—Filotes —intervino Jakt—. ¿Ansibles?
—Un producto secundario —dijo Miro.
—¿Qué tiene que ver eso con el alma? —preguntó Valentine.
Miro estuvo a punto de responder, pero su frustración aumentó, al parecer ante la idea de tener que pronunciar un largo discurso con su boca torpe y renuente. Su mandíbula funcionaba, sus labios se movieron levemente. Entonces dijo en voz alta:
—No puedo hacerlo.
—Escucharemos —dijo Valentine.
Comprendía su resistencia a intentar un discurso extenso con las limitaciones de su habla, pero también sabía que tenía que hacerlo de todas formas.
—No —se obstinó Miro.
Valentine habría intentado seguir persuadiéndolo, pero vio que sus labios seguían moviéndose, aunque no producían más que leves sonidos. ¿Estaba murmurando? ¿Maldiciendo?
No, supo que no era eso.
Tardó un instante en comprender por qué estaba tan segura. Era porque había visto a Ender hacer exactamente lo mismo, mover los labios y la mandíbula, cuando dirigía órdenes subvocalizadas al terminal del ordenador insertado en la joya que llevaba en el oído. Naturalmente: Miro tenía el mismo enlace que Ender, así que le hablaba igual que él.
En un momento, quedó claro qué orden había dado Miro a su joya. Ésta debía de estar conectada al ordenador de la nave, porque inmediatamente después una de las pantallas se despejó y luego mostró el rostro de Miro. Pero no tenía el abotargamiento que lastraba su cara en persona. Valentine se dio cuenta: se trataba de la cara de Miro tal como era antes. Y cuando la imagen de ordenador habló, el sonido procedente de los altavoces lo hizo con lo que seguramente era la voz de Miro tal como solía ser: clara, fuerte, inteligente, rápida.
—Saben que cuando los flotes se combinan para crear una estructura duradera, un mesón, un neutrón, un átomo, una molécula, un organismo, un planeta…, se entrelazan.
—¿Qué es esto? —demandó Jakt.
Todavía no había comprendido por qué hablaba el ordenador.
La imagen computadorizada de Miro se congeló en la pantalla y guardó silencio. El propio Miro respondió.
—He estado jugando con esto —explicó—. Yo le digo cosas, y las recuerda y habla por mí.
Valentine intentó imaginar a Miro experimentando hasta que el programa del ordenador captara su rostro y su voz con exactitud. Lo feliz que debió de ser al recrearse tal como era antes. Y también qué desgraciado al ver lo que podría haber sido y saber que nunca sería real.
—Qué buena idea —exclamó Valentine—. Como una prótesis de la personalidad.
Miro se echó a reír, un único «¡Ja!».
—Adelante —invitó Valentine—. Hables por ti mismo o a través del ordenador, te escucharemos.
La imagen computadorizada volvió a cobrar vida y habló de nuevo con la voz potente e imaginaria de Miro.
—Los filotes son los bloques más pequeños de materia y energía que existen. No tienen masa ni dimensión. Cada filote se conecta con el resto del universo a través de un único rayo, una línea unidimensional que se conecta con todos los demás filotes en su estructura inmediata más pequeña: un mesón. Todas las hebras de los filotes de esta estructura están entrelazados en un único hilo filótico que conecta el mesón a la siguiente estructura superior…, un neutrón, por ejemplo. Los hilos del neutrón se entrelazan en una hebra que lo conecta con todas las otras partículas del átomo, y luego las hebras del átomo se entrelazan en la cuerda de la molécula. Esto no tiene nada que ver con fuerzas nucleares o gravitatorias, ni con enlaces químicos. Por lo que sé, las conexiones filóticas no hacen nada. Simplemente, están ahí.
—Pero los rayos individuales están siempre ahí, presentes en los lazos —objetó Valentine.
—Sí, cada rayo continúa eternamente —respondió la pantalla.
Le sorprendió (y a Jakt también, a juzgar por la forma en que sus ojos se ensancharon) que el ordenador pudiera responder inmediatamente a lo que Valentine había dicho. No era sólo una conferencia preseleccionada. El programa tenía que ser bastante sofisticado, para simular tan bien el rostro y la voz de Miro, y responder como si estuviera simulando también su personalidad…
¿0 había introducido Miro alguna clave en el programa? ¿Había subvocalizado la respuesta? Valentine no lo sabía: había estado contemplando la pantalla. Ahora se dedicaría a observar al propio Miro.
—No sabemos si el rayo es infinito —dijo Valentine—. Sólo sabemos que no hemos encontrado dónde termina.
—Se entrelazan, forman un planeta entero, y el lazo filótico de cada planeta se extiende hasta su estrella, y cada estrella hasta el centro de la galaxia.
—¿Y adónde va el lazo galáctico? —dijo Jakt.
Era una vieja pregunta: los escolares la preguntaban cuando estudiaban por primera vez filótica en el instituto. Igual que la vieja especulación de que tal vez las galaxias eran en realidad neutrones o mesones en un universo mucho más vasto, o la vieja pregunta: si el universo no es infinito, ¿qué hay más allá del borde?
—Sí, sí —se impacientó Miro. Esta vez, sin embargo, habló con su propia boca—. Pero no es ahí donde quiero llegar. Quiero hablarles acerca de la vida.
La voz computadorizada (la voz del brillante joven) tomó el relevo.
—Los lazos filóticos de las sustancias como las rocas o la arena conectan todas directamente desde cada molécula al centro del planeta. Pero cuando una molécula se incorpora a un organismo vivo, su rayo cambia. En vez de extenderse al planeta, se entrelaza con las células del individuo, y los rayos de una célula se unen de forma que cada organismo envía una sola fibra de conexiones filóticas para enlazarse con la cuerda filótica central del planeta.
—Esto demuestra que las vidas individuales tienen algún significado en el ámbito de la física —dijo Valentine. Había escrito un ensayo sobre el tema una vez, tratando de despejar parte del misticismo que se había creado en torno a los filotes al mismo tiempo que lo usaba para sugerir una visión de formación comunitaria—. Pero no hay efectos prácticos, Miro. No se puede hacer nada con ello. El enlace filótico de los organismos vivos simplemente existe. Cada filote está conectado a algo, y a través de eso a otra cosa, y luego a otra más…, las células vivas y los organismos son simplemente dos de los puntos donde pueden hacerse esos enlaces.
—Sí —admitió Miro—. Lo que vive, se entrelaza.
Valentine se encogió de hombros, asintió. Probablemente no podía demostrarse, pero si Miro lo quería como premisa en sus especulaciones, muy bien.
El Miro del ordenador volvió a hablar.
—He estado pensando en la capacidad de resistencia del enlace. Cuando una estructura enlazada se quiebra, como cuando se rompe una molécula, el viejo enlace filótico permanece durante un tiempo. Fragmentos que ya no están físicamente unidos continúan conectados fllóticamente. Y cuanto más pequeña es la partícula, más dura es esa conexión después de haberse roto la estructura original, y más lentamente cambian los fragmentos para establecer nuevos enlaces.
Jakt frunció el ceño.
—Creía que cuanto más pequeñas eran las cosas, más rápido sucedía todo.
—Es contraintuitivo —intervino Valentine.
—Después de la fisión nuclear, los rayos filóticos tardan horas en volver a unirse —prosiguió el Miro —ordenador-. Rompan una partícula más pequeña que un átomo, y la conexión fllótica entre los fragmentos durará mucho más que eso.
—Que es como funciona el ansible —añadió Miro.