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– Acabo de hablar con Annika Ekberg, dice que ayer hablasteis.

– Sí, nos llamó ayer por la noche.

Se hizo una breve pausa durante la cual lo único perceptible fue un hondo suspiro.

– Linda está desesperada. Ella no ha enviado esos correos. No sabemos qué ha pasado.

– No, reconozco que me sorprendió mucho, me cuesta creer que sea verdad. Me refiero a eso de que Linda iniciara una relación amorosa con alguno de los padres del parvulario. Sería demasiado fuerte.

Dejó vagar la vista por el jardín intentando encontrar la palabra que describiera sus sensaciones. Una especie de calma por haber recuperado el control. Como la invisible araña de una tela cuya existencia sólo ella conocía. Al mismo tiempo, la extrañeza de no saber para qué quería el control, de no saber dónde iba. Una extrema lucidez. Sólo existían el aquí y el ahora. La siguiente inspiración, el próximo minuto. Lo que pudiera suceder a continuación era inimaginable. En una agenda imaginaria alguien había trazado con rotulador una gruesa línea roja y ese trazo no iba a poder borrarse nunca. Jamás. El pasado y el futuro habían sido desgarrados el uno del otro y sus miembros nunca más volverían a estar unidos. Por su parte, ella se hallaba en la nada que se extendía entre los dos.

Un ruido le hizo girar la cabeza. Por el rabillo del ojo había detectado un movimiento en un extremo de su campo visual. Algo grande que rápidamente desapareció tras la caseta situada en una esquina del jardín. En su vida anterior a la gruesa línea roja, esa visión la habría inducido a rociar con una mezcla de sangre y amoníaco [5] los puntos más estratégicos del jardín, pero ahora le daba igual. Le daba igual que los venados pudieran comerse hasta la última brizna de hierba, hasta el último arbusto amorosamente plantado. De todas formas, ya nada volvería a florecer en aquel jardín.

– He oído que has propuesto que convoquemos una reunión para mañana por la tarde y primero tenía mis dudas pero… Supongo que no hay otra alternativa. Lo que no sé es de dónde sacará Linda las fuerzas para asistir. Esto está removiendo muchas cosas, no hace mucho que pasó por una mala racha, de ahí que se mudara a Estocolmo. No es algo que sea preciso tocar en este caso pero, de todos modos, quiero que lo sepas.

Se oyó un nuevo suspiro.

– En realidad te llamaba para pedirte que cuando hagas esas llamadas te esfuerces en recalcar que Linda está muy apenada por este asunto y que ella no ha enviado esos correos electrónicos.

– Faltaría más.

Linda pasó por una mala racha, de ahí que se mudara a Estocolmo.

Interesante. Muy interesante. Sin embargo, fuera lo que fuese por lo que había pasado, era evidente que esa experiencia no le había enseñado a respetar la vida y la existencia de sus semejantes. Qué va, al contrario. Separar y dividir, meterse en ducha ajena y olvidarse ahí los pendientes. Una va y coge lo que le viene en gana. Y si una familia se hunde en el proceso, qué se le va a hacer.

«Ay, Linda, muchacha. Ya puedes quedarte ahí sentada con tu doloroso pasado, tu mala racha sólo acaba de empezar.

»Aunque por otra parte, podría ser útil averiguar de qué huías cuando te mudaste a esta ciudad.»

* * *

Henrik se fue ya a las cuatro de la tarde. Impecablemente vestido, recién afeitado y envuelto en una nube de aftershave se marchó para tomarse unas cervezas con Micke. Había pasado casi toda la tarde en el estudio, pero a intervalos fijos había salido a deambular por la casa. Como un animal enjaulado. Ella, era la aborrecida cuidadora del zoo, él dependía de ella y, al mismo tiempo, ella era la responsable de su cautividad.

Acostó a Axel hacia las ocho y, por suerte, se durmió enseguida. Saber dónde estaba Henrik le producía dentera y ninguno de los programas de la televisión consiguió distraerla de sus fantasías. Se preguntaba en qué lugar estarían, lo que harían, si en aquellos momentos estaban en la cama y si él la consolaba dulcemente. Si le estaba dando todo el cariño y el amor que una vez fue el suyo, el de ellos.

Henrik y Eva.

Hacía tanto tiempo.

¿Cómo habían llegado hasta esto? ¿En qué momento, de repente, fue demasiado tarde?

Ella se había quedado sola cuando él tenía ya una nueva compañera de viaje en quien buscar apoyo y con quien planear distintas alternativas para un futuro común. Era una terrible sensación la de sentirse intercambiable, repudiada, verse sustituida por otra persona supuestamente más adecuada para satisfacer las expectativas que él tenía de la vida. Cosa que ella, obviamente, no había conseguido. En cuanto a la decepción que él hubiera podido sentir, no se había dignado a pronunciar una palabra, qué va, ni siquiera había pensado en mostrarle un mínimo de respeto dándole una explicación, dándole una justa oportunidad de comprender lo que había pasado.

* * *

Apagó el televisor y la sala quedó a oscuras. Ni siquiera había tenido fuerzas para encender una lámpara, a pesar de que ya había caído la noche.

Se sentó en el sillón, delante del ventanal del porche. Fuera todo estaba oscuro, como boca de lobo. Ni siquiera la luna tenía fuerzas para iluminar ese jardín condenado a muerte. Encendió la lámpara de lectura y alargó el brazo para coger el libro que había empezado a leer antes de trazar aquella línea roja en su agenda. Pero se le quedó en el regazo, sin abrir.

Ya no le interesaba.

¿Había leído Linda los correos que ella había enviado en su nombre? Por algo la redacción del texto era suya. Se preguntó cómo reaccionarían cuando descubrieran las conocidas frases, qué pensaría Henrik cuando reconociera la declaración amorosa de Linda que él guardaba bajo llave en su armero. Tal vez sospechara algo, pero jamás se atrevería a preguntar nada. Sonrió ante el dilema en que había urdido ponerle. Bien, bien, Henrik, ¿qué vas a hacer? Ahora que tu comprensiva y legítima esposa, madre de tu hijo, probablemente sea tu peor enemigo.

Miró su propia imagen en la luna negra. Las palabras de Linda se habían instalado involuntariamente en el banco de datos de su memoria, tatuadas con una corrosiva tinta que afeaba su ser. Sabía que la perseguirían el resto de su vida.

«Me doy cuenta de que estoy dispuesta a perderlo todo con tal de estar contigo. Te quiero. Tuya, L.»

Tener la suerte de que te quieran tanto.

Tanto como le querían a Henrik.

Se preguntó cómo contestaría él a la carta. Si de repente había encontrado palabras que nunca antes había usado, que nunca había tenido motivo para usar. Palabras que durante todo su matrimonio habían estado guardadas en un cajón porque en ese contexto no eran necesarias. Palabras grandilocuentes, demasiado fuertes y efectistas, exageradas tal vez, pero que por fin habían visto un motivo para salir de su encierro y ser utilizadas.

Un motivo para ayudarle a él a mantener y conservar su tesoro.

Tener la suerte de que te quieran tanto.

Y tener el valor de permitir que te amen así.

Cerró los ojos cuando se vio obligada a reconocer que lo que él experimentaba en aquellos momentos era lo que ella siempre había soñado vivir. La verdadera pasión. Una pasión que la inundaría y la obligaría a entregarse por completo, sin resistencia posible. Una pasión que nunca había experimentado. Poder amar sin reservas y que te amen sin tener que ofrecer resultados, sin tener que comportarse, que ser la mejor, a cada segundo. Poder ser quien en realidad era tras la fachada que con tanto éxito había logrado construir para ocultar su miedo al fracaso. A no valer. A ser abandonada.

«Tú que eres tan fuerte.» ¿Cuántas veces no había escuchado esa frase? Representaba su papel con tanta perfección que nadie conseguía descubrirla, nadie conseguía ver lo que se ocultaba tras esa fachada. Ansiaba poder mostrar sus flaquezas algún día y, aun así, valer, dejar de luchar para merecerse lo que tenía, tener el valor de permitir sin temor que alguien tuviera acceso a lo más profundo de su ser.

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[5] En Suecia, debido probablemente a su escasa densidad de población (la superficie total del país es de 411.505 km2 a comparar con los 504.718 km2 de España, repartida entre aproximadamente ocho millones de habitantes) y a su gran superficie de bosques (que cubren un 59% del territorio), la fauna de herbívoros salvajes (liebres, conejos, venados, ciervos, alces) vive bastante cerca de los núcleos de población convirtiéndose en la pesadilla de los jardineros y propietarios de las casas con jardín, que son muchos. Existen varias fórmulas caseras con las cuales rociar las plantas y las flores de los jardines para ahuyentar esta fauna, como por ejemplo, sangre de matadero, amoníaco, orina y excrementos de perro y un sinfín de otros productos. (N. de la T.)