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«¿Y qué hay de mí? ¿Es que yo no te importo nada?», pensó ella.

– De acuerdo -accedió finalmente Tegan sabiendo que se iba a arrepentir de tomar aquella decisión, sabiendo que aquello sólo podía hacer que las cosas fueran a peor-. Iré.

Tegan decidió mirar las cosas por el lado positivo. Tenía todavía dos semanas más para disfrutar de aquel mundo de ensueño, catorce días enteros que pasar junto a él sintiéndose una mujer especial.

Como si fuera una niña, estuvo contándolos uno a uno, viendo cómo el tiempo consumía uno a uno los días que le quedaban, tachándolos en el calendario con ansiedad, con dolor, como si, con cada marca, la vida estuviera clavándole una espina indeleble en el corazón.

Cuando, el día anterior a la comida de Navidad, su hermana, Morgan, regresó, le fue muy difícil ocultar su tristeza. Al día siguiente, le contaría todo a Maverick. Esperaría a que terminara la celebración para no aguarle la fiesta a su abuela. Todo terminaría muy rápido.

Morgan descendió del avión sentada en una silla de ruedas. Las dos hermanas rompieron en lágrimas y se abrazaron en cuanto se vieron. Morgan estaba emocionada por estar de vuelta en casa. Tegan por todo lo que estaba a punto de perder. Pero, por encima de todo, lloraron de alegría por estar juntas de nuevo.

– Creí que ya estabas mejor -comentó Tegan al ver la dificultad de su hermana al entrar y salir del coche, el gesto de dolor que invadía su rostro al entrar por la puerta de la casa-. No hay que volver al trabajo hasta después de Año Nuevo, pero… ¿crees que estarás recuperada para entonces?

– Tengo que hablar contigo sobre eso -contestó Morgan derrumbándose en el sofá del salón para alivio de su pierna.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Tegan alarmada-. Pensé que, en cuanto volvieras, te reincorporarías al trabajo.

– Yo también lo creía, pero los médicos me han dicho que voy a necesitar varias semanas todavía para recuperarme e ir a un fisioterapeuta. Estuve pensando si debía pedirte que siguieras haciéndote pasar por mí…

Tegan estaba a punto de desmoronarse.

– Pero después pensé que ya has hecho suficiente -continuó Morgan-. No puedo pedirte más. Tal vez haya llegado el momento de renunciar a este trabajo.

– Pero… ¡Es toda tu vida! ¡Lo adoras!

– Sí, pero no puedo abusar más de ti. Sé lo difícil que te ha debido de resultar estar con Maverick, que ya no puedes más, que estás deseando dejarlo. No puedo pedirte que continúes.

– Morgan… -empezó Tegan con una punzada de culpabilidad-. En realidad, no es para tanto. No es tan malo.

– ¿Qué no es tan malo? -preguntó su hermana con los ojos como platos-. ¿Estamos hablando de la misma persona?

– ¡Dios mío, Morgan! ¡No puedo más! Lo he liado todo. Vas a odiarme cuando sepas lo que ha pasado.

– ¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho? ¿Olvidarte de recoger la ropa de Maverick de la tintorería?

– Peor -dijo Tegan negando con la cabeza-. Mucho peor.

– Hermanita… -murmuró Morgan con dulzura al ver su rostro de preocupación-. ¿Qué ha pasado?

Tegan respiró hondo y la miró fijamente.

– Creo que me he enamorado de él.

– ¿De Maverick? -preguntó Morgan incapaz de creerlo-. Imposible. Completamente imposible. ¿Cómo ha podido suceder?

– No lo sé, pero ha sucedido. Quise mantenerme lo más alejada posible de él, mantenerle a distancia, pero no pude.

– ¿Qué? -preguntó Morgan como si le hubieran disparado una bala en el estómago-. ¿Me estás diciendo que te has liado con mi jefe?

– Te prometo que no quería hacerlo -admitió Tegan.

– No me lo digas… -la interrumpió Morgan susceptible-. No pudiste evitarlo -añadió en tono sarcástico.

– Lo siento mucho, de verdad. ¿Por qué crees que tenía tanto interés en que volvieras cuanto antes? Sabía perfectamente que estaba complicando las cosas. ¡Se suponía que ibas a estar fuera sólo una semana!

– Lo sé, pero… ¡Cielos! ¡Te has liado con él! ¡Con mi jefe! ¿En qué demonios estabas pensando?

– Morgan, no es tan fácil. Maverick puede ser un cabezota, autoritario y demasiado exigente, pero… ¡Dios! ¡Es tan atractivo!

– Podría llegar a estar de acuerdo, pero… ¡No se lía con sus secretarias! ¡Te lo dije!

– ¿Qué quieres que te diga? A lo mejor deberías recordárselo a él. Mira, lo siento mucho, de verdad. No quería que todo llegara hasta este punto. Él dijo que cualquier cosa que pudiera haber entre nosotros acabaría muy pronto. Yo también lo creía, y pensé que sucedería antes de que tú regresaras. Pero no ha sido así. Y mañana, debo asistir a una comida de negocios con el equipo del Royalty Cove, con él y con su abuela. Y ahora tú has vuelto, él sigue pensando que soy tú, llevo mintiendo a todo el mundo desde hace semanas… ¡Cielos! ¡Ya ni siquiera sé quién soy yo!

Tegan se echó a llorar desconsoladamente, como si todo el peso que había estado aguantando durante todas aquellas semanas, se hubiera derrumbado de pronto sobre sus hombros. Morgan abrió los brazos y la acogió, acariciándole la cabeza intentando tranquilizarla.

– Vamos… Tiggy… No te preocupes. Encontremos la forma de solucionarlo todo. Haberte liado con él, haberte enamorado… Tal vez no haya sido la mejor idea del mundo, pero… Mira el lado bueno.

– ¿Lado bueno? ¿Qué lado bueno?

– Claro -contestó Morgan-. Siempre podría ser peor. Podrías haberte quedado embarazada.

Las lágrimas de Tegan empezaron a fluir con más intensidad todavía y comenzó a emitir gemidos desesperados.

Morgan se echó hacia atrás para mirar a los ojos a su hermana.

– ¡Oh! ¡Dios, Tiggy! -exclamó abrazándola de nuevo-. Por favor, eso no, eso no.

Y el día llegó. El cielo amaneció despejado, con un sol brillante y un grupo de nubes blancas a lo lejos que presagiaban una noche fresca.

Se levantaron pronto para desayunar. Morgan se tomó su primer café con leche decente en varias semanas y Tegan intentó tomar algo de la taza de té y los huevos fritos que su hermana le había preparado. Ya llevaba varios días despertándose con el estómago revuelto, pero no sabía a ciencia cierta si se debía a su embarazo o a lo nerviosa que estaba.

– Creo que debería ir contigo -dijo Morgan-. No creo que puedas afrontarlo sola, tal y como estás.

– No. He sido yo quien lo he liado todo, debo ser yo quien lo afronte.

– Pero fui yo quien te metió en esto. Tú sólo accediste para hacerme un favor.

– Tú no me obligaste a liarme con él ni a quedarme embarazada. Fue culpa mía.

– Pero, Tiggy…

– Gracias, hermanita -la interrumpió Tegan-. Pero debo hacerlo yo sola. Cada vez que he intentado decirle la verdad, ha sucedido algo que lo ha impedido. Debo detenerlo todo ya. Además, no creo que fuera buena idea que te encontraras con Maverick ahora mismo.

– Antes o después querrá hablar conmigo. Probablemente para cantarme las cuarenta, pero yo también le debo una disculpa.

– Lo sé, pero… déjame que sea yo quien le diga toda la verdad, ¿vale?

– Como quieras. De todas formas, a lo mejor te estás precipitando. Puede que él también sienta algo por ti y que acoja la idea de tener un hijo como un regalo.

– Sería bonito, sí, pero no ocurrirá. Ya se me ocurrió a mí también, así que le pregunté por su antigua secretaria, Tina. Me dijo que le había traicionado quedándose embarazada. Que era una mentirosa. No creo que se ponga muy contento cuando sepa que ha vuelto a cometer el mismo error.

– Entonces, ¿cuál es el plan?

– Le dije que me encontraría con él en su casa a las doce -dijo Tegan tomando un sorbo de té-. Eso me da dos horas y media para arreglarme, mentalizarme y preparar la mejor de mis sonrisas -añadió con la sensación de estar preparándose para asistir a su propia ejecución.