—¿Te avergüenzas de mí? —preguntó ella.
—Me siento cohibido por tener mi mente consciente tan abierta al público. Pero no avergonzado. No de ti.
Miró a Nimbo, y luego otra vez a ella.
—Quédate aquí y termina lo que has empezado.
Ella sonrió levemente.
—Es un buen chico que creyó hacer algo bueno.
—Sí —admitió Ender—. Pero se le fue de las manos.
—No sabía lo que hacía. Cuando no comprendes las consecuencias de tus propios actos, ¿cómo puedes ser culpable de ellos?
Él supo que Val hablaba tanto de Ender el Xenocida como de Nimbo.
—No recibes la culpa, pero sí la responsabilidad —respondió—. Para sanar las heridas que causaste.
—Sí. Las heridas que tú causaste. Pero no todas las heridas del mundo.
—¡Oh! ¿Y por qué no? ¿Porque pretendes curarlas todas tú misma?
Ella se echó a reír, con una risa ligera e infantil.
—No has cambiado nada en todos estos años, Andrew.
Él le sonrió, la abrazó y la hizo regresar adentro. Luego se volvió y se encaminó hacia su casa. Había luz suficiente para que pudiera encontrar el camino, aunque tropezó y se perdió varias veces.
—Estás llorando —dijo Jane en su oído.
—Es un día muy feliz —respondió él.
—Lo es. Eres la única persona que malgasta la piedad consigo mismo esta noche.
—Muy bien, entonces —replicó Ender—. Si soy el único, al menos hay uno.
—Me tienes a mí —añadió ella—. Y nuestra relación ha sido casta desde el principio.
—Ya he tenido suficiente castidad en la vida. No esperaba más.
—Todo el mundo es casto al final. Todo el mundo acaba fuera del alcance de los pecados mortales.
—Pero yo no estoy muerto —objetó él—. Todavía no. ¿O sí lo estoy?
—¿Te parece esto el cielo?
Él se rió, pero no de forma agradable.
—Bien, entonces no puedes estar muerto.
—Te olvidas de que esto podría ser fácilmente el infierno.
—¿Lo es? —le preguntó ella.
Ender pensó en todo lo que se había conseguido. Los virus de Ela. La curación de Miro. La amabilidad de la joven Val hacia Nimbo. La sonrisa de paz en el rostro de Novinha. La alegría de los pequeninos mientras la libertad empezaba a recorrer su mundo. Sabía que el viricida estaba ya abriendo un sendero cada vez más amplio a través de la pradera de capim que rodeaba la colonia. A esta hora ya debería haber alcanzado los otros bosques, y la descolada, indefensa ya, cedía a medida que la muda y pasiva recolada ocupaba su lugar. Todos esos cambios no podían suceder en el infierno.
—Supongo que todavía estoy vivo —dijo.
—Y yo también —respondió Jane—. Es algo. Peter y Val no son las únicas personas que brotaron de tu mente.
—No, no lo son.
—Los dos estamos todavía vivos, aunque nos esperen tiempos difíciles.
Ender recordó lo que le esperaba a ella, la mutilación mental que estaba sólo a semanas de distancia, y se avergonzó de sí mismo por haber llorado por sus propias pérdidas.
—Es mejor haber amado y perdido que no haber amado jamás —murmuró.
—Puede que sea un tópico —observó Jane—, pero eso no significa que no pueda ser cierto.
DIOS DE SENDERO
‹No pude saborear los cambios en el virus de lo descolada hasta que desapareció.›
‹¿Se estaba adaptando a ti?›
‹Empezaba a parecerse a mí mismo. Había incluido la mayoría de mis moléculas genéticas en su propia estructura.›
‹Tal vez se preparaba para cambiaros, como nos cambió a nosotros. ›
‹Pero cuando capturó a vuestros antepasados, los emparejó con los árboles en los que vivían. ¿Con quién nos habría emparejado a nosotras?›
‹¿Qué otras formas de vida hay en Lusitania, excepto las que ya están emparejadas?›
‹Tal vez la descolada pretendía combinarnos con una pareja ya existente. O reemplazar un miembro de la pareja con nosotros.›
‹O tal vez pretendía emparejaras con los humanos.›
‹Ahora está muerta. Fuera lo que fuese lo que tenía previsto, nunca sucederá.›
‹¿Qué tipo de vida habríais llevado, emparejadas con machos humanos?›
‹Eso es repugnante.›
‹¿O dando a luz, tal vez, a la manera humana?›
‹Bosta de tonterías.›
‹Estaba solamente especulando.›
‹Lo descolada ha muerto. Estáis libres de ella.›
‹Pero nunca de lo que deberíornos haber sido. Creo que éramos inteligentes antes de que llegara la descolado. Creo que nuestra historia es más antigua que la nave que la trajo aquí. Creo que en alguna porte de nuestros genes está encerrado el secreto de lo vida pequenina de cuando habitábamos en los árboles, y no en estado larval en la vida de árboles inteligentes.›
‹Si no tuvierais tercera vida, Humano, ahora estarías muerto.›
‹Muerto ahora, pero mientras hubiera vivido podría haber sido no un mero hermano, sino un padre. Mientras hubiera vivido podría haber viajado a cualquier parre, sin preocuparme de regresar a mi bosque si esperaba aparearme alguna vez. Nunca habría permanecido dio tras día anclado en el mismo punto, viviendo mi vida a través de los relatos que me traen los hermanos.›
‹¿No os basta ser libres de la descolada? ¿Debéis quedar libres de todos sus consecuencias o no estaréis contentos?›
‹Siempre estaré contento. Soy lo que soy, no importa cómo llegué a serlo.›
‹Pero sigues sin ser libre.›
‹Machos y hembras por igual todavía debemos perder nuestras vidas para transmitir nuestros genes.›
‹Pobre tonto. ¿Crees que yo, la reina colmena, soy libre? ¿Crees que los padres humanos, cuando tienen hijos, vuelven a ser verdaderamente libres alguna vez? Si para vosotros vida significa independencia, una libertad para hacer completamente lo que queréis, entonces ninguna de los criaturas inteligentes está vivo. Ninguno de nosotros es jamás completamente libre.›
‹Echa raíces, amigo mía, y dime entonces lo poco libre que eras cuando todavía podías moverte.›
Wang-mu y el Maestro Han esperaban juntos en la orilla del río a unos centenares de metros de la casa, un agradable paseo a través del jardín. Jane les había dicho que alguien vendría a verlos, un visitante de Lusitania. Los dos sabían que eso significaba que habían logrado viajar más rápido que la luz, pero aparte de eso sólo podían asumir que su visitante debería haber llegado a una órbita alrededor de Sendero, y que vendría a verlos en una lanzadera. En cambio, una ridícula estructura de metal apareció en la orilla delante de ellos. La puerta se abrió. Emergió un hombre. Un hombre joven, de grandes huesos, caucasiano, pero atractivo de todas formas. En la mano sostenía un tubo de cristal.
Sonrió.
Wang-mu nunca había visto una sonrisa así. Él la atravesó con la mirada como si poseyera su alma. Como si la conociera mucho mejor de lo que ella se conocía a sí misma.
—Wang-mu —dijo amablemente—. Real Madre del Oeste. Y Han Fei-tzu, el gran Maestro de Sendero.
Inclinó la cabeza. Los dos repitieron el gesto.
—Mi misión aquí es breve —anunció. Tendió la ampolla al Maestro Han—. Aquí está el virus. En cuanto me marche, porque no tengo ningún deseo de sufrir ninguna alteración genética, gracias, bébetelo. Imagino que sabe a pus o algo igualmente repugnante, pero tómatelo de todas formas. Luego contacta con todas las personas posibles, en tu casa y en la ciudad cercana. Tendrás unas seis horas antes de que empieces a sentirte enfermo. Con suerte, al final del segundo día no quedará ningún síntoma. De nada —sonrió—. No más danzas en el aire para ti, Maestro Han, ¿eh?