—Este documento asegura que todo el mundo está ahora purificado. Los dioses nos han aceptado. —La voz de la locutora temblaba al hablar—. No se sabe de dónde procede este documento. Los análisis de los ordenadores no lo relacionan con el estilo de ningún autor conocido. El hecho de que apareciera simultáneamente en millones de ordenadores sugiere que procede de una fuente de poderes inenarrables. —Vaciló, y ahora su temblor fue claramente visible—. Si esta indigna locutora puede hacer una pregunta, esperando que los sabios la oigan y le respondan con su sabiduría, ¿no podría ser que los propios dioses nos hubieran enviado este mensaje, para que comprendamos su gran regalo al pueblo de Sendero?
Qing-jao escuchó un poco más, a medida que la furia crecía en su interior. Era Jane, obviamente, quien había escrito y difundido aquel documento. ¿Cómo se atrevía a pretender saber lo que los dioses hacían? Había ido demasiado lejos. El documento debía ser refutado. Jane debía ser descubierta, y también toda la conspiración del pueblo de Lusitania.
Los criados la observaban. Ella soportó sus miradas, uno a uno, alrededor del círculo.
—¿Qué queréis preguntarme? —dijo.
—Oh, señora —respondió Mu-pao—, perdona nuestra curiosidad, pero este noticiario ha declarado algo que sólo podremos creer si tú nos aseguras que es verdad.
—¿Y qué sé yo? —contestó Qing-jao—. Sólo soy la hija tonta de un gran hombre.
—Pero eres una de las agraciadas, señora.
«Eres muy osada —pensó Qing-jao—, al hablar de estas cosas al descubierto.»
—Durante toda la noche, desde que acudiste a nosotros con comida y bebida, y mientras conducías a muchos de nosotros entre el pueblo, atendiendo a los enfermos, no te has excusado ni una sola vez para purificarte. Nunca habías resistido durante tanto tiempo.
—¿No se os ha ocurrido que tal vez estábamos cumpliendo con tanta precisión la voluntad de los dioses que no tuve ninguna necesidad de purificarme durante todo ese tiempo?
Mu-pao pareció avergonzada.
—No, no se nos ha ocurrido.
—Descansad ahora —aconsejó Qing-jao—. Ninguno de nosotros está repuesto del todo aún. Debo ir a hablar con mi padre.
Los dejó para que chismorrearan y especularan entre sí. Su padre estaba en la habitación, sentado ante el ordenador. La cara de Jane aparecía en la pantalla. Su padre se volvió hacia ella en cuanto entró en la habitación. Su rostro estaba radiante. Triunfal.
—¿Has visto el mensaje que preparamos Jane y yo? —preguntó.
—¡Tú! —exclamó Qing-jao—. ¿Mi padre, un mentiroso?
Dirigir a su padre semejante insulto era impensable. Pero siguió sin sentir ninguna necesidad de purificarse. La asustaba poder hablar con tan poco respeto y que los dioses no la rechazaran.
—¿Mentiras? —se extrañó su padre—. ¿Por qué piensas que son mentiras, hija mía? ¿Cómo sabes que los dioses no fueron la causa de que nos llegara este virus? ¿Cómo sabes que no es su voluntad dar estas ampliaciones genéticas a todo Sendero?
Sus palabras la enloquecían, o quizá sentía una nueva libertad, o quizá los dioses la estaban probando para que hablara. Sería una falta de respeto que tuvieran que reprenderla.
—¿Crees que soy tonta? —gritó Qing-jao—. ¿Crees que no sé que tu estrategia es impedir que el mundo de Sendero estalle en una revolución y una masacre? ¿Crees que no sé que sólo te preocupa impedir que muera gente?
—¿Hay algo malo en eso? —preguntó su padre.
—¡Es mentira!
—O es el disfraz que los dioses han preparado para ocultar sus acciones. No tuviste ningún problema en aceptar como ciertas las historias del Congreso. ¿Por qué no puedes aceptar la mía?
—Porque sé lo de tu virus, padre. Te vi cogerlo de la mano de ese desconocido. Vi a Wang-mu entrando en su vehículo. Lo vi desaparecer. Sé que ninguna de esas cosas son obra de los dioses. ¡Ella las hizo…, ese diablo que vive en los ordenadores!
—¿Cómo sabes que ella no es uno de los dioses? —preguntó su padre.
Aquello fue insoportable.
—Ella fue creada —chilló Qing-jao—. ¡Por eso lo sé! Es sólo un programa de ordenador, diseñado por seres humanos, que vive en las máquinas que fabrican los humanos. Los dioses no están hechos por ninguna mano. Los dioses han vivido siempre y siempre vivirán.
Por primera vez, Jane habló:
—Entonces tú eres un dios, Qing-jao, y también lo soy yo, y todas las demás personas, humanos o raman, del universo. Ningún dios creó tu alma, tu aiua interna. Eres tan vieja como cualquier dios, y tan joven, y vivirás el mismo tiempo.
Qing-jao aulló. Nunca había emitido un sonido así antes, que recordara. Le rasgó la garganta.
—Hija mía —dijo su padre, acercándose a ella, los brazos extendidos.
Ella no soportó su abrazo. No podía hacerlo porque eso significaría su victoria completa. Significaría que había sido derrotada por los enemigos de los dioses; significaría que Jane la había superado. Significaría que Wang-mu había sido una hija más fiel a Han Fei-tzu que Qing-jao. Significaría que toda la adoración a que se había sometido durante todos estos años no significaba nada. Significaría que se había equivocado al poner en marcha la destrucción de Jane. Significaría que Jane era noble y buena por haber ayudado a transformar al pueblo de Sendero. Significaría que su madre no la estaría esperando cuando por fin llegara el Oeste Infinito.
«¿Por qué no me habláis, oh, dioses? —gritó en silencio—. ¿Por qué no me aseguráis que no os he servido en vano todos estos años? ¿Por qué me abandonáis ahora y dais triunfo a nuestros enemigos?»
Entonces le llegó la respuesta, tan simple y claramente como si su madre se la hubiera susurrado al oído: «esto es una prueba, Qing-jao. Los dioses te observan a ver qué haces».
Una prueba. Por supuesto. Los dioses estaban probando a todos sus servidores de Sendero, para ver cuáles eran engañados y cuáles perseveraban en perfecta obediencia.
«Si me están probando, entonces debe de haber algo apropiado para que yo lo haga. Debo hacer lo que siempre he hecho, sólo que esta vez no debo esperar a que los dioses me instruyan. Se han cansado de indicarme cada día y cada hora en que necesito ser purificada. Es hora de que comprenda mi propia impureza sin sus instrucciones. Debo purificarme, con total perfección: entonces habré pasado la prueba y los dioses me recibirán de nuevo.» Se arrodilló. Encontró una línea en la madera y empezó a seguirla.
No hubo ninguna sensación de liberación como respuesta, ninguna sensación de justicia; pero eso no la preocupaba, porque comprendió que formaba parte de la prueba. Si los dioses le respondían de inmediato, de la forma en que solían hacerlo, ¿cómo sería entonces una prueba de su dedicación? Donde antes había realizado su purificación bajo su constante guía, ahora debía purificarse sola. ¿Y cómo sabría si lo había hecho bien? Los dioses vendrían de nuevo a ella.
Los dioses volverían a hablarle. O tal vez se la llevarían, al lugar de la Real Madre, donde la esperaba la noble Han Jiang-qing. Allí también encontraría a Li Qing-jao, su antepasada-del-corazón. Allí todos sus antepasados la recibirían y dirían: «Los dioses decidieron probar a todos los agraciados de Sendero. Pocos han pasado esa prueba, pero tú, Qing-jao, nos has producido un gran honor a todos. Porque tu fe nunca se tambaleó. Ejecutaste tus purificaciones como ningún otro hijo o hija las ha ejecutado antes. Los antepasados de otros hombres y mujeres sienten envidia de nosotros. Por tu acción, ahora los dioses nos favorecen sobre todos ellos».