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– Hay muchas habitaciones vacías aquí, en el edificio principal.

Él repitió con firmeza:

– Lo sé.

Diana se quedó mirándole un momento. Después asintió con una inclinación de cabeza.

– De acuerdo. Gracias.

Hasta unos minutos después, cuando estaban en la suite de Quentin y se disponía a cerrar la puerta del dormitorio, no volvió sobre un tema que habían tocado poco antes.

– Hay algo entre nosotros.

En ese momento, había una puerta entre ellos. Una puerta que ella estaba a punto de cerrar.

Quentin se quedó allí, mirándola, deseando decir más de lo que sabía que debía decir.

Ahora no. Aún no. Diana había pasado por muchas cosas, y sus palabras revelaban que estaba demasiado confusa y desconcertada como para poder enfrentarse a algo más en ese momento.

De modo que Quentin se limitó a decir:

– Siempre ha habido algo entre nosotros, Diana. Intenta dormir un poco.

Al principio, ella pareció dispuesta a cuestionar su respuesta, pero por fin asintió con un gesto y murmuró:

– Buenas noches. -Y cerró la puerta.

Diana no sabía si funcionaría. Pese al control que a veces lograba ejercer mientras se hallaba en el tiempo gris, el hecho era que, hasta donde ella sabía, nunca había iniciado por propia voluntad aquel… proceso. Siempre había sido llamada (convocada, en realidad) por uno o más guías. Arrastrada desde el sueño o hacia una de aquellas temibles pérdidas de conciencia, sin que nadie le pidiera siquiera permiso.

O, como en el caso más reciente, arrastrada por aquella voz que oía en su cabeza y que ahora creía que probablemente había sido siempre la de Missy.

Lo cual significaba que ignoraba cómo crear o abrir una puerta hacia aquel mundo por sus propios medios y sin que nadie la llamara.

Pero tenía que intentarlo. Porque, entre los incontables acertijos y las dudas que le había deparado aquel día, una pregunta se destacaba del resto, torturándola.

Tenía, al menos, que intentar encontrar la respuesta.

Quentin no lo aprobaría, estaba segura de ello. Sabía, además, que su posible desaprobación era digna de tenerse en cuenta, por la simple razón de que él tenía, al menos a nivel consciente, mucha más experiencia que ella en asuntos parapsicológicos y muy probablemente sabía cuándo no debía propiciarse una experiencia paranormal.

Por eso no le había dicho que iba a intentarlo.

Se puso cómoda en la cama de Quentin, tumbándose sobre las mantas apartadas y apoyándose en una almohada. Después apagó todas las luces, excepto la lámpara de la mesilla de noche, para que la habitación permaneciera suavemente iluminada.

Mientras cerraba los ojos e intentaba relajarse, tenía presente la insidiosa idea de que intentar aquello estando tan cerca en el tiempo y en el espacio de un brutal asesinato no era posiblemente lo más sensato que podía hacer.

Pero eso tampoco la detuvo.

Como no sabía qué otra cosa hacer, respiró acompasadamente, con calma, y se concentró en intentar relajar el cuerpo. En quedar inerme. Un músculo cada vez, miembro a miembro. Luego, cuando se sintió tan relajada como probablemente podía estar, intentó visualizar una puerta. Para su sorpresa, le fue muy fácil hacerlo, y enseguida la puerta se materializó ante el ojo de su mente como si estuviera justo frente a ella.

Y vio con creciente inquietud que era verde.

Vaciló, pero al final su necesidad de encontrar la respuesta a la pregunta que la torturaba fue más fuerte, incluso, que su instinto de conservación. Alargó el brazo y asió el pomo de la puerta. Le sorprendió el hecho de sentirlo como si fuera real, y lo hizo girar.

Abrió la puerta y penetró a través de ella en el tiempo gris. Un largo corredor se extendía ante ella, frío y gris y prácticamente desprovisto de rasgos distintivos.

Diana dudó de nuevo. Sujetando todavía la puerta abierta, se volvió a medias para mirar a través de ella. Vio, envuelta en un halo fantasmal, la habitación de Quentin, la lámpara sobre la mesilla de noche, que refulgía cálidamente, las mantas apartadas y las almohadas apiladas sobre la cama.

La cama vacía.

– Estoy aquí -se oyó murmurar con voz hueca, como le sucedía siempre en el tiempo gris-. Estoy aquí físicamente.

No había contado con eso.

– Esto no es buena idea.

Sobresaltada, se volvió rápidamente hacia el corredor y el pomo de la puerta se deslizó de su mano. De pronto se halló frente a Becca, la niña que la había conducido a los establos.

– Se supone que no debes estar aquí, todavía no -le dijo Becca.

Diana miró hacia atrás y vio que la puerta verde se cerraba tras ella.

– Mientras recuerde dónde está esta puerta, puedo volver -dijo.

Becca meneó la cabeza.

– Aquí las cosas no funcionan así. La puerta no estará en el mismo sitio. El sitio no estará en el mismo lugar.

– No estoy de humor para acertijos, Becca.

La niña exhaló un suspiro.

– No es un acertijo, es como son las cosas. Lo recordarás, si piensas en ello. Tú hiciste la puerta, así que llévala contigo. Algo así.

– Entonces, podré encontrarla si necesito irme deprisa, ¿no?

– Eso espero.

Diana intentó fingir ante sí misma que el leve temblor que sentía se debía únicamente al frío que hacía siempre en el tiempo gris y no a la evidente vacilación de la chiquilla.

– ¿Dónde está Missy? -le preguntó a Becca.

La niña ladeó la cabeza como si escuchara un sonido distante.

– No deberías estar aquí, de veras, Diana. Matar a Ellie fue sólo el principio. Ahora ya sabe lo tuyo. Y te quiere.

– ¿Por qué? -preguntó Diana con toda la firmeza de que fue capaz.

– Porque estás descubriendo los secretos. Encontraste el esqueleto de Jeremy. Encontraste la trampilla y las cuevas. Descubriste la foto en la que salíais Missy y tú juntas.

– Pero eso sólo son… piezas del rompecabezas.

– Y ahora ya las tienes casi todas. Esta vez podrás ayudarnos a detenerlo. -Su certeza se tambaleó-. Creo.

Aquello no tranquilizó mucho a Diana.

– Mira, Becca, tengo que hablar con Missy.

– Missy ya no está aquí.

Capítulo diecisiete

Diana sintió un frío aún más profundo.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que no está aquí. Cuando abriste la puerta la última vez, cuando te cogió de la mano, Missy dejó el tiempo gris y regresó contigo.

– ¿Por qué?

– Porque tiene que hacer algo, supongo.

Diana dijo lentamente:

– No la vi. Cuando volví con Quentin, no la vi.

– A veces no queremos que nos vean, ni siquiera los médiums. Además, supongo que estabas alterada. Como habías recordado lo de tu madre y esas cosas…

– ¿Sabes eso?

Becca asintió.

– Aja. Missy me lo contó.

– ¿Sabes…? -Diana aquietó el temblor de su voz-. ¿Sabes por qué nuestra madre quedó atrapada a este lado de la puerta?

– Por eso has cruzado, ¿verdad? Y por eso has cruzado del todo, en carne y hueso. Porque significa mucho para ti. Porque tienes que saber qué le pasó a tu madre.

– Contéstame, Becca. ¿Sabes qué le ocurrió? ¿Sabes dónde está?

Becca dio media vuelta y echó a andar por el largo corredor.

Diana la siguió de inmediato.

– Becca…

– No te alejes mucho de la puerta, Diana.

Diana vaciló, miró hacia atrás. Pero la puerta verde todavía estaba allí. Siguió caminando tras la pequeña.

– Llevo casi toda mi vida siguiéndoos -dijo, no sin un toque de amargura-. Siempre siguiéndoos, siempre haciendo lo que queréis que haga. Maldita sea, esta vez soy yo la que necesita algo. ¿Por qué no me ayudáis, para variar?

– Te hemos estado ayudando desde el principio, Diana.

– Sí, claro. Dejándome metida hasta la cintura en un lago, o haciéndome conducir el coche de mi padre por la autopista…