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Por otra parte, la idea le gustaba lo suficiente para desear que fuera cierta. De los miles de millones de amantes que se habían susurrado «Somos uno», ¿era posible que algunos de ellos lo hubiesen sido realmente? De los miles de millones de familias que se habían sentido tan unidas para parecer una sola alma, ¿no sería grandioso pensar que en el nivel más básico de la realidad era así?

Jakt, sin embargo, no se sintió tan cautivado por la idea.

—Creía que no íbamos a hablar sobre la existencia de la reina colmena —objetó—. Pensaba que eso era el secreto de Ender.

—Es verdad —concedió Valentine—. Todo el mundo en esta habitación lo sabe.

Jakt le dirigió una mirada impaciente.

—Creía que íbamos a Lusitania a ayudarles en su lucha contra el Congreso Estelar. ¿Qué tiene todo esto que ver con el mundo real?

—Tal vez nada —dijo Valentine—. Tal vez todo.

Jakt enterró su rostro en las manos durante un instante, luego volvió a mirarla con una sonrisa que en realidad no era tal.

—No te había oído decir nada tan trascendental desde que tu hermano se marchó de Trondheim.

Eso le hizo daño, sobre todo porque sabía cuál era la intención. Después de todos estos años, ¿Jakt estaba aún celoso de su vínculo con Ender? ¿Lamentaba todavía el hecho de que ella se preocupara por cosas que no significaban nada para él?

—Cuando él se marchó, yo me quedé —replicó Valentine.

En realidad estaba diciendo: aprobé el único examen que importaba. ¿Por qué dudas de mí ahora?

Jakt se sintió avergonzado. Era una de sus mejores cualidades: cuando advertía que se había equivocado, se retractaba de inmediato.

—Y cuando tú te marchaste, yo me marché contigo —dijo.

Lo cual significaba: estoy contigo, ya no estoy celoso de Ender, y lamento haberte hecho daño. Más tarde, cuando estuvieran a solas, se dirían de nuevo estas cosas abiertamente. No serviría de nada llegar a Lusitania con sospechas y celos por ninguna de las dos partes.

Miro, por supuesto, era ajeno al hecho de que Jakt y Valentine hubieran declarado ya una tregua. Sólo era consciente de la tensión que reinaba entre ellos, y creía ser la causa.

—Lo siento —se disculpó—. No pretendía…

—No importa-dijo Jakt—. Me he pasado de la raya.

—No hay ninguna raya —manifestó Valentine, dirigiendo una sonrisa a su marido.

Jakt le sonrió a su vez.

Aquello era lo que Miro necesitaba comprobar; se relajó visiblemente.

—Continúa —invitó Valentine.

—Considere todo eso como una suposición.

Valentine no pudo evitarlo: se echó a reír. En parte se rió porque todo el asunto místico gangeano del filote-como-alma era una premisa demasiado vasta y absurda para considerarla siquiera. En parte también para liberar la tensión entre Jakt y ella.

—Es una suposición horriblemente grande. Si ése es el preámbulo, me muero por oír la conclusión.

Miro, comprendiendo ahora su risa, se rió también.

—He tenido mucho tiempo para pensar. Ésa era realmente mi especulación de lo que es la vida: que todo en el universo es conducta. Pero hay algo más de lo que quiero hablarles. Y preguntarles, supongo. —Se volvió. hacia Jakt—. Y tiene mucho que ver con detener a la Flota Lusitania.

Jakt sonrió y asintió.

—Agradezco que me arrojen algún hueso de vez en cuando.

Valentine mostró su sonrisa más cautivadora.

—Bien…, más tarde te alegrarás cuando rompa unos cuantos huesos.

Jakt volvió a echarse a reír.

—Adelante, Miro —dijo Valentine.

La imagen respondió.

—Si toda la realidad es la conducta de los filotes, entonces obviamente la mayoría de los filotes sólo son lo bastante capaces o fuertes para actuar como un mesón o aguantar como un neutrón. Unos cuantos tienen la fuerza de voluntad para estar vivos, para gobernar un organismo. Y una fracción insignificante de ellos es lo bastante poderosa para controlar…, no, para ser un organismo consciente. Pero, sin embargo, el ser más complejo e inteligente, la reina colmena, por ejemplo, es, en el fondo, sólo un filote, como todos los demás. Gana su identidad y su vida del papel concreto que cumple, pero en realidad es un filote.

—Mi entidad…, mi voluntad, ¿es una partícula subatómica? —preguntó Valentine.

Jakt sonrió y asintió.

—Una idea divertida —admitió—. Mi zapato y yo somos hermanos.

Miro sonrió muy débilmente. Sin embargo, la imagen-Miro respondió.

—Si una estrella y un átomo de hidrógeno son hermanos, entonces sí, hay una relación entre usted y los filotes que componen objetos comunes como su zapato.

Valentine advirtió que Miro no había subvocalizado nada justo antes de que la imagen respondiera. ¿Cómo había ofrecido la analogía de estrellas y átomos de hidrógeno el software que producía la imagen, si Miro no la proporcionaba sobre la marcha? Valentine nunca había oído hablar de un programa de ordenador capaz de producir una conversación tan relacionada y a la vez tan apropiada por su cuenta.

—Y tal vez haya otras relaciones en el universo de las que no saben nada hasta ahora —prosiguió la imagen-Miro—. Tal vez exista un tipo de vida que no conozcan.

Valentine vio que Miro parecía preocupado. Agitado. Como si no le gustara lo que la imagen-Miro estaba haciendo ahora.

—¿De qué clase de vida estás hablando? —preguntó Jakt.

—Hay un fenómeno físico en el universo, muy común, que permanece completamente inexplicado. Sin embargo todo el mundo lo da por hecho a pesar de que nadie ha investigado seriamente por qué y cómo sucede. Es éste: ninguna de las conexiones ansibles se ha roto jamás.

—Tonterías —masculló Jakt—. Uno de los ansibles de Trondheim estuvo fuera de servicio durante seis meses el año pasado. No sucede a menudo, pero ocurre.

Una vez más los labios y la mandíbula de Miro permanecieron inmóviles; una vez más la imagen respondió inmediatamente. Estaba claro que ahora no la controlaba.

—No he dicho que los ansibles no se rompan. He dicho que las conexiones, los lazos filóticos entre las partes de un mesón dividido, no se han roto nunca. La maquinaria del ansible puede romperse, el software puede estropearse, pero el fragmento de un mesón dentro de un ansible no ha hecho nunca el cambio para permitir que su rayo filótico entrelace con otro mesón local o incluso con el planeta cercano.

—El campo magnético suspende el fragmento, por supuesto —dijo Jakt.

—Los mesones divididos no duran lo suficiente en la naturaleza para que sepamos cómo actúan de modo natural —dijo Valentine.

—Conozco todas las respuestas estándar —asintió la imagen—. Todas son tonterías. Todas son el tipo de respuestas que los padres dan a sus hijos cuando no saben la verdad y no quieren molestarse en averiguarla. La gente sigue tratando a los ansibles como si fueran magia. Todo el mundo se alegra de que sigan funcionando; si intentaran averiguar por qué, la magia podría perderse y entonces los ansibles se detendrían.

—Nadie piensa así —rebatió Valentine.

—Todo el mundo lo hace —replicó la imagen—. Aunque requiera cientos de años, o mil años, o tres mil, una de esas conexiones debería haberse roto ya. Uno de esos fragmentos de mesón debería haber cambiado su rayo filótico; sin embargo, no lo ha hecho nunca.

—¿Por qué? —preguntó Miro.

Al principio, Valentine asumió que estaba haciendo una pregunta retórica. Pero no: miraba a la imagen igual que los demás, pidiéndole que le explicara el motivo.