Entonces, cuando estaba sola, podía abrir esa caja y dejar salir el fuego, no con una erupción única y terrible, sino lenta, gradualmente, llenándose de luz mientras inclinaba la cabeza y seguía las líneas del suelo, o se inclinaba sobre la palangana sagrada de sus santos lavados y frotaba tranquila y metódicamente sus manos con piedra pómez, lejía y aloe.
Así, convirtió la airada voz de los dioses en un culto privado y disciplinado. Sólo en los raros momentos de súbita desazón perdía el control y se abalanzaba al suelo delante de un maestro o una visita. Aceptaba estas humillaciones como la forma que tenían los dioses de recordarle que su poder sobre ella era absoluto. Estaba satisfecha con esta disciplina incompleta. Después de todo, sería presuntuoso por su parte igualarse al perfecto autocontrol de su padre. La extraordinaria nobleza de Han Fei-tzu existía porque los dioses lo honraban, y por eso no requería su humillación pública. Ella no había hecho nada para ganarse ese honor.
Por último, su educación escolar incluía un día a la semana en que ayudaba al pueblo llano en su labor virtuosa. Ésta, por supuesto, no era el trabajo que el pueblo llano hacía diariamente en sus oficinas y fábricas. La labor virtuosa significaba el duro trabajo en los arrozales. Cada hombre, mujer y niño de Sendero tenía que ejecutar esta labor, inclinándose y chapoteando en agua hasta la rodilla para plantar y recolectar el arroz, o perdía la ciudadanía.
—Así honramos a nuestros antepasados —le explicó su padre cuando era pequeña—. Les mostramos que ninguno de nosotros se alzará jamás sobre su labor.
El arroz cultivado a través de la labor virtuosa era considerado sagrado. Se ofrecía en los templos, se comía en los días sagrados y se colocaba en pequeños cuencos como ofrenda a los dioses de la casa.
Una vez, cuando Qing-jao tenía doce años, el día era terriblemente caluroso y estaba ansiosa por terminar su trabajo en un proyecto de investigación.
—No me hagas ir a los arrozales hoy —le rogó a su maestro—. Lo que estoy haciendo aquí es mucho más importante.
El maestro hizo una reverencia y se marchó, pero pronto su padre entró en la habitación. Llevaba una pesada espada, y ella gritó aterrada cuando la alzó por encima de su cabeza. ¿Pretendía matarla por haber hablado de forma tan sacrílega? Pero él no la hirió, ¿cómo había podido imaginar que lo haría? En cambio, la espada cayó sobre su ordenador. Las partes metálicas se retorcieron, el plástico se quebró y voló. La máquina quedó destruida.
Su padre no alzó la voz. Con un débil susurro, dijo:
—Primero los dioses. Segundo los antepasados. Tercero el pueblo. Cuarto los gobernantes. Lo último, el yo.
Era la expresión más clara del Sendero. Era la razón por la que este mundo fue habitado en primer lugar. Ella lo había olvidado: si estaba demasiado ocupada para ejecutar la labor virtuosa, no estaba en el Sendero.
Nunca volvería a olvidarlo. Con el tiempo, aprendió a amar al sol que le golpeaba la espalda, al agua fría y pegajosa alrededor de sus piernas y manos, los tallos de las plantas como dedos que se alzaban desde el lodo para entrelazarse con sus propios dedos. Cubierta por el barro de los arrozales, nunca se sentía falta de limpieza, porque sabía que estaba sucia en servicio a los dioses.
Finalmente, a la edad de dieciséis años, su educación terminó. Sólo tenía que demostrarse capaz de ejecutar la tarea de una mujer adulta: una tarea que fuera lo suficientemente difícil e importante para poder ser confiada sólo a una agraciada.
Visitó al gran Han Fei-tzu en su habitación. Como la suya, era un gran espacio abierto; como la suya, las instalaciones para dormir eran simples: una esterilla en el suelo; como la suya, la habitación estaba dominada por una mesa con un terminal de ordenador. Ella nunca había entrado en la habitación de su padre sin ver algo flotando en la pantalla situada sobre el terminaclass="underline" diagramas, modelos tridimensionales, simulaciones en tiempo real, palabras. Casi siempre palabras. Letras o ideogramas flotaban en el aire sobre páginas simuladas, moviéndose adelante y atrás, de lado a lado, según su padre necesitara compararlas.
En la habitación de Qing-jao, todo el resto del espacio estaba vacío. Ya que su padre no seguía vetas en la madera, no había necesidad para tanta austeridad. Incluso así, sus gustos eran simples. Una rara alfombra con mucha decoración. Una mesita baja, con una escultura en ella. Paredes desnudas a excepción de una pintura. Y como la habitación era tan grande, cada una de estas cosas parecía casi perdida, como la débil voz de alguien que gritara desde muy lejos.
El mensaje de esta habitación a las visitas era claro: Han Fei-tzu escogió la simpleza. Una sola cosa de cada bastaba para un alma pura.
Sin embargo, el mensaje para Qing-jao fue bastante diferente, pues sabía lo que nadie fuera de la casa advertía: la alfombra, la mesa, la escultura y la pintura cambiaban cada día. Y nunca en su vida había reconocido ninguna de ellas. Así que la lección que aprendió fue ésta: un alma pura nunca debe acostumbrarse a una sola cosa. Un alma pura debe exponerse a cosas nuevas cada día.
Como ésta era una ocasión formal, no se acercó y se plantó tras él mientras trabajaba, estudiando lo que aparecía en su pantalla, intentando adivinar qué estaba haciendo. Esta vez se dirigió al centro de la habitación y se arrodilló en la alfombra, que hoy era del color de un huevo de petirrojo, con una pequeña mancha en una esquina. Mantuvo la mirada baja, sin estudiar siquiera la mancha, hasta que su padre se levantó de la silla y se acercó a ella.
—Han Qing-jao —dijo—. Déjame ver el amanecer del rostro de mi hija.
Ella alzó la cabeza, lo miró y sonrió.
Él le devolvió la sonrisa.
—Lo que te impondré no será una tarea fácil, ni siquiera para un adulto con experiencia —advirtió su padre.
Qing-jao inclinó la cabeza. Esperaba que su padre le impusiera un desafío difícil y estaba dispuesta a cumplir su voluntad.
—Mírame, mi Qing-jao —insistió el padre.
Ella alzó la cabeza, lo miró a los ojos.
—Esto no va a ser una tarea de la escuela. Es una tarea del mundo real. Una tarea que el Congreso Estelar me ha impuesto, y de la que puede depender el destino de pueblos y naciones.
Qing-jao ya estaba nerviosa, pero ahora su padre la estaba asustando.
—Entonces, debes encargar esta tarea a alguien en quien puedas confiar, no a una niña sin experiencia.
—Hace años que no eres una niña, Qing-jao. ¿Estás preparada para oír tu tarea?
—Sí, padre.
—¿Qué sabes de la Flota Lusitania?
—¿Quieres que te diga todo lo que sé?
—Quiero que me digas todo lo que tú consideres importante.
De modo que esto era una especie de prueba, para ver hasta qué punto podía discernir lo importante de lo accesorio en su conocimiento de un tema concreto.
—La flota fue enviada para someter una colonia rebelde en Lusitania, donde las leyes referidas a la no interferencia con la única especie alienígena conocida se rompieron desafiantemente.
¿Era eso suficiente? No…, su padre estaba todavía esperando.
—Hubo gran controversia, desde el principio —siguió ella diciendo—. Unos ensayos atribuidos a una persona llamada Demóstenes causaron problemas.
—¿Qué problemas, en concreto?
—Demóstenes advirtió a los mundos coloniales que la Flota Lusitania era un precedente peligroso: sería sólo cuestión de tiempo el hecho de que el Congreso Estelar usara la fuerza para conseguir también su obediencia. Demóstenes advirtió a los mundos católicos y las minorías católicas de todas partes que el Congreso intentaba castigar al obispo de Lusitania por enviar misioneros a los pequeninos para salvar sus almas del infierno. A los científicos, advirtió que el principio de investigación independiente estaba en juego: todo un mundo estaba bajo ataque militar porque se atrevía a preferir el juicio de los científicos del lugar al de los burócratas situados a muchos años luz de distancia. Demóstenes también advirtió a todo el mundo que la Flota Lusitania llevaba el Ingenio de Desintegración Molecular. Por supuesto, eso es obviamente una mentira, pero algunos lo creyeron.