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Morgan, en cambio, estaba intentando luchar contra la evidente atracción que sentía hacia él. Y, aunque eso la hacía aún más atractiva, no podía entenderlo.

¿Por qué?

Maverick se arregló el pelo sintiendo su cuerpo todavía excitado. Necesitaba una mujer urgentemente.

Entró en su despacho, sacó su PDA y consultó su agenda. Disponía de todas las mujeres que deseara.

Al llegar a Sonya se detuvo. Era una preciosidad de pelo corto, moreno y ojos verdes. Nunca le había dicho que no.

Pero, al tomar el auricular para marcar su número, se detuvo. No quería a Sonya. No quería a ninguna otra mujer que no fuera su secretaria.

La culpa de todo la tenía Tina. Había sido aquella mujer quien le había llevado a hacerle aquella estúpida advertencia a Morgan.

Sin embargo, él seguía siendo el responsable de sus actos. Podía romper sus propias reglas en cualquier momento. Nadie le obligaba a seguirlas.

Deseaba a Morgan e iba a tenerla antes de que terminara la semana.

Lo único que tenía que hacer era esperar.

Capítulo 6

Aquel miércoles amaneció despejado y soleado en toda la Costa Dorada. Todo parecía luminoso y alegre, salvo Tegan. No cesaba de repetirse que, de haberle insistido a su hermana por teléfono, Morgan habría regresado y ella no tendría que soportar otros tres días más aquella tensa situación con Maverick, aquella inconveniente e incómoda atracción.

Pasó todo el día esperando un gesto por parte de él, un intento de reanudar lo que había quedado interrumpido el día anterior, pero él no hizo nada.

Estuvo saliendo de su despacho cada dos por tres con cualquier excusa para acercarse a ella y preguntarle las cosas más nimias. Todo para poder mirarla. Pero nada más. No hizo nada más.

Tegan creyó en muchos momentos que no podría aguantar más la situación, pero, entonces, dieron las cinco de la tarde y salió corriendo de la oficina, feliz por haber sobrevivido un día más.

El jueves Maverick redobló sus esfuerzos, sus constantes preguntas, sus insistentes miradas, hasta que, a media mañana, Tegan no pudo más.

– ¿Qué quieres esta vez? -preguntó furiosa viendo que Maverick se disponía a acercarse de nuevo a ella.

Sin embargo, en aquella ocasión, en lugar de responder con alguna evasiva, o buscar entre los papeles del escritorio de ella algún misterioso documento, Maverick dejó un paquete de carpetas sobre su mesa.

– Rogerson necesita esto cuanto antes, pero hay que hacer algunos cambios. Ponte en contacto con alguien de Proyectos y pídele que los haga cuanto antes.

Tegan consultó los documentos que Maverick había depositado sobre su escritorio. No parecía nada complicado. Tegan había hecho proyectos mucho más complicados en sus primeros años de vida laboral, antes de empezar a trabajar en GlobalAid.

– No es necesario avisar a nadie -comentó Tegan-. Puedo hacerlo yo misma.

– ¿Desde cuándo sabes utilizar software de gestión de proyectos? -preguntó él mirándola.

Tegan comprendió el pequeño error que había cometido.

– Hice un curso nocturno hace tiempo -mintió-. ¿No te lo he dicho nunca?

– Como quieras -respondió Maverick con una sombra de duda-. Pídeles a los de Proyectos que te envíen los ficheros. Lo quiero corregido y en mi despacho antes de diez minutos.

Tegan sólo tardó siete en hacerlo. Aunque eso no hizo que Maverick cambiara de actitud.

– Muy bien -valoró él en su despacho cuando Tegan entró a darle lo que le había pedido-. Parece que tienes muchas habilidades ocultas. ¿Qué otras sorpresas me tienes preparadas?

Tegan respiró nerviosa e hizo una nota mental para recordarle a Morgan que se apuntara al primer curso de software para gestión de proyectos que estuviera disponible.

– Si eso es todo… -dijo Tegan deseando escapar de allí.

– No, eso no es todo -dijo Maverick levantándose de la silla y rodeando la mesa para acercarse a ella.

Instintivamente, Tegan dio un paso atrás. Habían pasado dos días desde la última vez que él la había tocado, y no quería que volviera a suceder. No podía confiar en sí misma.

Maverick se detuvo a menos de un metro de ella, con sus anchos hombros bloqueando su campo de visión y los ojos fijos en los suyos.

– Envía esto por fax a Rogerson enseguida -ordenó él dándole unos papeles.

Cuando llegó el viernes, Tegan supo que había llegado el momento de la verdad. Maverick estaba más insoportable e irritable que nunca, pero a ella eso le daba igual. Sólo pensaba en los sesenta minutos que quedaban para que terminara la jornada de trabajo y salir de allí. Al fin, todo habría terminado.

Sólo quedaba una hora. Lo había conseguido. Había pasado una semana con Maverick sin que él sospechara nada. Había salvado el trabajo de su hermana y, gracias a ella, Morgan había podido asistir a la boda de su amiga. Cualquier deuda que Tegan pudiera tener con ella había quedado completamente saldada.

– ¿Por qué estás hoy tan contenta? -preguntó Maverick de pronto saliendo de su despacho.

Tegan lo miró mientras el nerviosismo y la atracción que le habían acompañado durante toda aquella semana volvían a dominarla. Al mismo tiempo, sintió algo parecido a la decepción. A partir de aquel día, todo volvería a ser más aburrido y monótono, no volvería a sentir aquella agitación, aquella electricidad embriagadora.

– Es viernes -contestó ella.

– ¿Y? -replicó él.

Tegan estaba tan contenta que casi sentía deseos de contárselo todo, de compartir con él aquella sensación de éxito.

– A todo el mundo le gusta los viernes.

– ¿Es que has hecho planes?

«Por supuesto, ir a buscar a mi hermana mañana mismo al aeropuerto y recuperar mi vida», pensó.

– Nada especial, lo de siempre.

Maverick asintió serio con la cabeza y volvió a desaparecer dentro de su despacho.

¿Qué le ocurría a su secretaria? Nunca la había visto sonreír de aquella manera.

Maverick se dejó caer en su silla. En lugar de estar más cariñosa, su secretaria se había empeñado en guardar las distancias lo más posible aquellos últimos días. Había evitado su mirada, se había esforzado para no mostrar la más mínima emoción…

¿Por qué estaba de repente tan contenta?

No sabía la razón, pero algo le decía que la causa no era él.

Y no le gustaba nada.

De pronto, su ordenador se iluminó, indicando que había recibido un email. Con el corazón latiéndole deprisa, Maverick se incorporó y lo leyó apresuradamente.

– ¡Sí! -exclamó en la soledad de su despacho dando un puñetazo en la mesa antes de descolgar el teléfono.

Tegan ya había apagado su ordenador y ordenado todos los papeles que se arremolinaban sobre la mesa. Sólo quedaba despedirse de Maverick y todo habría terminado. Nunca más volvería a verlo. Nunca más tendría que lidiar con su mirada oscura y profunda, ni con su aroma, ni con el calor que emanaba de su cuerpo. Nunca más tendría que volver a besarlo.

¿Tendría? Tegan se dio cuenta de que se estaba mintiendo a sí misma. El contacto con Maverick había sido como un despertar para ella. Toda su vida se preguntaría qué habría pasado si las cosas hubieran sido de otro modo.

Tegan respiró profundamente y se recordó que aquello era lo mejor. Debía actuar de forma sensata. Tenía que irse de una vez.

– ¡Morgan!

Sin previo aviso, Tegan sintió que Maverick la tomaba entre sus brazos, la alzaba por los aires y volvía a dejarla en el suelo.

– ¡Giuseppe Zeppa ha recuperado la consciencia y ha preguntado por la marcha del proyecto! ¡Parece que está muy enfadado por el retraso!

– ¡Eso es maravilloso! Me alegro mucho -dijo Tegan alegrándose por él.

– Acabo de hablar por teléfono con Rogerson, está deseando empezar.

Maverick miró la mesa de su secretaria y, a continuación, se fijó en que estaba a punto de irse.