcance del pobrecito niño Andrew. Fue muy modesto por su parte, ¿verdad? Durante todos estos años ha llevado a sus superiores dentro de su mente.

La joven Val cogió la mano de Quara.

—Lo peor que podrías hacer en tu vida es ayudar a la gente que amas a hacer algo que en tu corazón consideras un lamentable error.

Quara se echó a llorar.

Pero no era Quara quien preocupaba a Ender. Sabía que era lo bastante fuerte para mantener las contradicciones morales de sus propias acciones y seguir cuerda. Su ambivalencia hacia sus propias acciones probablemente la debilitaría, la volvería menos segura de que su juicio era absolutamente correcto y que todos los que no estaban de acuerdo con ella se equivocaban irremisiblemente. En cualquier caso, al final de este asunto emergería más completa y compasiva, y más decente de lo que fue antes, en su acalorada juventud. Y tal vez la suave caricia de la joven Val, junto con sus palabras, que definían exactamente lo que Quara sentía, la ayudarían a sanar más pronto.

Lo que preocupaba a Ender era la admiración con la que Grego contemplaba a Peter. Más que nadie, Grego debería saber adónde podían conducir las palabras de Peter. Sin embargo aquí estaba, adorando a la pesadilla ambulante de Ender. «Debo conseguir que Peter salga de aquí —pensó Ender—, o tendrá más discípulos en Lusitania de los que tuvo Grego…, y los usará con más efectividad y, a la vez, el efecto será más mortífero.»

Ender abrigaba pocas esperanzas de que Peter resultara ser igual que el Peter real, que se convirtió en un hegemón fuerte y digno. Este Peter, después de todo, no era un ser humano completo de carne y hueso, lleno de ambigüedad y sorpresa. Más bien, Ender había creado la caricatura del mal atractivo que habitaba en los más profundos recovecos de su mente inconsciente. No había ninguna sorpresa en este tema. Mientras se preparaban para salvar a Lusitania de la descolada, Ender les había traído un nuevo peligro, potencialmente igual de destructivo. Pero no tan difícil de matar.

Reprimió una vez más la idea, aunque se le había ocurrido una docena de veces desde que advirtió que Peter estaba sentado a su izquierda en la nave. «Yo lo he creado. No es real, sólo mi pesadilla. Si lo mato, no sería asesinato, ¿verdad? Sería el equivalente moral de…, ¿de qué? ¿De despertarse? He impuesto mi pesadilla al mundo y, si lo matara, el mundo despertaría para encontrar que la pesadilla ha desaparecido, nada más.»

Si se hubiera tratado sólo de Peter, Ender se habría convencido para asesinarlo, o al menos eso creía. Pero era la joven Val quien se lo impedía. Frágil, bella de espíritu… Si Peter podía morir, también podía hacerlo ella. Si él debía morir, entonces tal vez ella tendría que morir también: tenía tan poco derecho como él a existir, era igual de limitada, distorsionada y poco natural en su creación. Pero Ender nunca podría hacerlo. Ella debía ser protegida, no dañada. Y si uno de ellos era lo bastante real como para seguir con vida, también lo era el otro. Si dañar a la joven Val sería asesinato, también lo sería dañar a Peter. Habían sido producidos en el mismo acto de creación.

«Mis hijos —pensó Ender con amargura—. Mis queridos retoños, que salieron completamente formados de mi cabeza como Atenea de la mente de Zeus. Pero lo que yo tengo aquí no se parece a Atenea. Más bien son Diana y Hades. La virgen cazadora y el señor de los infiernos.»

—Será mejor que nos vayamos —aconsejó Peter—. Antes de que Andrew se convenza de que tiene que matarme.

Ender sonrió tristemente. Eso era lo peor: Peter y la joven Val parecían haber cobrado vida sabiendo más acerca de su mente que él mismo. Esperaba que con el tiempo ese conocimiento íntimo se desvaneciera. Pero mientras tanto, la humillación aumentaba por la forma en que Peter le pinchaba revelando pensamientos que nadie más habría imaginado. Y la joven Val… Ender sabía por la forma en que a veces lo miraba que también ella lo sabía. Ya no tenía secretos.

—Iré a casa contigo —le dijo Val a Quara.

—No —respondió Quara—. He hecho lo que he hecho. Me quedaré aquí para ver a Cristal hasta el final de su prueba.

—No queremos perder nuestra oportunidad de sufrir abiertamente —se mofó Peter.

—Cállate, Peter —ordenó Ender.

Peter sonrió.

—Oh, vamos. Sabes que Quara está saboreando todo esto. Es su forma de convertirse en la estrella del programa: todo el mundo se muestra cuidadoso y amable con ella cuando deberían aclamar a Ela por lo que ha conseguido. Robar protagonismo es una cosa muy fea, Quara…, justo tu especialidad.

Quara podría haber respondido, si las palabras de Peter no hubieran sido tan ultrajantes y si no hubieran contenido un germen de verdad que la dejó confusa. En cambio, fue la joven Val quien dirigió a Peter una mirada fría.

—Cállate, Peter —dijo.

Las mismas palabras que había dicho Ender, sólo que cuando las pronunciaba la joven Val, funcionaban. Peter le sonrió, y le hizo un guiño conspirador, como diciendo, «te dejaré seguir con tu jueguecito, Val, pero no creas que estás engañando a todo el mundo haciéndote la dulce». Pero no dijo nada más y se marcharon, dejando a Grego en su celda.

El alcalde Kovano se reunió con ellos fuera.

—Un gran día en la historia de la humanidad —dijo—. Y por pura casualidad yo aparezco en todas las fotos.

Todos se echaron a reír, sobre todo Peter, que había desarrollado una rápida y cómoda amistad con Kovano.

—No es ninguna casualidad —dijo—. Mucha gente en tu posición se habría dejado llevar por el pánico y lo habría estropeado todo. Hace falta una mente abierta y mucho valor para permitir que las cosas se movieran como lo hicieron.

Ender apenas pudo contener la risa con el descarado halago de Peter. Pero los halagos nunca son tan evidentes para quien los recibe. Desde luego, Kovano dio un golpecito a Peter en el brazo y lo negó todo, pero Ender comprendió que le encantaba oír aquello, y que Peter se había ganado ya más influencia con Kovano que él mismo. «¿No se da cuenta toda esta gente de la forma tan cínica en que Peter se los está ganando?»