– Vaya, pues sí. Esas cosas no hacen gracia.
– ¿A ella también la recuerdas?
En realidad, era una pregunta ridícula. Claro que la recordaba. Nadie que la hubiese visto se olvidaría de ella.
– ¿Te refieres a la que invitaste a sidra?
Jonas asintió.
– Se llama Linda. ¿Suele venir aquí?
– Que yo sepa no. Al menos yo nunca la había visto antes. Jonas sintió que sus esperanzas se hundían. Aquel hombre y aquel sitio eran su único eslabón.
– ¿Así que no sabes cómo se llama de apellido?
El camarero negó con la cabeza.
– Ni idea. Lo siento.
Jonas tragó saliva.
El camarero lo observó un momento y colgó el último vaso, tomó el cesto de la vajilla y se fue. Jonas sacó el móviclass="underline" la pantalla seguía vacía. Ella sabía su nombre y dónde vivía, pero aun así no había llamado. Echó un vistazo a su alrededor. Miró todas las bocas extrañas que hablaban y reían, todos los ojos que se buscaban, todas las manos. ¿Dónde estaba en aquellos momentos? ¿Acaso estaba en otro local, en un local como ése pero sin él? La idea de que ella en aquellos momentos se encontrara acompañada de otra gente, que otros ojos gozaran del privilegio de posarse en ella, que la figura de ella tal vez estuviera prendida en otra retina, en el interior de otra persona.
– Oye, a lo mejor te puedo ayudar de todas formas. Se volvió hacia la barra de nuevo. El camarero estaba delante de él con un recibo en la mano.
– Pagó su primera consumición con tarjeta. Antes de que vinieras tú.
El corazón le dio un vuelco. Alargó la mano y cogió el comprobante de la factura.
– Tranquilo, chaval. Me lo tienes que devolver. Leyó el trozo de papel blanco. Banco: Handelsbanken.
Había añadido diez coronas de propina y luego había estampado su firma.
El camarero le observaba.
– Pero ¿no dijiste que se llamaba Linda?
Volvió a leer la firma. Sin querer comprender.
– Tienes que haberte equivocado de comprobante.
– No, lo recuerdo bien, es el suyo. El boli se quedó sin tinta mientras firmaba y, como puedes ver, tuvimos que cambiarlo.
Jonas asintió con la cabeza en dirección al comprobante. Las últimas letras estaban escritas con otro bolígrafo.
– Seguro que ésta es la chica a la que tú invitaste a sidra. Al final, mejor no la busques.
El camarero le dedicó una retorcida sonrisa, como dando a entender que aquello era un revés de poca monta.
Jonas no podía quitarle el ojo a aquellas letras absolutamente incomprensibles. La mujer que le había inducido a traicionar a Anna, la mujer mediante la cual Anna había consumado su injusta venganza, le había mentido. El nombre que había aprendido a amar durante las últimas veinticuatro horas era una mentira, una mentira en lo más profundo.
Se llamaba Eva.
Eva Wirenström-Berg.
Capítulo 20
Solomillo de cerdo gratinado y patatas al horno. Y un Rioja del ochenta y nueve que le había costado 172 coronas, un dineral.
Total, podría haber servido el agua del fondo del vaso de los cepillos de dientes. Y, francamente, lo cierto era que la posibilidad se le había ocurrido.
Durante la cena no se dijeron ni una sola palabra, la comunicación indispensable se realizó a través de Axel. Le habían dejado encender las velas de la mesa y ahora, sentado en su silla ergonómica y adaptable, creía que estaban celebrando una pequeña fiesta familiar. Igual que lo hacían cada viernes. El pobre no tenía ni la más mínima idea de que las pequeñas fiestas familiares de aquella casa se habían acabado para siempre, ni de que el hombre que le había privado de ellas estaba sentado a su derecha, despachando la comida a toda velocidad a fin de poder huir de nuevo a su estudio.
Henrik la miró fugazmente, se puso en pie y cogió su plato.
– ¿Has terminado?
Ella asintió.
Con la otra mano, él levantó la fuente refractaria con el solomillo y se dirigió al fregadero.
Ella se quedó sentada. Se asombró por un momento de que él no se hubiera quemado, ya que la fuente apenas había tenido tiempo de enfriarse.
En silencio y con eficacia, él empezó a quitar la mesa, a enjuagar los platos y a colocarlos en el lavavajillas.
La cena familiar había terminado.
Había durado siete minutos.
– Axel, Bolihompa [4] está a punto de empezar. Ven que te pondré la tele.
Axel bajó de su silla y desapareció en dirección a la sala de estar.
Ella se quedó sentada con su copa de vino, pues él había olvidado quitársela de las manos mientras retiraba los platos. Quedaba más de media botella: él apenas se había mojado los labios.
La primera vez que sonó el teléfono eran las 23:45 horas. Axel se había dormido delante del televisor hacia las ocho y Eva le había llevado en brazos a la cama de matrimonio. El resto de la velada la había pasado ella sola en el sofá, sentada allí con la mirada absorta en las imágenes móviles de la pantalla. Cuando sonó el teléfono, Henrik acababa de abandonar el baluarte de su estudio y se hallaba en el baño. Fue ella quien llegó primero al aparato.
– ¿Sí? Soy Eva.
No se oyó ningún sonido.
– ¿Sí, diga?
Alguien, en el otro extremo de la línea, colgó.
Ella se quedó inmóvil, con el auricular en la oreja, sintiendo que le crecía la ira. ¡Esa maldita furcia! No podía dejarlos en paz ni siquiera un viernes por la noche, cuando él estaba con su familia.
Le oyó tirar de la cadena al mismo tiempo que la puerta del baño se abría y, al instante, él apareció en el umbral.
– ¿Quién era?
Ella colgó e hizo cuanto pudo para dar la impresión de que le daba igual. Hojeó un folleto de propaganda del supermercado Konsum Verde que estaba sobre la encimera.
– No lo sé, han colgado.
Una sombra de inquietud cruzó el semblante de él.
Y luego desapareció en su estudio de nuevo. La puerta apenas acababa de cerrarse cuando una nueva señal interrumpió el silencio.
También esta vez fue ella la más rápida.
– ¿Sí?
El clic de nuevo. Y una nueva señal en cuanto el auricular tocó la horquilla. Esta vez no dijo nada: permaneció callada escuchando la respiración de alguien.
Entonces, de repente le llegaron unas palabras.
– ¿Oiga?
– Sí, soy Eva.
– Hola, soy Annika Ekberg.
La mamá de Jakob.
– La mamá de Jakob, del parvulario. Perdonad que llame tan tarde. ¿No os habréis acostado aún, espero?
– No pasa nada.
– Sólo quería preguntaros algo. No os lo vais a creer. Åsa, la mamá de Simon, ya sabes, acaba de llamar y dice que Lasse, su marido, ha recibido un mensaje muy extraño de Linda Persson, la maestra de párvulos.
– ¿Un correo muy extraño?
– Por decirlo de algún modo. Es una declaración de amor.
– ¿Qué?
– Eso.
– ¿Al padre de Simon?
– Sí, y hay más. Hemos comprobado nuestro correo y nosotros también la hemos recibido.
– ¿Una carta de amor?
– Exactamente la misma que la que recibieron ellos. Supongo que está destinada a Kjelle y no a mí, pero eso no consta. Kjelle está cabreadísimo. El correo da a entender que tienen un lío amoroso.
– Es increíble.
– Ya. No sé qué vamos a hacer.
– ¿No puede tratarse de un error?
– No lo sé. Está enviado desde su propia dirección de correo electrónico en el trabajo. Es posible que quisiera enviárselo a otra persona, pero parece un desliz demasiado torpe. Y si se trata de una broma no se puede decir que sea divertida.
Y tanto que sí.
– Ni que lo digas.
– Sólo quería saber si a Henrik también le ha llegado uno.
De pronto se sintió tremendamente despejada.
– Espera un poco que se lo pregunto. No, por cierto, tengo que colgar para que podamos conectarnos. Te llamo dentro de un rato.