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Él se encogió de hombros.

– Ella pertenecía al personal de limpieza y yo al de los establos. Ahora no nos relacionamos mucho, y entonces no nos relacionábamos en absoluto.

– Llevaban ambos varios años aquí. ¿Intenta decirme que no la conocía?

– No he dicho eso. He dicho que en aquellos tiempos no nos mezclábamos. La conocía de oídas, cruzaba alguna palabra con ella, la saludaba. Sabía que tenía una hija. Nada más.

– ¿Fue al entierro de su hija?

Aquello cogió desprevenido a Cullen, que tuvo que recobrarse antes de contestar con voz firme:

– Fue todo el personal del hotel.

– Sólo para presentar sus respetos, supongo.

– Sí. Sí, así fue.

McDaniel asintió con un gesto de la cabeza y, como si aquello fuera una señal, el federal se apartó de la pelirroja, que guardaba silencio, y fue a sentarse en la otra silla, frente a Cullen.

– ¿Sigue yendo a presentar sus respetos? -inquirió con despreocupación.

– No sé de qué me habla.

– Claro que lo sabe, Cullen. Tuve una corazonada y le pedí al capitán McDaniel que hiciera una comprobación antes de que le hiciéramos venir aquí. Resulta que el encargado del cementerio se ha fijado en sus visitas. Una a la semana, desde que volvió a trabajar en El Refugio. Visita usted la tumba de Missy y deja allí una sola flor.

«Una corazonada. Una maldita corazonada», pensó Cullen.

Se encontró mirando unos ojos azules extremadamente penetrantes y se debatió en silencio antes de decidir de nuevo que debía conservar la calma. No podía permitirse cometer un error, no podía correr el riesgo de que le encerraran antes de que aquello acabase.

Porque tenía que acabar. Esta vez tenía que acabar.

Aun así, debía decir algo, tenía que parecer al menos que cooperaba o le encerrarían de todos modos. Una verdad a medias, se dijo, era mejor que nada.

– Está bien, sí, voy a presentar mis respetos. Sí, conocía a Laura Turner y a su hija un poco mejor de lo que he dicho.

Vio que había sorprendido al federal y aprovechó su ventaja para conducir la conversación por los derroteros que quería que tomara.

– Yo sabía que éste no era sitio para esa niña. Nunca debió estar aquí. Y desde luego no debió morir aquí. Nadie de por aquí visita nunca la tumba. Me lo dijo el encargado del cementerio. Así que la visito yo. Y le pongo algo bonito en la lápida.

El federal dijo lentamente:

– ¿Qué quiere decir con que nunca debió estar aquí?

Cullen vaciló visiblemente, esforzándose porque pareciera que se resistía.

– Oí algo por casualidad, ¿de acuerdo? Algo que me hizo pensar que la hija de Laura había muerto… y que Laura les había robado a Missy a sus verdaderos padres.

La pelirroja, todavía callada, se movió de repente, dejó la silla y se acercó al sofá donde estaba Cullen. Su cara estaba pálida, sus ojos verdes tenían una expresión ansiosa y, al volver la cabeza para mirarla, Cullen se sintió asaltado por una certeza instantánea y sorprendente.

«Así que es eso. Por eso está aquí.» Sintió que el latido de su corazón se aceleraba y tuvo que luchar de nuevo por conservar la calma.

– ¿Está seguro de eso? -preguntó ella, temblorosa-. ¿Está seguro de que se la quitaron a sus verdaderos padres?

– Sí, seguro.

El federal dijo:

– Missy nunca dijo una palabra que sugiriera que Laura no era su verdadera madre.

Cullen logró encogerse de hombros.

– No tenía más que dos años cuando Laura se la llevó. Supongo que, cuando usted estuvo aquí ese verano, ella ya había olvidado que su sitio estaba en otra parte.

El federal entornó los ojos.

– ¿Se acuerda de mí?

– Claro que me acuerdo. Podía montar todos los caballos que teníamos, hasta los más ariscos, y no le importaba quedarse a cepillarlos después. No era tan arrogante como la mayoría de esos mierdas. Y me parece que ese verano los demás le seguían. Su pandilla pasaba más tiempo en los establos que en cualquier otra parte. -Cullen se encogió de hombros otra vez-. Y casi siempre dejaban que Missy jugara sola.

Esperaba a medias que el federal se indignara al oír aquello, pero estaba claro que el más joven de los dos llevaba suficiente tiempo en el oficio como para permitir que algo así le afectara. O quizá sabía simplemente que Cullen lo había dicho a propósito.

– Sí, a ella no le gustaban los caballos. Lo cual hace que me pregunte cómo es que usted pasaba tiempo con ella.

– Yo me pregunto otra cosa -dijo de repente McDaniel, en el tono, un tanto demasiado alto, de quien se ha visto obligado a guardar silencio contra su voluntad-. Me pregunto por qué demonios después del asesinato no dijo ni una palabra acerca de que Missy había sido secuestrada. ¿No se le ocurrió que podía ser una información relevante?

Cullen le miró y dijo con frialdad:

– Lo cierto es que sí dije algo. Al jefe de policía. Y firmé mi declaración como es debido. Así que ellos lo sabían. Sabían que Missy era una niña robada.

Era casi medianoche cuando Nate colgó el teléfono del salón y se volvió para mirar a Quentin.

– En fin, el jefe no está muy contento conmigo. Le he despertado.

– ¿Cómo puede estar durmiendo con todo lo que está pasando? -preguntó Stephanie. Había entrado en la habitación cuando Cullen se marchaba, y los demás la habían puesto al corriente de lo sucedido.

– Muy fácilmente. Le faltan seis meses para jubilarse.

Yendo al grano, Quentin preguntó:

– ¿Qué hay de la declaración de Ruppe?

– El jefe niega que existiera. -Nate suspiró profundamente-. Pero o me habéis contagiado vuestras teorías conspirativas y son imaginaciones mías, o mi pregunta le puso muy nervioso.

– ¿Qué crees tú? Lo que te digan las tripas.

– Estaba nervioso. Si me gustara el juego, apostaría a que Cullen Ruppe hizo exactamente la declaración que dice haber hecho… y que por alguna razón esa declaración y cualquier información que pudiera confirmarla desaparecieron del expediente.

– ¿Por qué diablos iban a hacer eso? -preguntó Stephanie.

– Secretos -dijo Diana. Seguía sentada en el sofá donde poco antes había ido a reunirse con Cullen-. Alguien quería que el secreto del secuestro de Missy se mantuviera oculto.

Stephanie frunció el ceño.

– Supongo que alguien relacionado con El Refugio pudo querer que fuera así -dijo-. Me refiero a que, si Laura Turner estaba tan desequilibrada como para secuestrar a una niña, el hecho de que viviera aquí todos esos años no ofrecía precisamente una buena imagen de quienes la habían contratado. Pero hacer desaparecer una declaración policial… Aunque no tuviera nada que ver con el asesinato de Missy, la información que contenía era importante para la investigación. Tuvo que hacer falta un garrote muy grande o una zanahoria inmensa para persuadir al jefe de que la ocultara.

– Mi padre podría haberlo hecho.

Capítulo dieciséis

Miraron todos a Diana, y fue Nate quien dijo:

– Si creemos que Missy le fue arrebatada a tu familia, Diana, me parece que tu padre sería la última persona de la que podríamos sospechar que hubiera eliminado pruebas como ésa. No podían saber quién se había llevado a su hija, y mucho menos dónde estaba, o la habrían recuperado.

– Eso es cierto. Pero supongamos que mi padre sólo lo descubrió después de que Missy fuera asesinada.

– ¿Cómo? -Nate movió la cabeza de un lado a otro-. Cullen asegura que nunca supo de quién era hija Missy en realidad, así que, aunque su declaración no hubiera sido eliminada al principio de la investigación, nadie más habría sido informado de su muerte. Y, como Quentin ha hecho notar más de una vez, hubo muy poca cobertura mediática. Aunque la noticia hubiera trascendido fuera de esta zona, en la prensa no apareció ninguna fotografía que tus padres pudieran reconocer.