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– ¿Qué estás haciendo?

– Me voy a casa. Ahora mismo iba a entrar en tu despacho para despedirme.

– Cambio de planes. Vamos a celebrarlo. Vámonos a cenar por ahí.

– Maverick, creo que no…

– Rogerson espera que vayas. Le prometí que estarías allí.

– ¡No tenías ningún derecho a decirle eso!

– ¿Por qué? ¿Qué tienes que perder?

«Mi entereza», pensó Tegan.

– No puedo ir vestida así -dijo ella.

– Todavía es pronto. Te llevo a casa y así podrás cambiarte.

Tegan no sabía a quién maldecir. Había estado a punto de librarse de todo, de salirse con la suya. Sin embargo, todo había vuelto a torcerse. ¿Cómo podía tener tan mala suerte?

Al menos, sólo se trataba de una cena de negocios, con Phil Rogerson, los abogados… Estaría a salvo. Además, por otro lado, se alegraba de tener una última oportunidad de tener a Maverick a su lado.

– De acuerdo -accedió Tegan esperando no tener que lamentar aquella decisión-. A mí también me apetece mucho volver a ver a Phil.

Maverick estaba sentado en el coche hablando por teléfono, esperándola en la puerta de su casa, cuando al fin apareció. Tegan vio cómo él colgaba el teléfono y se quedaba mirándola con los ojos extasiados.

– Estás impresionante -dijo abriendo la puerta del coche para que ella entrara.

Tegan se sintió insegura. Insegura de sí misma, de lo que podría pasar.

– ¿Ocurre algo? -preguntó él.

– No creo que esto sea buena idea.

– Rogerson pensaba lo mismo. No estaba seguro de que este proyecto fuera a llegar a buen puerto. Pero tú le convenciste de que, a veces, es necesario correr riesgos. Tal vez deberías seguir tus propios consejos de vez en cuando.

«No es lo mismo», pensó Tegan. Rogerson había decidido correr el riesgo, pero al final le aguardaba una recompensa. Ella, sin embargo… ¿Qué podía ganar? Nada. En cambio, podía perderlo todo. El trabajo de su hermana, su dignidad y, sobre todo, su propio corazón.

¿Valía la pena correr el riesgo?

No.

¿Estaba dispuesta a correrlo?

Desde luego que sí.

Tegan se sentó junto a él temblando, sintiendo cómo los ojos de él recorrían su cuerpo.

«Es una cena de negocios, sólo es una cena de negocios», se repetía Tegan a sí misma.

Sin embargo, eso no le había impedido elegir el vestido más femenino que había podido encontrar en el armario de su hermana, una preciosidad en tonos pastel con la cintura ajustada y la falda con vuelo que descubría sus piernas al menor movimiento. Después de haber llevado aquellos vestidos austeros durante toda la semana, aquel vestido le hacía sentirse atractiva.

Y la forma en que él la estaba mirando lo confirmaba.

– Nunca te había visto el pelo así -dijo Maverick extendiendo la mano y acariciándole un mechón-. Me encanta.

Sus ojos se encontraron y, por un instante, el mundo entero desapareció. La luz de la luna hacía brillar el pelo de Maverick, jugando con las facciones de su cara.

Con aquel hombre, una noche entera nunca podría ser suficiente. Pero eso era lo que tenía, sólo una noche.

– ¿Te importa si hacemos una parada por el camino? -preguntó él arrancando el coche-. Tengo que hacer una llamada y ver a alguien.

– Por supuesto que no -dijo ella sin preguntar.

Pero, cuando llegaron al aparcamiento de Green Valley Rest Home, le miró con curiosidad.

– Mi abuela -dijo él como leyéndole el pensamiento.

– ¿Tienes abuela?

– ¿Eso te sorprende?

– Sí. Quiero decir… no. Es decir…

Lo que le llamaba la atención era que un hombre tan fuerte y tan aparentemente seguro de sí mismo se preocupara por una débil anciana.

– Además, ya conoces a Nell. Al fin y al cabo, eres tú la que se encarga de enviarle flores por su cumpleaños.

– ¡Ah! ¡Claro! -exclamó Tegan disimulando-. Pero yo sólo las mando, eres tú el que se preocupa de ella.

– Volveré lo antes que pueda -dijo saliendo del coche.

Pero apenas había caminado un par de metros cuando una mujer con el pelo canoso se acercó a él.

– ¡Jimmy! ¿Por qué has tardado tanto?

– Vamos, Nell… -dijo Maverick tomándola del brazo-. Ya es muy tarde, deberías estar dentro.

– Ni hablar -dijo la mujer soltándose del brazo de su nieto-. Todo es culpa de las enfermeras, que están deseando que nos vayamos a la cama para poder irse de juerga por ahí.

– Como quieras -dijo guiándola hasta un banco-. Dime, ¿qué es eso tan importante que querías decirme?

La mujer avanzó lentamente hasta el banco y, doblando su cuerpo con parsimonia, se sentó.

– ¿Y bien?

– Las Navidades -dijo ella pronunciando las dos palabras como si fueran balas.

– Faltan todavía seis semanas para eso, Nell.

– Lo sé, pero… ¿qué vas a hacer?

Todavía no lo había pensado. Seguramente, haría lo mismo que los años anteriores. Si su abuela estaba de buen humor y se encontraba bien, reservaría una mesa en algún restaurante y la llevaría a comer. De lo contrario, pasaría con ella algunas horas en la residencia, tomándose algo juntos frente al mar.

– ¿En qué estás pensando?

– Me gustaría, para variar, que hicieras lo posible para que toda la familia estuviera reunida. Si lo dejas para el último día, Frank y Sylvia ya habrán hecho planes.

Maverick asintió estoicamente, incapaz de decirle a su abuela la verdad sobre Frank, su hijo, y Sylvia, su nuera.

– Veré lo que puedo hacer, ¿te parece? -dijo dándole un cariñoso beso.

– ¿Quién es esa chica?

Maverick sonrió. Su abuela podía estar delicada de salud, pero no cabía la menor duda de que la vista la tenía perfectamente.

– Es Morgan, mi secretaria.

– Qué nombre tan gracioso para una chica. ¿Es ella la que me envía las flores? -preguntó sin dejar de mirar al coche.

– Las flores te las mando yo, Nell.

– Venga… Seguro que no has comprado flores en tu vida. Creo que debería darle las gracias.

– No hace falta…

– ¿Por qué? -preguntó su abuela mirándolo fijamente-. ¿Te avergüenzas de mí?

– Por supuesto que no.

– Entonces, ¿a qué esperas? -dijo la anciana.

Maverick se levantó del banco y, antes de llegar al coche, vio que Tegan salía del vehículo con su maravilloso vestido.

– Quiere conocerte -le dijo a Tegan.

– Ya lo veo -comentó ella.

– ¡Holaaaa! -exclamó la anciana desde el banco.

Tegan dejó que Maverick la llevara hasta donde estaba su abuela.

– Es un placer conocerla, señora Maverick.

– Querida… -dijo la anciana tomándola de la mano-. Llámame Nell. Aunque, ahora que te veo, no tienes pinta de llamarte Morgan. ¿Estás segura de que ése es tu nombre?

– Abuela…

– Eres demasiado guapa para llamarte Morgan -insistió la anciana sin dejar de mirarla-. Yo te habría llamado… Vanessa.

– Ya está bien, Nell -dijo Maverick.

– ¿Te he contado alguna vez que, siendo niña, me perdí una vez en las montañas y estuve a punto de ser devorada por un oso? -preguntó haciendo que Tegan se sentara en el banco con ella-. No, no creo que lo haya hecho. Pues verás, debía de tener yo unos cuatro o cinco años…

– Tu abuela es todo un personaje.

El coche de Maverick recorría la ciudad en dirección al restaurante. Tegan se había pasado casi todo el trayecto pensando en Maverick, en aquel nuevo aspecto de su personalidad, de su vida. Con su abuela, se había mostrado distinto, cordial, cariñoso… todo lo contrario al frío hombre de negocios que ella había conocido hasta ese momento.

– Me ha caído muy bien.

– Creo que el sentimiento ha sido mutuo. Gracias.

– ¿Gracias? ¿Por qué?

– Por tratarla tan bien, por tener tanta paciencia. No es una mujer fácil de tratar. Contigo ha estado encantadora.