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– ¿Va a ir a buscarte Morgan?

– Sí.

– Respeto mucho a esa joven. Y la admiro. Eres un hombre afortunado.

– Es mi secretaria -replicó Maverick con un extraño ataque de celos-. Eso es todo.

– Vaya, veo que me he equivocado -dijo Rogerson mirándolo.

– Intimar demasiado con los empleados nunca me ha parecido buena idea.

– ¿En serio? A mí nunca me ha importado, aunque tal vez lo diga porque yo me casé con mi secretaria. Tardé más de seis meses en armarme de valor, pero, ya ves, llevamos cuarenta y cinco años de matrimonio. Doris es lo mejor que me ha pasado en la vida.

– Demasiado peligroso -insistió Maverick.

– ¿Sabes? Eso fue lo primero que me hizo darme cuenta de que tu secretaria, Morgan, es una joven especial. Estaba allí pensando, en la sala de reuniones, intentando valorar qué debía hacer, cuando vino ella y me convenció. Me dijo que hay ocasiones en las que una persona debe arriesgarse para conseguir lo que quiere. Eso fue lo que yo hice en su momento con Doris, y me salió bien. Es una chica fantástica.

Maverick asintió. Estaba completamente de acuerdo con Rogerson. Lo que no podía comprender era por qué había tardado tanto tiempo en darse cuenta.

Hecha un manojo de nervios, con el estómago dándole vueltas y la garganta seca, Tegan esperaba en la terminal de llegadas del aeropuerto.

El correo electrónico que le había enviado Maverick le había puesto en tensión. Saber que deseaba verla en cuanto bajara del avión sólo podía significar una cosa: aquella historia estaba lejos de haber terminado. Y, como siempre le había ocurrido, a pesar de que su cabeza le había enviado señales de advertencia, su cuerpo deseaba verlo de nuevo cuanto antes.

Tampoco Tegan quería que se acabara. Quería hacer el amor con él otra vez, aunque fuera una última vez. Sólo una vez más. ¿Acaso era mucho pedir? Después, todo podría volver a la normalidad y cada uno podría seguir con su vida.

Las puertas se abrieron y Maverick, imponente en su enorme estatura, apareció enseguida con un maletín en una mano y una maleta en la otra.

Sus miradas se encontraron y, por un momento, todo alrededor de ellos desapareció.

Allí estaba él de nuevo.

No iba a durar para siempre.

Podía, incluso, terminarse en cualquier momento.

Pero, al menos, Tegan ya estaba segura de que, aunque eso sucediera, siempre le quedaría el consuelo de tener algo suyo para siempre. Algo que la ayudaría a sobrellevar el dolor de estar lejos de él, algo con lo que soportar la idea de haberle perdido para siempre, algo con lo que recordar que aquellas semanas habían valido la pena.

Ni siquiera la perspectiva de ser una madre soltera, sin trabajo y sin una casa propia conseguía enturbiar el placer de llevar un hijo suyo dentro de ella. Tenía ahorrado dinero suficiente para afrontar cualquier problema que pudiera presentarse.

El padre de su hijo se acercó a ella, con un inequívoco cansancio reflejado en el rostro por el largo viaje, el pelo despeinado y, a pesar de todo, tan atractivo como siempre.

Maverick la sonrió con esos labios que la volvían loca y Tegan fue incapaz de detener su imaginación, que ya estaba rumbo a la casa de él, a la habitación que les estaba aguardando.

– Hola, Morgan -dijo Phil Rogerson-. Me voy corriendo, tengo un coche esperando fuera. Supongo que os veré a los dos muy pronto.

Cuando Rogerson se marchó, Maverick la miró fijamente de arriba abajo.

– Vamos a casa -sonrió.

– ¿Quieres conducir tú? -le preguntó Tegan cuando llegaron al pequeño Honda de Morgan, abriendo el maletero para que él dejara el equipaje.

Sin abrir la boca, Maverick metió la maleta en el coche y negó con la cabeza.

– Hoy quiero el servicio completo.

Tegan tembló por completo. Sus fantasías estaban consiguiendo excitarla cada vez más.

Tenían muchas cosas que hacer. Además, Tegan tenía algo muy importante que decirle. Ya no le importaban las consecuencias para ella o lo que pudiera ocurrirle a su hermana. Debía hacerlo.

Pero, antes, quería disfrutar por última vez de aquel sexo tan embriagador que sólo él era capaz de darle. Sabía que no se estaba comportando correctamente, pero no le importaba. Necesitaba desesperadamente sentirlo dentro de ella una vez más.

Fue un trayecto complicado. Maverick, inclinado hacia ella, estuvo constantemente recorriendo su pelo con sus suaves dedos mientras ella intentaba concentrarse en la carretera.

Después, empezó a acariciarle el cuello, deteniéndose en cada uno de los eslabones de la cadena dorada que él le había regalado, besándole suavemente la piel.

– Te he echado de menos -dijo él-. He echado mucho de menos tu piel.

Tegan se debatía entre la conducción y sus fantasías.

– También los he echado mucho de menos a ellos… -dijo introduciendo una mano por su ropa y sosteniéndole un pecho, jugando delicadamente con su pezón.

Tegan se estaba poniendo cada vez más nerviosa. No había mucho tráfico y ya estaban muy cerca de la casa de Maverick, pero no estaba segura de ser capaz de contenerse por más tiempo.

– Pero, sobre todo, lo que más he echado de menos es esto -añadió deslizando su mano entre las piernas de Tegan.

– ¡Maverick! -exclamó ella con el cuerpo al rojo vivo-. ¡No hagas eso! ¡Estoy intentando conducir!

Tegan intentó apartar su mano, pero lo hizo sin mucha convicción. Le excitaba hasta la locura lo que él le estaba haciendo, no quería que parara, le encantaba que Maverick pensara sólo en ella, ser el centro de su mundo.

– ¿No puedes conducir más rápido? -preguntó besándola en el cuello.

– Si voy más rápido, excederé el límite de velocidad -murmuró ella apenas en un susurro, dominada por olas de pasión que la mecían a su antojo.

Una parte de ella quería detenerse en mitad de la carretera y dejar que Maverick hiciera con ella lo que quisiera. Sin embargo, otra parte sabía que aquel juego peligroso era mucho más erótico. Todo lo relacionado con él había sido siempre para ella peligroso y erótico.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Maverick advirtiendo que estaba deteniendo el coche.

– El semáforo está en rojo.

– Perfecto.

Apenas había puesto el punto muerto cuando Maverick se abalanzó sobre ella, le bajó las bragas y empezó a acariciarla en lo más íntimo de su cuerpo mientras la besaba con tanto ardor que parecía estar a punto de devorarla. Tegan llevaba tanto tiempo excitada, llevaba tanto tiempo deseando que él la tocara, que explotó sin poder evitarlo y tuvo un orgasmo allí mismo.

Aquello era una auténtica locura. Aunque no hubiera mucho tráfico a esa hora, estaban a plena luz del día, en la carretera principal que recorría la Costa Dorada.

– Ya veo que me has echado de menos -dijo Maverick alisándole la falda y ayudándola a recomponerse.

– Qué gran poder de deducción -ironizó Tegan.

El semáforo se puso en verde y Tegan arrancó.

Cuando llegaron a la isla, hicieron el amor una y otra vez como si llevaran siglos sin verse. Mientras Tegan lo tenía dentro de ella, llenándola por completo, sintiendo aquel perfecto cuerpo masculino, que parecía hecho sólo para ella, dándole placer, pensó que tal vez Maverick sabría perdonarle todas las mentiras y alegrarse al saber la noticia que tenía que darle.

Pero sólo fue un instante, porque entonces Maverick la penetró de nuevo y volvió a transportarla a un lugar en el que la razón no existía, a un lugar donde sólo estaban ellos dos y millones de estrellas que los resguardaban del mundo exterior.

– Ya estoy aquí.

Maverick entró en la habitación con dos copas y una botella de Dom Perignon envuelta en hielo. Fuera, la noche se estaba haciendo poco a poco dueña de la ciudad.

Sentada en la cama, Tegan le observó tomar la botella, quitar el corcho y llenar las copas con una irreprimible tristeza que contrastaba con la explosión de alegría y placer que había experimentado desde que habían llegado del aeropuerto.