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– Me lo he pasado realmente bien escuchando sus historias sobre Montana.

– Eso es porque es la primera vez que te las cuenta -dijo Maverick sonriendo.

– ¿Por qué vino tu familia a Australia? -preguntó Tegan devolviéndole aquella sonrisa de complicidad.

– Por lo de siempre. Mi padre se enamoró de una chica que estaba de viaje por Estados Unidos. La siguió hasta aquí, hasta Queensland, para convencerla de que regresara a Estados Unidos para vivir con él, pero, al ver esto, al ver las enormes posibilidades que había en esta ciudad, convenció a Nell para que la familia se trasladara a Australia. Hizo grandes negocios en la década de los ochenta.

– ¿Dónde está ahora?

– Murió hace cinco años, en un accidente de avión. Mi abuela no recuerda bien ciertas cosas.

Tegan lamentó no haber caído antes en la cuenta. Debería haberlo deducido por los comentarios de la anciana, las constantes preguntas acerca de su hijo, Frank.

– Lo siento, no me di cuenta. Sé lo que significa perder a un padre, pero no sé lo que se siente perdiendo a un hijo. Debe de ser durísimo. Tiene suerte de tenerte a su lado -dijo Tegan extendiendo la mano hacia él instintivamente y apoyándola en su hombro.

Maverick no había pensado nunca en ello, pero, aunque fuera cierto, no quería hacerlo en ese momento. Tenía cosas más importantes en mente.

Aquella noche, su secretaria parecía distinta. Estaba más receptiva, no daba la impresión de querer huir. Le había puesto la mano en el hombro por propia iniciativa.

Maverick detuvo el coche al llegar a un semáforo, tomó la mano de ella entre las suyas y la besó.

– Esta noche, creo que el afortunado soy yo.

Capítulo 7

La cena transcurrió como había previsto. Los platos, todos exquisitos, se sucedieron a un ritmo aceptable, acompañados por la suave música de una orquesta, sin que nadie percibiera lo que estaba sucediendo en el interior de Tegan. Ella misma intentó hacer lo posible por aparentar normalidad, hasta intervino en las conversaciones triviales que se intercambiaron unos y otros.

Pero su pensamiento estaba en otra parte. En un hombre. En Maverick. Era como si alguien hubiera accionado un resorte escondido dentro de ella que llevara mucho tiempo sin activarse.

Cuando la cena terminó y Rogerson y los demás se fueron a casa con sus familias, Maverick se acercó a ella.

– ¿Quieres bailar conmigo?

Dentro de su corazón, sabía que aquél era el punto sin retorno, que si accedía, no habría vuelta atrás. Pero, por primera vez, una voz interior le susurraba que sentirse de aquel modo no era ningún crimen, que se merecía una oportunidad, aunque fuera la última.

– Sí -respondió ella dejando que la tomara de la mano y la llevara a la pista de baile.

La música que estaba sonando era suave, romántica, ideal para amantes, para que ella apoyara la cabeza sobre el hombro de él y se dejara llevar.

Maverick la abrazó y Tegan sintió el cuerpo de él pegado al suyo, transmitiéndole el calor intenso del deseo, el aliento de él jugando con sus cabellos.

Una noche. Una noche nada más. Una noche sería suficiente para satisfacer la pasión de él y poner fin a aquella agonía. Para cuando Morgan regresara al trabajo, todo habría terminado.

¿Por qué no? Podía funcionar. Debía funcionar.

La música se detuvo, pero ninguno de los dos se movió.

– ¿Quieres seguir bailando? -le susurró él.

– Bailar está bien, es divertido -contestó ella alzando la cabeza para mirarlo-. Pero lo que a mí me gustaría es acostarme contigo.

Maverick pareció tardar unos segundos en asimilar lo que Tegan había dicho. En cuanto lo hizo, el gesto de su rostro mostró todo lo que ella necesitaba saber.

– Vamos -dijo Maverick.

Apenas habían salido del restaurante cuando Maverick, apoyándola contra un muro, la besó apresuradamente.

Tegan se sentía como si estuviera borracha. Tenía ganas de gritar, de saltar, de hacer cualquier locura, de fundirse en la noche, de disolverse dentro de él.

A duras penas lograron llegar hasta el coche, abrazándose y besándose mutuamente con urgencia.

– ¿Sabes cuánto te deseo ahora mismo? -preguntó Maverick intentando arrancar el coche.

No hacía falta que se lo dijera. Podía verlo en su rostro, en sus ojos. Estaba tan excitado como ella.

Tegan puso una mano sobre la rodilla de él y ascendió por su muslo lentamente hasta llegar a su miembro. Estaba tan duro que parecía gritar por salir de su encierro.

– Yo también te deseo -dijo Tegan excitándose sólo de pensar en lo que estaba a punto de ocurrir.

– Dos minutos -le pidió Maverick intentando contenerse-. Dame sólo dos minutos.

Encendió el motor y condujo a toda velocidad hasta un puente que daba acceso a una pequeña isla. Tras sacar un pequeño mando a distancia, pulsó un botón y, en el acto, se abrieron unas enormes puertas dejando al descubierto una imponente casa, oculta entre frondosas palmeras, que parecía hecha de cristal.

– Bienvenida -dijo deteniendo el vehículo y saliendo para abrirle la puerta-. Aquí es donde me escondo cuando salgo de la oficina.

– ¡Vaya! -exclamó ella-. Una isla hecha para el placer de una sola persona. ¡Increíble!

– Esta noche, será una isla para dos -replicó él pasándole el brazo por los hombros.

Tegan empezó a temblar imperceptiblemente cuando Maverick la atrajo hacia él y la besó. Sentir de nuevo su olor, su tórax presionando contra sus pechos, sus piernas entrelazándose con las suyas, la embriagaba. Ya no había ninguna necesidad de preocuparse por nadie. Podían besarse todo el tiempo que quisieran.

Maverick empezó a recorrerla con las manos, lentamente, como si ella fuera barro y él la estuviera dando forma, creándola de la nada. Descendió con su boca por su cuello, desviándose hacia el hombro.

Con un ligero movimiento, le deslizó un tirante por el brazo y después el otro. Sosteniendo sus pechos con las manos, sin apenas esfuerzo, Maverick le quitó el sujetador.

Tegan sintió al aire nocturno acariciándole los pechos y, dominada por el deseo, se echó hacia atrás doblando el cuerpo, presionando su vientre contra su miembro.

– ¡Maverick! -gimió empezando a perder el control.

– Lo sé -murmuró él bajando las manos hasta llegar a la falda de ella e introduciéndolas bajo los pliegues para descubrir las medias de seda que tanto le habían excitado una semana atrás-. ¡Dios mío! ¡Estaba deseando que las llevaras puestas!

Con los ojos desorbitados, Maverick la tomó entre sus brazos y la sentó violentamente sobre el capó del coche. Con las piernas de ella a ambos lados, Maverick introdujo una mano bajo la falda de Tegan y empezó a bucear en el lugar que ella más lo necesitaba.

Con un grito ahogado desapareció el último rastro de resistencia que le quedaba a Tegan. Maverick, por su parte, no podía pensar en otra cosa que no fuera el cuerpo de ella. De un tirón furioso le bajó las bragas y, mientras ella sentía la brisa recorrer sus partes más íntimas, él se bajó los pantalones.

Fuera de sí, Tegan se lanzó hacia él. Quería tenerlo dentro de ella. Lo necesitaba. No quería esperar más, aunque él estuviera buscando un preservativo. Le daba igual. Cuando consiguió ponérselo, Maverick la sostuvo por las piernas y la penetró completamente, tan fuerte que ambos emitieron un grito desesperado.

Por unos segundos, ninguno de los dos se movió. Estaban sintiendo el placer del contacto con el otro, algo que habían estado deseando mucho tiempo.

Maverick empezó a moverse lentamente, adelante y atrás, una y otra vez, alejándose y acercándose, hundiéndose poco a poco en un ritmo que los disolvía el uno en el otro.

Entonces, sobre el coche, con la brisa nocturna corriendo entre ellos y todo un mundo privado para disfrutar, Tegan explotó como nunca lo había hecho.