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No lo sé. Cogeré el coche y me iré hasta donde me lleve.

– ¿Te vas solo?

– Si.

Curso básico número uno: para mentir con éxito nunca respondas demasiado deprisa a una pregunta. Maldito idiota.

Ella se levantó y empezó a recoger los platos.

– Sabes que tenemos una reunión en la escuela esta tarde, ¿verdad? He pensado que Axel fuera a casa de mis padres y así podremos ir los dos.

Ella le vio tragar saliva.

– Hablé con Kerstin. Por lo visto, Linda está fuera de sí, la pobre. Asegura que no es ella quien ha enviado esos correos.

Él cogió su vaso de agua y bebió mientras ella continuaba.

– ¿Sabes tú cómo funcionan esas cosas? ¿Realmente es posible que alguien tenga acceso a su correo electrónico?

Él se levantó y fue a colocar el vaso en el lavavajillas.

– Obviamente.

Por lo visto, él ya había desembuchado lo que le interesaba decir Ella comprendió que, si quería decir algo más, debía hacerlo ahora. Antes de que él diera los doce pasos.

– Pero ¿por qué alguien habría de querer hacerle algo así? Parece increíble, quiero decir que ella puede perder el empleo por esto. Si se trata de alguna broma, debo decir que tiene unos colegas muy raros.

Era evidente que él no tenía intención de seguir discutiendo el tema. Los primeros siete pasos en dirección al refugio ya los había dado.

* * *

Sus padres se ofrecieron a venir a buscar a Axel, y la idea de que Henrik se viera obligado a tomar una taza de café con sus suegros le resultó simpática. Hizo un bizcocho y puso la mesa en la sala de estar para darle al encuentro un toque más festivo.

Henrik tardó un rato en unirse a ellos. Permaneció a resguardo, detrás de su puerta cerrada, todo lo que pudo y cuando finalmente salió, su café estaba helado. Tuvo que ir a la cocina para vaciar la taza y luego volvió y tomó asiento.

– Habrá que darte la enhorabuena, entonces.

Su padre tenía a Axel sobre sus rodillas.

– Eva me ha dicho que te han encargado escribir una importante serie de artículos para algún periódico.

Henrik miró a su suegro sin expresión alguna en el rostro.

– Bueno, eso que celebrasteis el otro día -quiso aclarar el padre.

Henrik miró a Eva de reojo. Pero ella no pensaba echarle ningún cabo.

– Ah, ése. Sí.

– ¿Para qué diario es?

– ¿Qué? Pues es un diario nuevo. La verdad es que no me acuerdo de cómo se llama.

Con lo cual quedó zanjado el tema. Henrik tomó su café en silencio y los padres de ella hicieron lo posible por mantener la conversación a flote. Por su parte, ella estaba, más que nada, extrañada ante la situación. Tal vez fuera ésta la última vez que estuvieran todos juntos. La última vez.

Pronto tendría que contárselo, hablar con ellos acerca del dinero. Necesitaba su ayuda para echarlo de la casa.

Pero todavía no había llegado el momento.

– Bueno, pues, tal vez será mejor que volvamos a casa.

No era ninguna pregunta, sino una afirmación. Se dio cuenta de que el silencio en la mesa había sido total durante un buen rato y, cuando alzó la vista, su madre la estaba mirando. La silla de su padre chirrió contra el suelo cuando se levantó.

– ¿Qué dices, Axel, te vienes con nosotros un ratito mientras papá y mamá van a una reunión? Eva empezó a recoger las tazas de café.

– Axel, si quieres llevarte alguna cosa a casa de los abuelos, ve a buscarlo, por favor. Puedes llevarte la mochila, si quieres.

Ella tomó la fuente con el bizcocho que nadie, aparte de Axel, había probado, y salió hacia la cocina.

Escuchó cómo Henrik aprovechaba la ocasión para huir de nuevo.

– Pues yo me voy a trabajar un rato más. Hasta luego, Axel, nos vemos más tarde.

Luego pasó por la puerta de la cocina sin dirigirle ni siquiera una mirada.

Faltaban un par de horas hasta que empezara la reunión. Ella se sentó junto a la mesa de la cocina ante uno de los montones de papel que había sobre la encimera. Correo sin revisar, principalmente facturas, la mayoría para Henrik. Hacía tiempo que él dejó de abrirlas. Por temor a que quedaran sin abrir demasiado tiempo y de que olvidara pagar alguna factura, ella había empezado a abrirlas por él. Nunca ninguno de los dos hizo ningún comentario al respecto. Lo mismo que con muchas otras cosas. Ella nunca soltaría el control de las facturas porque estaba convencida de que él no pagaría una sola de ellas dentro del plazo previsto. ¿Cómo iba a poder hacerlo si ni siquiera tenía ganas de abrir su propio correo? A pesar de ello, en su fuero interno había un deseo inarticulado de que él se responsabilizara más de los pagos.

Que se hubiera responsabilizado más. Pero ese problema, como muchos otros, pronto quedaría eliminado.

Miró a su alrededor. Tanto empeño enterrado, tanta energía. La antigua mesa abatible, ¿cuántos anticuarios había recorrido antes de encontrar la que buscaba? La vasija en el suelo que había cargado desde Marruecos en unas vacaciones y que le había parecido de importancia tan capital que incluso pagó un suplemento por sobrepeso. El cuadro que provenía de la casa de sus padres, las sillas que habían costado una fortuna, los botes en la alacena de la cocina que nunca se utilizaban pero que estaban ahí para hacerla más acogedora. Todo, de pronto, le pareció feo. Como si todos aquellos objetos familiares hubiesen sufrido una transformación y ella los viera por primera vez. No sentía el más mínimo afecto por todo cuanto la rodeaba. Ni siquiera podía recordar lo que había sentido por aquellas cosas en la época en que habían sido importantes. Todo cuanto había dado por sentado que formaba parte de Eva, todo por cuanto había sentido gusto, afecto, todo cuanto había constituido una prioridad, ya no cuadraba. Era como si una lente de la cual ella era la única portadora se hubiera colocado en su sitio e hiciera que todo se viera diferente. Sólo ella veía la absurdidad de todo. Estaba completamente sola, en un mundo aparte y paralelo al que transcurría fuera. Aun así, estaba sentada en aquella cocina como si nada, pagando facturas de ese mundo ajeno.

La puerta del estudio se abrió. Él salió a la sala de estar pero no tardó en volver, se agachó para recoger un juguete del suelo que dejó sobre la encimera de la cocina y luego desapareció de nuevo en el estudio.

Ella ojeó un folleto del Ayuntamiento, lo puso en un montón destinado a la recogida selectiva de papel y cartón y abrió el siguiente sobre.

Entonces él volvió a salir del bunker, dio una vuelta de nuevo sin finalidad aparente y cuando eso ocurrió por tercera vez, tan sólo un par de minutos más tarde, ella ya no pudo reprimirse.

– ¿Te preocupa algo? -dijo mientras arrancaba la ventanita de plástico del sobre y tiraba el resto en el montón destinado a reciclaje.

«Corre a meterte en el estudio y no des más señales de vida hasta que vayamos a la reunión» pareció, tal vez, que le hubiera dicho porque eso fue, de todos modos, lo que él hizo.

Que le contestara la pregunta era, sin duda, pedir demasiado.

* * *

Hasta que por fin llegó la hora. Hacía mucho que no se sentía tan animada, como si estuvieran de camino a una fiesta que le hiciera ilusión desde hacía tiempo.

Él conducía y ella estaba sentada a su lado; de los dos automóviles, el Golf era el que había estado más a mano cuando iban a salir. Que se lo quedara si quería, el Saab era de ella y lo pagaba la empresa.

– Por cierto, siento mucho que tuvieras que mentirle a papá. Sobre el trabajo, ya sabes. No era mi intención.

Él no contestó. La mirada al frente y las manos marcando las dos menos diez. Ella prosiguió.

«Lo que pasó es que el jueves, cuando Axel se quedó a dormir con ellos, no tenía ganas de decirles la verdad. Que necesitábamos estar un poco solos tú y yo.»

Esta vez soltó una especie de ruido, no palabras ni nada por el estilo, más bien un gruñido.