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¿Y qué le diría a Linda cuando se pusiera en contacto con él? Ella no le había pedido su número de teléfono pero sabría dónde encontrarle. Porque él no se había movido de allí aunque sus ansias de amor se hubieran ido tras ella.

Se derrumbó en la silla del retrete y hundió la cabeza entre las manos.

Hiciera lo que hiciese se vería obligado a traicionar a una de las dos.

Tenía que ir al hospital. Ahora mismo debía ir a verla y reconocer su culpa. Tenía que conseguir su perdón. Sin él, no aguantaría.

Sonó el teléfono. Miró la esfera de su reloj de pulsera. Las siete y diez. Volvió desnudo al dormitorio. Tenía que ser ella. ¿Quién le llamaría a estas horas, si no? Debía de haber conseguido su número a través del servicio de información. ¿Qué le diría? ¿Y cómo resistirse al impulso de descolgar y escuchar su voz?

Lo más maravilloso era que había podido descolgar a la quinta señal. Se había vuelto inmune. Todo su ser reía ante la idea cuando alzó el auricular y dijo:

– Hola, soy yo, Jonas.

– Jonas, soy Björn Sahlstedt del Karolinska. Creo que es mejor que vengas al hospital. Enseguida.

Capítulo 14

Eran las 16:10 cuando salió por el portal sin saber dónde se hallaba. El taxi se había alejado de Gamla Stan rumbo al sur y habían doblado a la derecha en Gullmarsplan, eso lo recordaba, pero después había perdido la orientación. Se dio la vuelta. A la derecha del portal por el cual acababa de salir distinguió una placa con el nombre de la calle y dio unos pasos para poder leerla en la oscuridad. Storsjövägen. Se encontraba en una explanada sin salida y enfiló calle abajo. Las fachadas ensombrecidas por las lunas brillantes y negras de las ventanas. Esporádicamente, una lámpara encendida.

Agradeció su suerte de que él no se hubiera despertado al levantarse ella de la cama. Durante más de una hora había permanecido inmóvil fingiendo dormir hasta que la respiración regular de él le aseguró que dormía. Sólo entonces se atrevió a abrir los ojos. Una combinación de sala de estar y de dormitorio, curiosamente desprovista de objetos. Tal vez viviera allí provisionalmente. Sólo las paredes indicaban lo contrario. Numerosas pinturas al óleo de diferentes tamaños, todas representando figuras abstractas de gran colorido, cubrían prácticamente cada centímetro cuadrado.

El chico se había quedado dormido con los labios pegados a su hombro izquierdo. Hacía un frío notable en el apartamento. Con mucha cautela, procurando que no se despertara, se apartó de él bajó de la cama y recogió su ropa esparcida por el suelo.

La mujer que vio en el espejo del cuarto de baño le pareció una extraña. Una mujer que había seducido a un chico de veinticinco años, que lo había acompañado a su piso y se había acostado con él. Todavía era pronto para saber si había tenido en ella el efecto imaginado. No sentía nada.

* * *

Mientras subía las escaleras donde vivía el chico se había puesto nerviosa. La audacia imbuida por el alcohol se había evaporado y durante unos momentos había tenido ganas de irse. Pero entonces invocó la imagen de Henrik y Linda juntos y eso hizo que sus pies siguieran adelante y se metieran en el apartamento. Nada más entrar en el recibidor se arrimó a él para disimular su vacilación interior y el apetito sexual de él era de tal calibre que apenas tuvieron tiempo de quitarse la ropa. Sus manos inexpertas avanzaban a tropezones por su cuerpo y se le ocurrió que el muchacho tal vez fuera virgen; pero ella hizo lo posible para inyectarle confianza en sí mismo fingiendo que sus torpes intentos le daban placer.

* * *

La calle terminaba en un cruce en forma de «T». Sacó su móvil y llamó a un taxi.

Se llamaba Jonas y en la puerta ponía Jansson. Era todo lo que sabía y eso era todo cuanto deseaba saber. Él había representado su parte y ella la suya.

Había como una oquedad en su interior, una falta total de sensibilidad. El único hombre que la había tocado durante los últimos quince años había sido Henrik, y ahora acababa de entregarse a un completo desconocido.

Y, en cambio, eso no le hacía sentir ni frío ni calor.

Cuando llegó a casa la luz del recibidor estaba encendida. Sacó la cartera del bolso, extrajo la alianza y se la ajustó al dedo otra vez. Lo más silenciosamente posible, se quitó el abrigo y los zapatos y entró en la cocina. Todo en calma y en silencio. Sobre la mesa vio el plato sucio de Axel y dedujo que había cenado espaguetis a la boloñesa. Una cena normal y corriente. El móvil de Henrik estaba en la encimera. Ni una sola llamada. La relación de llamadas no mostraba un solo número, ni recibidas ni enviadas, todo eliminado. El cabrón se creía muy listo.

Continuó hasta el cuarto de Axel. La lámpara con forma de luna estaba encendida y el suelo abarrotado de juguetes, pero la cama estaba vacía como de costumbre. Se sentó en el suelo. Junto a ella vio un Action Man cuyos brazos y piernas se habían agarrotado como por un calambre. Estaba ahí tirado, olvidado por unas manos que no tenían posibilidad de elección. Cuya existencia estaba a punto de desintegrarse en pedazos y que no podrían defenderse.

Observó el juguete que sostenía entre sus manos. ¿Quién se lo había regalado? La mano derecha moldeada para poder asir un arma.

Se puso en pie de un salto. Encontró el llavero de Henrik en el bolsillo de su chaqueta y con él bajó al sótano. El armero. Donde él guardaba sus escopetas de caza. El único lugar de la casa donde ella nunca metía la nariz.

Las encontró debajo de una caja roja de cartuchos. Un puñado de cartas sin sobre, escritas en el ordenador. Sólo tuvo fuerzas para leer las primeras cuatro líneas. Una opresión en el pecho. Las ojeó rápidamente y al final del montón distinguió dos hojas grapadas de la cadena de agencias inmobiliarias Svensk Fastighetsförmedling. Apartamentos números T22 y K18. Ese cabrón estaba buscándose un sitio donde vivir, sabiendo que ella no podría afrontar los gastos de la casa sin él. Ni siquiera se dignaba a avisarla de que pronto tendría que abandonar su hogar. Tan poco la respetaba.

Jamás iba a permitir que nadie la tratara de ese modo.

Contra Henrik no podía hacer nada de momento.

En cambio, Linda, ésa sí que no sabía lo que le esperaba.

Capítulo 15

Quedó atrapado en el tráfico de la hora punta. Normalmente tardaba dieciocho minutos en conducir el coche hasta el hospital, alguna que otra vez hasta veinticuatro, pero aquella mañana el tiempo habitual sólo alcanzó para llegar al desvío de Bromma. En la ronda de Essingen cambió de carril una y otra vez, pero tampoco eso le sirvió de nada.

El doctor Sahlstedt había dicho que convenía que fuese enseguida.

¿Por qué no le había pedido que se diera prisa?

A la altura de Tomteboda tres automóviles habían chocado en cadena, y cuando consiguió pasar de largo el lugar del accidente, el atasco se aligeró un poco. Incontables veces había conducido él por aquel recorrido. Se preguntó cuántas. Sin embargo, qué alivio advertir que, a pesar de su inquietud, nada le obligaba a contarlas.

Ella le había curado.

Y el siguiente pensamiento. Anna, perdóname. Te pido perdón.

* * *

Olor a bacón frito. Para siempre estaría asociado a esa tarde en que ella le abandonó. Él presintió el peligro nada más traspasar el umbral de su casa. No fue sólo el olor a fritura, en el aire flotaba algo más. Había visto el coche aparcado frente al garaje, de modo que su padre estaba allí, y a aquella hora del día su mamá siempre estaba en casa. Completamente inmóvil, se quedó parado con el abrigo puesto, dudando de si alguien había escuchado su llegada.

No se oía ni un ruido. Aun así sabía que estaban allí. Estiró los brazos ante sí, incapaz de tocar la chaqueta que iba a quitarse. Sintió que la compulsión se iba haciendo más y más fuerte y se dirigió al cuarto de baño para lavarse.