—No puedes enviarla a una misión así —dijo Valentine.
—No voy a enviarla —respondió Miro—. Voy a llevarla. O más bien, ella me llevará a mí. Quiero ir. Sean cuales fueren los riesgos, los afrontaré. Ella estará a salvo, Valentine.
Valentine volvió a sacudir la cabeza, pero sabía que al final sería derrotada. La joven Val insistiría en ir, por inexperta que pudiera parecer, porque de lo contrario sólo podría viajar una nave. Y si Peter era el que hacía los viajes, nadie podía asegurar que la nave se usara para ningún buen propósito. A la larga, la propia Valentine reconocería la necesidad. Fueran cuales fuesen los riesgos que la joven Val podría correr, no eran peores que los que ya habían sido aceptados por otras personas. Como Plantador. Como el padre Esteváo. Como Cristal.
Los pequeninos estaban reunidos en torno al árbol de Plantador. Tendría que haber sido alrededor del de Cristal, ya que era el primero en pasar a la tercera vida con la recolada, pero casi sus primeras palabras, cuando pudieron hablar con él, fueron una inflexible negativa ante la idea de introducir en el mundo el viricida y la recolada junto a su árbol. Esta ocasión pertenecía a Plantador, declaró, y los hermanos y esposas estuvieron de acuerdo con él.
Así, Ender se apoyó contra su amigo Humano, al que había plantado para ayudarlo a pasar a la tercera vida hacía tantos años. Para Ender aquél tendría que haber sido un momento de completa alegría, la liberación de los pequeninos de la descolada…, excepto que Peter lo acompañó todo el tiempo.
—La debilidad celebra a la debilidad —dijo Peter—. Plantador fracasó, y aquí están, honrándolo, mientras que Cristal tuvo éxito, y allí está, solo en el campo experimental. Y lo más estúpido es que esto no puede significar nada para Plantador, ya que su aiua ni siquiera está aquí.
—Puede que no signifique nada para Plantador —replicó Ender, aunque no estaba seguro del tema—, pero significa mucho para esta gente.
—Sí. Significa que son débiles.
—Jane dice que te llevó al Exterior.
—Un viaje sencillo. La próxima vez, Lusitania no será mi destino.
—Dice que pretendes llevar a Sendero el virus de Ela.
—Mi primera parada. Pero no regresaré. Cuenta con eso, muchacho.
—Necesitamos la nave.
—Tienes a ese encanto de muchacha —dijo Peter—, y la zorra insectora puede fabricar naves para ti por docenas, si consigues crear suficientes criaturas como Valzinha y yo para que las piloten.
—Con vosotros tengo suficiente.
—¿No sientes curiosidad por saber lo que pretendo hacer?
—No.
Pero era mentira, y por supuesto Peter lo sabía.
—Pretendo hacer algo que tú no puedes, porque no tienes ni cerebro ni estómago. Pretendo detener la flota.
—¿Cómo? ¿Apareciendo por arte de magia en la nave insignia?
—Bueno, puestos a lo peor, querido muchacho, siempre puedo soltar un Ingenio D.M. en la flota antes de que ellos sepan que estoy allí. Pero eso no conseguiría gran cosa, ¿no? Para detener la flota, tengo que detener al Congreso. Y para detener al Congreso, tengo que conseguir el control.
Ender comprendió de inmediato lo que eso significaba.
—Entonces, ¿piensas que puedes volver a ser el Hegemón? Dios ayude a la humanidad si tienes éxito.
—¿Por qué no podría serlo? Lo hice una vez, y no salió tan mal. Tú deberías saberlo: escribiste el libro.
—Ése era el Peter real —alegó Ender—. No tú, la versión retorcida salida de mi odio y de mi miedo.
¿Tenía Peter alma suficiente para lamentar aquellas duras palabras? Ender pensó, al menos por un momento, que Peter hacía una pausa, que su rostro mostraba un instante de…, ¿de qué, dolor? ¿O simplemente rabia?
—Yo soy ahora el Peter real —respondió, después de una pausa momentánea—. Y será mejor que desees que tenga toda la habilidad que poseí antaño. Después de todo, conseguiste darle a Val los mismos genes que tiene Valentine. Tal vez soy todo lo que Peter fue.
—Tal vez los cerdos tengan alas.
Peter se echó a reír.
—Las tendrían, si fueran al Exterior y creyeran con fuerza.
—Vete, pues —dijo Ender.
—Sí, sé que te alegrarás de deshacerte de mí.
—¿Y lanzarte contra el resto de la humanidad? Que eso sea castigo de sobra por haber enviado la flota. —Ender agarró a Peter por el brazo y lo atrajo hacia sí—. No creas que esta vez podrás manejarme. Ya no soy un niño pequeño, y si te descarrías, te destruiré.
—No puedes —rió Peter—. Te resultaría más fácil suicidarte.
La ceremonia comenzó. Esta vez no hubo pompa, ni anillo que besar, ni homilía. Ela y sus ayudantes trajeron simplemente varios cientos de terrones de azúcar impregnados con la bacteria viricida, y el mismo número de ampollas de solución con la recolada.
Los repartieron entre los congregados, y cada uno de los pequeninos tomó el terrón, lo disolvió y lo tragó, y luego tomó el contenido de la ampolla.
—Éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros —entonó Peter—. Haced esto en conmemoración mía.
—¿Es que no respetas nada? —preguntó Ender.
—Ésta es mi sangre, que será derramada por vosotros. Bebed en conmemoración mía. —Peter sonrió—. Ésta es una comunión que incluso yo podría tomar, aunque no esté bautizado.
—Puedo prometerte una cosa: todavía no han inventado el bautismo que te purifique.
—Apuesto a que has estado guardando esas palabras toda tu vida sólo para decírmelas. —Peter se volvió hacia él, para que Ender pudiera ver la oreja donde había sido implantada la joya que lo enlazaba con Jane. Por si Ender no se había dado cuenta, Peter tocó la joya con bastante ostentación—. Recuerda que tengo aquí la fuente de toda sabiduría. Ella te mostrará lo que voy a hacer, por si te interesa. Si no me olvidas en el momento en que me haya marchado.
—No te olvidaré —masculló Ender.
—Podrías venir.
—¿Y arriesgarme a crear más como tú en el Exterior?
—No me vendría mal la compañía.
—Te prometo, Peter, que pronto estarás tan asqueado de ti mismo como lo estoy yo.
—Nunca —replicó Peter—. No estoy lleno de autorrepulsa como tú, pobre herramienta de hombres mejores y más fuertes, siempre obsesionado por la culpa. Y si no quieres crear más compañeros para mí, bueno, ya los iré encontrando por el camino.
—No me cabe la menor duda.
Los terrones de azúcar y las ampollas llegaron hasta ellos. Comieron y bebieron.
—El sabor de la libertad —exclamó Peter—. Delicioso.
—¿Sí? Estamos matando a una especie que nunca llegamos a comprender.
—Sé lo que quieres decir. Es mucho más divertido destruir a un oponente cuando comprendes hasta qué punto lo has derrotado.
Entonces, por fin, Peter se marchó.
Ender se quedó hasta el final de la ceremonia, y habló con muchos de los presentes: Humano y Raíz, por supuesto, y Valentine, Ela, Ouanda y Miro.
Sin embargo, tenía otra visita que hacer. Una visita que ya había hecho varias veces antes, siempre para ser rechazado sin recibir una sola palabra. En esta ocasión, sin embargo, Novinha salió a hablar con él. Ya no parecía rebosante de odio y pena, sino bastante tranquila.
—Estoy en paz —dijo ella—. Y sé que mi ira contra ti fue indigna.
Ender se alegró al oír el sentimiento, pero se sorprendió por los términos utilizados. ¿Cuándo había hablado Novinha de dignidad?
—He comprendido que tal vez mi hijo cumplía los deseos de Dios —prosiguió ella—. Que tú no podrías haberlo detenido, porque Dios quería que fuera con los pequeninos para poner en marcha los milagros que se han producido desde entonces. —Se echó a llorar—. Miro ha vuelto. Curado. Oh, Dios es piadoso después de todo. Y volveré a ver a Quim en el cielo, cuando muera.