Y lo remató con un himno a la vida:
– ¡Por fin eres libre!
Y él comprendió que ella nunca lo entendería.
Y que él nunca podría explicárselo.
Otro hombre había robado su puesto. Un hombre a quien Eva prefería a él, a quien ella consideraba más atractivo, más interesante, más inteligente, más digno.
Mejor.
Un hombre que, durante todo un año, había ido por ahí consciente de ser superior a él, que había oído muchas cosas de él y todas en su contra, pobre Henrik que no estaba a la altura, que ya no tenía nada que ofrecer. El otro había sido más listo que él. Aquel cobarde cabrón se había mantenido agazapado entre las bambalinas de su existencia sin atreverse a dar la cara, pero había sido dueño de una visión y de un control absoluto de su vida Había movido los hilos mientras él corría como un idiota de un lado para otro, siendo el hazmerreír de todos.
Una súbita rabia lo obligó a ponerse en pie.
– ¡Es que no entiendes nada! Qué coño tiene que ver esto con los remordimientos. Ella me la ha estado pegando con un tío de veinticinco durante un año entero. ¡Un año entero follándose a un niñato de mierda sin decirme ni pío!
Ese inesperado arrebato la dejó muda de asombro y el silencio que se hizo entre ellos fue lo bastante largo para que él tuviera tiempo de arrepentirse de sus palabras. Lo último que deseaba era provocar un conflicto.
Eso era lo último que se atrevía a provocar.
Con gesto furioso, ella se cruzó la bata hasta el cuello.
– ¿Y tú qué? ¿A qué te has dedicado tú durante los últimos siete meses?
Sí. ¿Qué podía contestar? Para ser sinceros, ya no lo sabía.
– Pero claro, un poco diferente sí es. Yo por lo menos soy una niñata de mierda de veintinueve.
Él volvió a hundirse en el sofá.
– Para ya.
– ¿Pues qué quieres que diga?
Él no tenía ni idea. Por eso permanecía callado, dejaba que el ruido sordo y persistente de los motores de la sala de máquinas de la nave se fundiera con su desconcierto.
– ¿A lo mejor quieres que te consuele de algún modo?
«Yo amo a tu mujer y ella me ama a mí.»
– Discúlpame, pero la verdad es que no me apetece en absoluto. Y para ser sincero, no acabo de entender qué motivos hay para eso, al menos si no es que me has estado mintiendo todo el rato.
Ella bajó de la cama y se puso un jersey que sacó de la maleta. Sus movimientos eran rápidos y afectados, como si quisiera marcharse de allí con la misma precipitación que él. Mientras iba al cuarto de baño, él la vio pasarse la mano por la mejilla izquierda. Tan llena de convicción y de esperanzas como había venido. Y él, que había anhelado y prometido tantas cosas. Le invadió una oleada de ternura. Lo último que quería era hacerle daño. Más que nadie en el mundo, ella se merecía un poco de felicidad después de todo por lo que había pasado, pero, para su propia sorpresa, él acababa de descubrir que no estaba preparado para asumir ni sus propios sueños ni los de ella.
Ella se quedó en el quicio de la puerta del baño, sin mirarle.
– Tomaré el barco de vuelta que sale de Turku esta noche.
Luego entró y cerró la puerta sin olvidarse de echar escrupulosamente el pestillo.
Capítulo 28
En el parvulario no se notaron efectos de la reunión del domingo. Kerstin se había encargado de que todo fuera lo más normal posible y, muy agradecida, paró a Eva cuando ésta salía por la puerta para agradecerle una vez más su aportación a la reunión, por haber conseguido aplacar los ánimos evitando que se saliesen de madre. Y Eva le devolvió una sonrisa cohibida y le aseguró que sólo había hecho lo que le dictaba su conciencia.
Axel estaba sentado en el asiento posterior. Eva no les había comunicado a sus padres el porqué de su visita. Que no era sólo para tomar café. No había revelado que su verdadero motivo era que necesitaba pedirles dinero prestado. Mucho dinero. Y la idea de verse obligada a explicarles la situación, que Henrik estaba a punto de dejarla por otra mujer, la llenaba de profunda vergüenza.
– Mamá, mira lo que me han dado hoy
Ella echó una ojeada por el retrovisor y vislumbró algo colorado y castaño en la mano de Axel.
– Anda, qué bonito. ¿Quién te lo ha dado?
– No sé cómo se llama.
Cómo iba ella a confesarles a sus padres que Henrik ya no la quería, sin hacer añicos las ilusiones que ellos se hacían respecto a ella. Sabía que la noticia sería un insulto para ellos tanto como para ella misma. Tal vez más, incluso. Lo último que deseaba era decepcionarlos. Después de todo lo que ellos habían hecho por ella, de todo lo que habían conseguido darle.
Le habían dado lo que ella no sería capaz de darle a su hijo.
– ¿Que no sabes cómo se llama? ¿Es un niño de otra clase?
– No, es uno mayor. Tan mayor como tú.
Era extraño que el suplente de Linda les diera regalos a los niños.
– ¿Tenía clase hoy?
– No, estaba al otro lado de la valla que da al bosque y, cuando yo me estaba columpiando, me llamó y me dijo que me daría una cosa muy bonita.
El automóvil desaceleró sin que ella fuese consciente de que acababa de pisar el freno. Llevó el coche hacia el arcén, puso el freno de mano y se dio la vuelta de modo que pudiera verle la cara.
– ¡Déjame ver!
El niño le alargó un osito marrón de peluche que tenía un corazón rojo cosido en la barriga.
– ¿Qué más te dijo?
– Nada en especial. Dijo que me columpiaba muy bien y que él conocía un parque donde había muchísimos columpios y un tobogán larguísimo y que podríamos ir allí un día si yo quería y tú nos dejabas.
Le pareció que algo duro le ceñía el tórax. Intentó serenarse para no levantar la voz y asustarle.
– Axel, te tengo dicho que no hables con adultos que no conoces. Y de ningún modo puedes aceptar cosas que un desconocido quiera darte.
– Pero él sabía cómo me llamo. Entonces ya no cuenta, ¿no?
Se vio obligada a tragar saliva, a tomar aire.
– ¿Cuántos años tenía? ¿Era como papá o como el abuelo?
– Como papá quizá, pero no tan viejo.
– Entonces, ¿cuántos años tenía?
– ¿Setenta?
– ¿Alguna maestra vio que hablabas con él?
– No lo sé.
– ¿Cómo era?
– No lo sé. ¿Por qué estás tan enfadada?
Cómo iba a poder explicárselo. Que la mera idea de que le pasara algo la dejaba sin aire.
– No estoy enfadada. Lo que pasa es que me preocupo mucho por ti.
– Pero si era bueno. ¿Por qué no puedo hablar con él?
– ¿Lo reconociste? ¿Lo habías visto antes?
– No lo creo. Pero dijo que a lo mejor vendría otro día.
– Ahora escúchame bien, Axel. Si vuelve a venir, quiero que vayas a buscar a una maestra inmediatamente y que ella hable con él. ¿Me lo prometes? No quiero que hables solo con él nunca más.
Él guardaba silencio mientras toqueteaba el corazón de la barriga del osito.
– ¡Axel, prométemelo!
– ¡Sí!
Ella tomó una bocanada de aire y alargó el brazo para coger el móvil. Lejos estaba todo pensamiento ajeno a aquella situación. En un acto reflejo, quiso llamar a Henrik y explicarle lo que había pasado. Pero inmediatamente la realidad se impuso: que él estaba en una secreta luna de miel con la maestra de párvulos de su hijo, obviamente ocupado en actividades más urgentes que preocuparse por el bienestar del niño. A partir de ahora estaba sola, era cuestión de acostumbrarse. Devolvió el móvil donde estaba y decidió llamar a Kerstin por la noche, mientras Axel durmiera, y pedirle que vigilaran mejor en el futuro. Si es que de verdad se decidía a permitir que fuera al parvulario antes de que hubieran cogido al desconocido que sabía cómo se llamaba su hijo.