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Sin apenas volverse hacia ella, Maverick vio cómo entraba y se quedaba parada junto a la puerta.

– Llegas tarde -añadió él observando sus zapatos de tacón hundiéndose en la alfombra.

– Maverick, tengo que hablar contigo.

Por el tono de su voz, daba la impresión de que su secretaria estaba a punto de disculparse por el comportamiento que había tenido. Maverick se acomodó en la silla y cruzó las manos detrás de la cabeza dispuesto a disfrutar de la conversación.

– ¿Lo has pasado bien este fin de semana con tu hermana?

– Al final no vino. Se va a retrasar unos días.

Maverick no se sorprendió en absoluto. Siempre había considerado aquello como una simple excusa que ella había utilizado para huir de su casa.

Su secretaria avanzó un poco hacia su mesa tímidamente, pasándose la mano por el pelo para apartárselo de la cara. ¿Por qué estaba tan nerviosa? ¿Por haberse acostado una noche con él? ¿Tan mal lo había pasado? ¿Tan duro había sido para ella?

– He estado a punto de no venir a trabajar -empezó Tegan-, iba a llamar para avisarte. Pero luego pensé que te merecías que te dijera todo personalmente.

– Te recuerdo que no eres tú la que decide si vienes o no a trabajar. Tienes un contrato, ¿recuerdas?

– Siento si va a ser un problema para ti, pero no puedo seguir haciendo esto.

Maverick se levantó de la silla como impulsado por un resorte, dio la vuelta a la mesa y se acercó a ella.

– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Todo esto es por lo que pasó entre nosotros el viernes? ¿No crees que estás exagerando? ¿No fuiste tú la que dijo que somos adultos?

Aquellas últimas palabras le habían rondado en la cabeza todo el fin de semana. Morgan se había mostrado tan predispuesta como él a pasar la noche juntos. ¿Por qué, entonces, había huido de una forma tan violenta, tan incómoda?

– No es sólo por lo que pasó el viernes.

– Pues, ¿de qué tienes miedo?

– ¡No tengo miedo!

– ¿De qué huyes?

– No lo entiendes…

– ¿No lo pasaste bien conmigo?

– Ésa no es la cuestión.

– Entonces, ¿cuál es?

– Maverick…

El sonido del teléfono la interrumpió.

– Debe de ser Rogerson -dijo él tomando su móvil de la mesa-. Estaba esperando su llamada. Continuaremos esta discusión luego.

– No hay nada que discutir.

– ¡Luego!

Maverick le dio la espalda y ella, tras unos segundos de indecisión, comprendió que hablaba en serio y salió de su despacho.

«¡Maldita sea! Debería haberlo hecho por teléfono. Habría sido más fácil», pensó Tegan al llegar a su escritorio. Se había dejado llevar por los nervios, había dejado que él la llevara a su terreno. No podía volver a suceder. A la primera oportunidad que tuviera, se lo soltaría todo, iría al grano directamente.

– Prepárate -le dijo Maverick de pronto desde la puerta de su despacho-. Tenemos una reunión con Rogerson en quince minutos.

– Maverick, todavía no hemos terminado de…

– Nos está esperando -la cortó él-. Reunión de equipo.

– No, espera un momento y escúchame -insistió Tegan-. Esto es importante. Yo no…

– ¿No estabas en el equipo? -la interrumpió de nuevo-. Pues ahora lo estás. Después del excelente trabajo que hiciste con ese programa de gestión de proyectos, Rogerson insiste en ello. Además, dado que es bastante probable que tenga que ausentarme por unos días, creo que es lo mejor.

– Pero yo no he dicho nada todavía -dijo Tegan frustrada-. Llevo toda la mañana intentando decir una cosa y tú ni siquiera me escuchas.

– Veo que estás un poco disgustada -comentó Maverick-. Se te pasará, ya verás. Venga, vamos.

– ¿Quieres hacer el favor de dejar de ignorarme?

– Mira, querida -dijo Maverick mirándola fijamente-. Rogerson, personalmente, me ha pedido que te incluya en el equipo de trabajo. Si no te parece buena idea, si estás dispuesta a decir que no, entonces creo que lo lógico es que se lo digas a él.

– Mi problema no es con Phil Rogerson.

– Perfecto. En ese caso, podremos discutir cualquier problemilla que tengas en otro momento, ¿te parece? Ahora, vamos.

Tegan entró en el coche con la cabeza dándole vueltas. Estaba atrapada. Salvando la parte en que Phil Rogerson le había pedido que formara parte del equipo de trabajo del Royalty Cove, el resto le había sonado a chino.

– Quiero que te unas a nosotros -le había dicho Rogerson sonriéndola-. Siento que eres una persona en quien puedo confiar, sé que no nos abandonarás.

Tegan había asentido con un nudo en el estómago, sintiéndose culpable por la confianza inmerecida que Rogerson estaba depositando en ella. Sólo era una mentirosa, una persona sin valores que estaba siendo atrapada en su propia red de falsedades, una red que crecía y crecía cada vez más.

¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a confesar la verdad después de lo que había pasado en la reunión? No podía. Sólo conseguiría empeorar aún más las cosas.

– Estás muy callada.

Tegan miró a Maverick y se dio cuenta de que se había detenido en el aparcamiento de Norfolk Island, un precioso lugar que se hallaba junto a la playa, lleno de palmeras.

– ¿Por qué estamos aquí?

Maverick no estaba seguro. Lo que sí tenía claro era que no quería regresar a la oficina, regresar a la conversación que habían dejado pendiente.

Pasar la mañana con ella le había servido para darse cuenta de que nada había terminado entre ellos. No quería dejarla escapar, quería volver a yacer desnudo junto a ella.

– Pensé que un poco de aire fresco nos iría bien -contestó él finalmente-. ¿Quieres dar un paseo por la playa?

– ¿Qué ocurre? -preguntó Tegan sorprendida por su proposición.

– Vamos -dijo quitándose la chaqueta y subiéndose las mangas de la camisa-. Sólo un rato.

Diez minutos después, tenía arena en las medias, el cabello lleno de la sal del mar y paseaba por la playa con su traje de ejecutiva. Era una locura, pero no le importaba. El sol brillaba en lo alto del cielo, una suave brisa lo llenaba todo y el ritmo de las olas era como un bálsamo para su corazón.

De reojo, miró a Maverick, que paseaba junto a ella con los zapatos en la mano y los pantalones remangados por las rodillas. Sus pies dejaban delicadas huellas sobre la arena.

La belleza de sus pies era uno de los innumerables descubrimientos que había hecho pasando la noche con él. La suavidad de su piel, el tacto de su pelo, parecido al del satén, la fortaleza de sus músculos…

Aquellos recuerdos estaban haciendo que se excitara de nuevo, calentando su cuerpo al mismo tiempo que los rayos del sol.

Tegan miró las olas rompiendo en la orilla, el agua deslizándose delicadamente por la arena, y deseó que su vida fuera tan sencilla como el ritmo de la naturaleza, exenta de mentiras.

Pero ya era tarde para eso. Estaba en un callejón sin salida.

– Has accedido a formar parte del equipo, como quería Rogerson -comentó Maverick como pensando en voz alta.

– Eso parece -dijo Tegan agradeciendo que él rompiera el silencio.

– Supongo que eso significa que ya no te vas.

Escucharlo en boca de él hizo que pareciera más real. Efectivamente, tenía que quedarse. ¿Qué otra cosa podía hacer? Ya no sólo tenía que preocuparse por la promesa que le había hecho a su hermana y por la atracción que sentía por Maverick. Ahora también estaba Phil Rogerson.

Ya no podía desentenderse de aquello. Había demasiado en juego, demasiadas personas implicadas.

Tendría que afrontarlo, seguir ocupando el lugar de su hermana para minimizar las consecuencias de sus mentiras y aguardar el regreso de Morgan. Y, además, no volverse loca mientras tanto.

– Eso parece -repitió Tegan.

– En ese caso -dijo Maverick acercándose a ella sin dejar de caminar-, tengo una proposición que hacerte.

Tegan lo miró a los ojos, atrapada por el brillo de sus pupilas, por la fortaleza de su cuerpo, por el calor que emanaba, mientras su cabeza le suplicaba que fuera sensata.