Por Eva.
De nuevo.
Mierda.
De todos modos, Linda tenía que ver que la situación había cambiado, ¿no? Que las cosas ya no eran tan fáciles. No podía pedirle que tomara una decisión tan trascendental sin darle a él la oportunidad de recapacitar y de averiguar cuál era la verdadera situación.
– Si igualmente no tienes nada que decir, más vale que te vayas.
La frialdad que notó en su voz le asustó. Estaba a punto de perderlo todo. Ambas alternativas. Tanto lo que tenía como lo que había soñado tener. Y entonces, ¿qué haría? Si se quedaba solo, sin nada.
– Por favor, ¿por qué no me dejas encender la luz para que te vea?
– ¿Por qué quieres verme? De todos modos, no tengo nada que te interese.
Él sintió que la ira crecía en su interior ¡Qué lástima daba! Allí tendida, compadeciéndose de sí misma y sin hacer el mínimo esfuerzo por comprender, por ir a su encuentro.
Fue ella quien continuó.
– Sólo quiero saber la respuesta a mi pregunta. Es lo único que pido y la puedes dar igualmente a oscuras. ¿Qué es lo que quieres en realidad?
Ahora él podía distinguir su silueta. Estaba sentada en la cama, en un camarote individual igual que el suyo.
– ¡Esto no es tan puñeteramente fácil!
– ¿Qué es lo que no es fácil?
– Todo ha cambiado.
– ¿Qué ha cambiado?
Ahora también distinguía el suelo y avanzó hasta la butaca, apartó la chaqueta que estaba tirada sobre el respaldo y se la puso sobre el regazo al sentarse.
Suspiró hondo.
– No sé cómo explicarlo.
– Inténtalo.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda.
– No es que mis sentimientos por ti hayan cambiado, no se trata de eso.
Ella permanecía callada. Desde aquel nuevo ángulo era más difícil distinguir su silueta. Acaso fuera más fácil decir lo que necesitaba decir sin verla, de todos modos.
– Es que me siento tan… ya sé que suena raro pero… Eva y yo hemos vivido juntos durante casi quince años. Aunque yo no la quiera… es que no me entra que haya tenido a otro durante un año entero, joder. Sin decir nada. Me siento tan burlado, maldita sea.
La oscuridad actuaba en su favor. No necesitaba mirarla, mostrar su vergüenza. Él no deseaba las preguntas ni las acusaciones que ella pudiera hacerle. Quería su apoyo. Su comprensión.
– Esto no te lo he contado nunca. De hecho, creo que no se lo he contado a nadie, ni a Eva tampoco. Hace ya mucho tiempo, yo sólo tenía veinte años, ocurrió en la ciudad en donde me crié, Katrineholm, antes de trasladarme a Estocolmo.
Cómo la había amado. Sin reservas y hasta la locura. Al menos, él lo había creído así. Tenía veinte años y ninguna experiencia a la que referirse. Todo era nuevo y por experimentar. Virgen. Sin límites.
– Había una chica, se llamaba Maria. Era un año más joven que yo. Vivíamos juntos y todo eso, nos fuimos a vivir juntos en un pequeño estudio de una pieza en el centro nada más acabar el bachillerato. Yo estaba muy enamorado de ella…
Le costó caro. Él lo había apostado todo, pero ni por un segundo se sintió seguro. La balanza de sus sentimientos estuvo desequilibrada desde el principio, él la amaba más de lo que ella le amaba a él, cada minuto consciente era una lucha por recuperar el equilibrio. Cada día, un miedo de perderla, un miedo que acabó por dominar toda su existencia. Y no se puede decir que le faltaran motivos. Nunca logró confiar en ella a pesar de que le juraba que todo iba bien. Ella le había embaucado a sentir una falsa confianza en la cual él no tuvo más remedio que acabar creyendo. Hasta que sus sospechas fueron corroboradas por el testimonio de terceros.
– Me engañaba. Yo lo sospeché desde el principio pero ella me aseguraba que no era cierto. Hasta que al final reconoció que se veía con otro.
«Nunca más dejaré que alguien me haga tanto daño. Nunca dejaré que me engañen de este modo. Nunca dejaré que nadie cale en mí tan hondo.»
Veinte años, y la herida todavía estaba abierta. Había mantenido su palabra. Hasta que conoció a Linda. Ella le había inducido a tener el valor necesario.
Ahora Eva lo había saboteado todo hurgando en la vieja herida.
Oyó que ella daba un sorbo del vaso. Intuía sus gestos como sombras en la oscuridad.
– Sólo quiero saber una cosa. ¿Qué es lo que quieres?
Él cerró los ojos. Fue sincero.
– No lo sé.
– Entonces vete.
– Por favor, Linda.
– Yo sé lo que quiero, lo he sabido durante mucho tiempo y te lo he dicho. Tú también me has dicho lo que querías, pero ahora comprendo que nada de lo que me dijiste era verdad.
– Sí que lo era.
– ¡Cómo iba a serlo!
– Sí que lo era, pero ahora las cosas han cambiado.
– Pues bueno. Entonces no era más que eso. Te enteras de que tu mujer está liada con otro y entonces tú y yo no importamos una mierda. ¡Qué asco!
Volvió a acostarse en la cama.
– Linda, no se trata de eso.
– Pues entonces, ¿qué es lo que ha cambiado tanto? ¿Si no son tus sentimientos por mí? ¡Pero si sólo hace un par de días que fuimos a mirar un piso juntos!
«Concédeme un año en una isla desierta.»
«Con todas las opciones intactas.»
– ¿No puedes esperarme?
– ¿Esperar qué? ¿Qué compruebes si puedes recuperarla o no?
– ¡No!
– Pues entonces, ¿qué quieres que espere? ¿A que tú te decidas si valgo como suplente o no?
– Para ya, Linda. Lo único que pasa es que tengo la sensación que todo va demasiado rápido. Me doy cuenta, ya que reacciono de este modo, de que…Él mismo se interrumpió esta vez. ¿De qué se había dado cuenta, en realidad?
– ¿Qué en realidad quieres a tu mujer?
– No, no es eso. De verdad que no la quiero.
«¿O sí?»
– No es eso. Sólo me doy cuenta de que… de que no estoy preparado todavía… no sería justo contigo si…
«¡Por favor, que alguien me saque de aquí!»
– No estoy preparado. No sería justo contigo si empezáramos una nueva vida mientras yo me siento de este modo.
– Y entonces quieres que yo me siente a esperar. En el caso de que algún día te sientas preparado.
– ¡Para ti todo es mucho más fácil! Tú no arriesgas nada.
Ella volvió a incorporarse en el lecho.
– ¡Que no arriesgo nada! ¡Yo soy una maestra de párvulos que tiene un lío con uno de los padres de sus alumnos! ¿Qué crees tú que pasará conmigo cuando se destape el asunto? ¡Dime! ¿Y qué me dices de esos correos que alguien ha enviado? ¿Cómo crees tú que me siento después de que alguien se ha infiltrado en mi ordenador, ha leído mis cartas privadas y después las ha enviado en mi nombre desde mi dirección? ¿No te das cuenta de que alguien lo sabe? ¿De que alguien nos ha visto? ¡Alguien que intenta castigarme!
– No ha sido Eva. Ya sé que tú lo crees, pero ella no es así. Y además, ¿por qué puñeta habría de hacerlo? Tendría que estar satisfecha. Eso le deja las manos libres.
Linda calló y él vio que negaba con la cabeza. Que movía lentamente la cabeza de un lado al otro en señal de disgusto.
Por él.
– Óyete a ti mismo. Escucha lo que estás diciendo. Al pobre Henrik le han vuelto a dar calabazas. ¡No sabes la jodida pena que me das!
Él calló.
La había perdido.
Ella se levantó y fue a abrir la puerta del camarote. La hiriente luz de los fluorescentes del pasillo lo deslumbró. Lo único que quedaba de ella era una silueta negra.
– Nunca estarás preparado para ese paso, Henrik. Si yo fuera tú, me dedicaría a intentar averiguar quién soy y lo que en realidad busco en la vida. Después podrás salir por ahí a involucrar a otros en tu futuro.
Él tragó saliva. El nudo de la garganta le dolía y se negaba a desaparecer.
– Ahora vete.