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– ¿Qué es lo que quieres? No tengo mucho tiempo.

Esta vez parecía irritado.

– Gracias por tomarte la molestia de venir.

Jonas no iba a dejarse estresar. En lugar de eso, sonrió un poco; tal vez ese gesto pudiera interpretarse como un gesto de superioridad, pero lo cierto es que no era ésa su intención. Bajó la vista hasta las aguas de la moqueta de plástico con expresión avergonzada: tenía que interpretar bien su papel. Era un aliado lo que tenía que conseguir, o al menos eso era lo que el otro debía pensar. No debía despertar su antipatía y hacerle inservible. Ese hombre adúltero llamado Henrik había decidido las reglas del juego él solo, pero el hecho de que se hubiera convertido en un indefenso peón en la misión que a Jonas le había sido encomendada era algo que nunca sabría.

Jonas alzó la vista de nuevo y miró al marido de Eva.

– No sé cómo empezar, pero quizás sea mejor que diga las cosas como son. Yo amo a tu mujer y ella me ama a mí.

Los ojos del otro se vaciaron de toda expresión, imperturbables. Fuera lo que fuese lo que el tal Henrik había esperado oír, era evidente que no era eso. Se había quedado con la boca abierta, convirtiéndose en la viva imagen de una persona que había perdido el control de su vida. Permaneció así un buen rato, sin emitir ni un sonido, y la sensación de dominio que sentía Jonas no hubiera podido ser mayor. Bueno, sí. Hubiera podido ser mayor en una única situación. Pero a Eva no la poseería hasta que se lo hubiese ganado.

– Comprendo que esto te caiga como una bomba y siento mucho tener que hacer esto, pero creo que, de algún modo, es mejor que sepas la verdad. A mí me estuvieron engañando una vez y sé por experiencia el daño que hace. Esa vez me juré a mí mismo que yo nunca haría sufrir a nadie lo que yo tuve que sufrir. Sé muy bien lo que una traición hace con las personas.

Henrik el adúltero había vuelto a cerrar la boca, pero comprender el alcance de la información que acababa de recibir, sin duda, le había desequilibrado. Miró a su alrededor en un vano intento de encontrar algo apropiado que decir.

La mirada de Jonas quedó atrapada en los labios del otro. Esos labios que habían sido de ella, que habían podido saborear los de ella.

Hundió el puño en el bolsillo de su chaqueta.

– ¿No debería ser Eva quien me lo contara?

– Sí, ya lo sé. He intentado convencerla de que lo haga, pero no se atreve. Tiene tanto miedo de tu reacción. Quiero decir que ninguno de los dos tiene nada contra ti, por supuesto, pero no podemos evitar sentir lo que sentimos. Que nos amamos. Y luego está Axel, en quién también hay que pensar, claro.

Los ojos del otro se oscurecieron en cuanto oyó el nombre de su hijo en labios de Jonas.

– Por él hemos intentado cortar varias veces pero… No podemos estar separados. Eso le dolió, se notaba. Una cosa es ir por ahí y ser uno quien elige, y otra muy distinta que te cambien por otro.

– ¿Eva te ha pedido que me cuentes todo esto?

– No, desde luego que no.

Durante un rato ninguno de los dos dijo nada.

– Pero lo hago por Eva, porque la quiero. Es la mujer más maravillosa que he conocido. Es perfecta en todos los sentidos. Bueno, tú ya sabes a lo que me refiero.

Sonrió con complicidad, «hermanos de lecho como somos».

Vio que el otro tragaba saliva. Su mirada mostraba una inconfundible aversión.

– ¿Cuánto hace que os veis?

Jonas fingió que contaba.

– Hará cosa de un año.

– ¡Un año! ¿Me estás diciendo que Eva y tú habéis estado liados durante un año?

Jonas dejó que el silencio respondiera por él y observó cómo el otro encajaba esa información. El honor de Eva estaba restituido. Ahora aquel cerdo sabía que estaba traicionando a una mujer que era amada por otro hombre, por alguien que la merecía mucho más que él. Que él, de todos modos, era un elemento superfluo en la vida de ella. Que ya había sido desechado.

«Bueno, ya está. Puedes irte. Cuanto antes mejor.»

– Sé lo que sientes. Es muy jodido que te engañen como nosotros te hemos engañado a ti. No sabes cuánto me habría gustado que hubieses sabido todo esto mucho antes para que tú mismo pudieras decidir qué hacer. Habría sido bueno para todos que Eva y yo hubiésemos tenido el valor de ser sinceros desde el principio, pero esto es lo que hay. Tal vez no sea un gran consuelo, pero si supieras lo duro que es para mí engañar a alguien. Te pido sinceramente disculpas.

Las puertas se abrieron detrás de ellos y dieron paso a la mujer rubia, que entró arrastrando una maleta con ruedas. En cuanto los vio, se detuvo en seco y, con una gran indecisión, desvió la vista hacia otro lado. Los ojos de Jonas se posaron en ella y el otro siguió la trayectoria de su mirada. El tal Henrik, que acababa de descubrir que nada era lo que aparentaba ser, cogió la bolsa del suelo. Jonas no pudo evitar la pregunta.

– ¿Acaso la conoces?

– No, pero ahora me tengo que ir.

Se dispuso a proseguir hacia el interior de la terminal. Era evidente que tenía miedo de revelar que tenía una compañera de viaje.

Jonas lo detuvo.

– Una cosa más, Henrik, por tu bien y por el mío. No le digas a Eva nada de todo esto, por favor, que lo sabes, quiero decir. Me contó que estarías fuera hasta el miércoles y estos días voy a intentar convencerla de que ella misma te lo cuente cuando vuelvas. ¿Qué más puedo hacer? Espero que disfrutes del viaje a pesar de todo. Hasta la vista.

Con esas palabras se dio la vuelta y le abandonó a su suerte.

La suerte que el destino le deparaba a él ya la conocía, y sus ansias crecían a cada paso que daba para ir a su encuentro.

Para soportar la espera iba a dar una vuelta por la casa inmediatamente.

Capítulo 26

Las puertas del edificio situado en la calle Götgatan número 76 se abrieron a las 8:45 permitiéndole el paso. A través del cristal del vestíbulo principal vio que la sala de espera de la Delegación de Hacienda estaba ya abarrotada de gente, pero ella no tenía prisa. Disponía de tres días para averiguar lo que necesitaba saber, ellos no volverían hasta el miércoles.

Nunca antes había estado allí, pero ¿en qué otro sitio, aparte de la Delegación de Hacienda, era posible conseguir el número de identidad de un ciudadano? [8] Imaginaba que si lo tenía, las cosas se le pondrían más fáciles. Kerstin había revelado que había algo molesto en el pasado de Linda. Esa información podía llegar a ser tan interesante como útil.

Un cartel blanco pegado con celo sobre la puerta de cristal rezaba: POR FAVOR, TOME UN NÚMERO DE LA OPCIÓN DESEADA.

«Opción deseada.» Lo mejor sería que no revelara nada acerca de sus deseos.

Las opciones eran cuatro: cuestiones tributarias, extranjería, registro civil, fe de vida.

Lo de registro civil sonaba bien. Pulsó la tecla pertinente, obtuvo un número y, con él en la mano, se sentó en uno de los muchos asientos. Faltaban quince números para que le tocara el turno a ella. Miró a su alrededor. A su izquierda había cuatro ordenadores disponibles y se levantó para mirarlos más de cerca.

Tal vez se tratara de algún tipo de autoservicio, sería estupendo que no tuviera que hablar con nadie. Uno de los ordenadores estaba libre, así que sacó la silla y se sentó. El ordenador de su izquierda estaba ocupado por un hombre de mediana edad vestido con un traje a cuadros y una camisa mal abrochada. Papeles esparcidos sobre la superficie del escritorio. Aparentaba conocer las rutinas.

– Disculpe.

El hombre interrumpió su tarea y la miró.

– ¿Si dispongo de un nombre y de una dirección, puedo obtener el número de identidad mediante este ordenador?

El hombre asintió con la cabeza.

– Entra en el registro básico. En el menú de inicio.

– Gracias.

Siguió las instrucciones y apareció una barra informativa.

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[8] La Skattemyndigheten, traducido aquí como Delegación de Hacienda, reúne varias competencias, entre ellas, administrar y recibir las declaraciones de impuestos, llevar el registro civil y extender fes de vida. La mayoría de datos sobre los ciudadanos suecos, desde sus ingresos hasta su fecha de nacimiento, son públicos. (N. de la T.)