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Valentine intentaba no obsesionarse con la muchacha que Ender había traído consigo del Exterior. Por supuesto, sabía que era su yo más joven tal como él la recordaba, e incluso consideraba muy amable por su parte que llevara dentro de su corazón un recuerdo tan poderoso de ella a esa edad. Sólo Valentine, de todas las personas de Lusitania, sabía por qué era esa edad la que conservaba en su inconsciente. Ender había permanecido en la Escuela de Batalla hasta entonces, completamente desconectado de su familia. Aunque él no podía haberlo sabido, ella sí era consciente de que sus padres lo habían olvidado. No olvidado su existencia, desde luego, sino como presencia en sus vidas. Ender simplemente no estaba allí, ya no era su responsabilidad. Tras haberlo entregado al Estado, quedaron absueltos. Habría formado más parte de sus vidas de haber muerto; tal como estaban las cosas, ni siquiera tenían una tumba que visitar. Valentine no los culpaba por ello: demostraba que eran resistentes y adaptables. Pero Valentine no supo imitarlos. Ender estaba siempre con ella, en su corazón. Y cuando, después de quedar interiormente agotado al verse obligado a superar todos los desafíos que le ofrecieron en la Escuela de Batalla, Ender decidió renunciar a toda la empresa, cuando, de hecho, se puso en huelga, el oficial encargado de convertirlo en una herramienta útil acudió a ella. La llevó a Ender. Les dio tiempo para estar juntos, el mismo hombre que los había separado y dejado heridas tan profundas en sus corazones. Ella sanó entonces a su hermano, lo suficiente para que pudiera volver y salvar a la humanidad destruyendo a los insectores.

«Es natural que me conserve en la memoria a esa edad, más poderosa que ninguna de las incontables experiencias que hemos compartido desde entonces. Es natural que cuando su mente inconsciente convoca su bagaje más íntimo sea la muchacha que fui lo que más profundamente anide en su corazón.»

Ella sabía todo esto, lo comprendía, lo creía. Sin embargo, todavía escocía, todavía dolía que aquella criatura casi perfecta fuera lo que él pensara de ella. Que la Valentine que Ender realmente amaba fuera una criatura de increíble pureza. «Por esta compañera imaginaria, él fue un compañero tan íntimo en todos los años que pasaron antes de que me casara con Jakt. A menos que fuera el hecho de casarme con Jakt lo que le hizo volver a la visión infantil que tenía de mí.»

Tonterías. No había nada que ganar intentando imaginar lo que significaba aquella muchacha. No importaba cuál fuera el modo de su creación, ahora estaba allí, y había que aceptar este hecho.

Pobre Ender…, no parecía comprender nada. Al principio pensó de verdad que podría conservar a la joven Val a su lado.

—¿No es mi hija, en cierto modo? —preguntó.

—De ningún modo lo es —admitió ella—. En cualquier caso, es mía. Y desde luego, no es apropiado que te la lleves a tu casa, sola. Sobre todo desde que Peter está allí, y no es el tutor más digno de confianza que ha existido.

Ender no estuvo completamente de acuerdo: habría preferido deshacerse de Peter y no de Val, pero accedió, y desde entonces la muchacha vivió en casa de Valentine, cuya intención era convertirse en amiga y mentora de la chica; aunque fue en vano. No se sentía suficientemente cómoda en compañía de Val. No dejaba de buscar motivos para salir de casa cuando Val estaba allí; siempre se sentía inapropiadamente agradecida cuando Ender venía a llevársela a dar un paseo con Peter.

Lo que finalmente sucedió fue que, como había ocurrido tan a menudo antes, Plikt intervino en silencio y resolvió el problema. Plikt se convirtió en la principal acompañante y tutora de Val en casa de Valentine. Cuando Val no estaba con Ender, estaba con Plikt. Y aquella mañana Plikt había sugerido instalar una casa propia: para ella y para Val. «Quizá me apresuré a aceptarlo —pensó Valentine—. Pero probablemente a Val le resulta tan duro compartir una casa conmigo como a mí con ella.»

Ahora, sin embargo, mientras contemplaba a Plikt y a Val, que entraban en la nueva capilla de rodillas y arrastrándose, como se habían arrastrado todos los otros humanos que entraron, para besar el anillo del obispo Peregrino ante el altar, Valentine advirtió que no había hecho nada «por el bien» de Val, por mucho que hubiera querido convencerse de ello. Val era completamente autosuficiente, inquebrantable, tranquila. ¿Por qué debería Valentine imaginar que podía hacer que la joven Val fuera más o menos feliz, estuviera más o menos cómoda? «Soy irrelevante para la vida de esta muchachita. Sin embargo, ella no es irrelevante para la mía. Es a la vez la afirmación y la negación de la relación más importante de mi infancia, y de gran parte de mi edad adulta. Ojalá se hubiera reducido a cenizas en el Exterior, como el viejo cuerpo lisiado de Miro. Ojalá nunca hubiera tenido que enfrentarme conmigo misma de esta manera.»

En efecto, se enfrentaba a ella misma. Ela había efectuado esta prueba inmediatamente. La joven Val y Valentine eran genéticamente idénticas.

—Pero eso es absurdo —protestó Valentine—. Es altamente improbable que Ender memorizara mi código genético. No pudo haber una pauta de ese código en la nave.

—¿Se supone que debo ofrecer una explicación? —le preguntó Ela.

Ender sugirió una posibilidad: que el código genético de la joven Val fue fluido hasta que ella y Valentine se encontraron, y entonces los filotes del cuerpo de Val se formaron con la pauta que encontraron en Valentine.

Valentine se guardó sus opiniones para sí, pero dudaba de que la suposición de Ender fuera acertada. La joven Val tenía los genes de Valentine desde el primer momento, porque cualquier persona que encajara tan perfectamente con la visión de Valentine que tenía Ender no podía tener otros genes; la ley natural que la propia Jane ayudaba a mantener dentro de la nave lo habría requerido. O tal vez había alguna fuerza que formaba y ordenaba incluso un lugar de caos tan completo. «Apenas importaba, excepto que, por irritantemente molesta y perfecta y tan distinta a mí que pueda ser esta nueva seudo Valentine, la visión que Ender tenía de ella fue lo bastante…veraz para que genéticamente resultaran iguales. Su visión no podía estar tan desviada. Tal vez fui de verdad así de perfecta, y sólo me he endurecido desde entonces. Tal vez fui de verdad así de hermosa. Tal vez fui de verdad así de joven.»

Se arrodillaron ante el obispo. Plikt le besó el anillo, aunque no tenía que cumplir la penitencia de Lusitania.

Sin embargo, cuando le tocó el turno a la joven Val, el obispo retiró la mano y se dio la vuelta. Un sacerdote se adelantó y les indicó que ocuparan sus asientos.

—¿Cómo puedo hacerlo? —preguntó la joven Val—. No he cumplido mi penitencia todavía.

—No tienes penitencia —respondió el sacerdote—. El obispo me lo dijo antes de que vinieras; no estabas aquí cuando se cometió el pecado, así que no formas parte de la penitencia.

La joven Val lo miró tristemente.

—Fui creada por alguien que no es Dios. Por eso el obispo no quiere recibirme. Nunca tomaré la comunión mientras él viva.

El sacerdote parecía muy triste: era imposible no sentir pesar por la joven Val, pues su sencillez y dulzura la hacía parecer frágil, y la persona que la hiriera tenía por tanto que sentirse torpe por haber dañado a alguien tan tierno.

—Hasta que el Papa pueda decidir —dijo—. Todo esto es muy difícil.

—Lo sé —susurró la joven Val.

Entonces obedeció y se sentó entre Plikt y Valentine.

«Nuestros codos se tocan —pensó Valentine—. Una hija que soy exactamente yo misma, como si la hubiera clonado hace tres años. Pero no quería otra hija, y desde luego no quería un duplicado mío. Ella lo sabe. Lo siente. Y por eso sufre algo que yo nunca sufrí: se siente no deseada y no amada por aquellos que más se parecen a ella. ¿Cómo se siente Ender? ¿También desea que se marche? ¿O ansía ser su hermano, como fue mi hermano menor hace tantos años? Cuando yo tenía esa edad, Ender todavía no había cometido xenocidio. Pero tampoco había hablado aún en nombre de los muertos. La Reina Colmena, el Hegemón, la Vida de Humano… todo eso estaba entonces más allá de él. Era sólo un niño, confuso, desesperado, temeroso. ¿Cómo podría Ender anhelar esa época?»