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¿Qué hacía él allí? ¿No se suponía…?

– Pero tú… -tartamudeó Tegan-. ¡Se supone que estás en Milán! -exclamó mirándolo fijamente, como si estuviera esperando que volviera a desaparecer por arte de magia.

Maverick dio la vuelta a la mesa y se acercó a ella.

Tenía unos ojos castaños que le inquietaban, que parecían tener el poder de acaparar todo el aire dentro de aquella sala. Su hermana le había dicho que era un déspota, el rey de los jefes tiranos. ¿Por qué no le había dicho también que era el jefe más atractivo de cuantos existían? ¿Es que no lo había notado? Su cuerpo radiaba testosterona como si fuera un campo magnético. Podía sentirla tan claramente como ver su camisa azul claro y sus pantalones blancos.

Con aquella mirada, aquel cabello oscuro y aquella pose, parecía el prototipo de pistolero irresistible de las películas del oeste. Ahora entendía por qué, en el mundo de los negocios, nadie le llamaba James, sino Maverick. Si se hubiera presentado allí con un sombrero negro de ala ancha y una pistola, no se habría sorprendido en absoluto.

– ¡Sorpresa! -exclamó acercándose aún más-. Estoy aquí desde hace tiempo. Y ya veo que has llegado tarde. La próxima vez, por favor, vístete en tu casa.

– Tuve un contratiempo…

– Lo supongo.

– ¡Apenas me ha dado tiempo a vestirme!

– Ya he podido comprobarlo.

– ¡Has estado espiándome! -exclamó Tegan muerta de vergüenza.

– He estado esperándote -corrigió él señalando el reloj-. Llevo esperándote desde hace más de una hora y media.

– Lo siento… Pero, como se suponía que estabas de viaje, no pensé que fuera un problema muy grave si…

– ¡Pues lo es! -exclamó mirándola a los ojos, como si hubiera querido dispararle con aquellas palabras-. Es un problema. Nunca se sabe cuándo puede surgir un imprevisto, y ha surgido. Giuseppe Zeppa tuvo un ataque al corazón el sábado. Las negociaciones con Zeppabanca se han pospuesto indefinidamente. Eso significa que debemos apresurarnos, de lo contrario, Rogerson se pondrá nervioso y se lavará las manos en todo este asunto. De modo que, en cuanto estés preparada, ven a mi despacho con todo lo que haya sobre él. Tenemos mucho trabajo que hacer hoy.

– Pero… -intentó decir Tegan, casi suplicando.

¿Qué iba a hacer? Aquello no formaba parte del trato. Había aceptado hacerle aquel favor a su hermana creyendo que él estaría toda la semana fuera.

– Pero ¿qué? -replicó él abrasándola con la mirada, haciéndola sentir impotente, pequeña, insignificante.

¿Qué podía decirle? «¿Perdona, pero yo no soy quien tú crees?». ¿Cómo podía confesarle que no tenía ni idea de lo que le estaba pidiendo?

Tegan intentó tranquilizarse. Estaba claro que no podía decirle la verdad. De hacerlo, su hermana podría perder el trabajo.

Maverick no se había dado cuenta del engaño. Creía que ella era Morgan. ¿Por qué no hacer todo lo posible por salir de aquel imprevisto sin ser descubierta y apresurarse después a llamar a su hermana para que regresara cuanto antes?

Al fin y al cabo, ya había trabajado antes en una oficina. Sabía de sobra manejar un ordenador, una impresora y las herramientas habituales. Además, Morgan le había contado un par de cosas sobre el trabajo que hacía allí.

Tomando aire, aquel aire que parecía estar impregnado del olor intenso de la fragancia de él, decidió que no tenía otra opción que seguir representando aquella comedia. Debía hacerlo por su hermana. Debía trabajar con él durante los días que fueran necesarios, los días que tardara Morgan en regresar.

– No te preocupes -dijo Tegan-. Enseguida voy.

Capítulo 2

– Ponte en contacto con Rogerson e intenta concertar una reunión para mañana a primera hora en su oficina.

Con las manos en los bolsillos, Maverick dictaba órdenes sin cesar mientras se paseaba de un lado a otro de la omnipresente pared de cristal, desde la que se divisaba la Costa Dorada.

Tegan se esforzaba en copiar todo lo que él decía y, al mismo tiempo, comprender aquel aluvión de información.

– Te refieres a Phil Rogerson, el director ejecutivo -murmuró para sí.

– Y asegúrate de que George Huntley acuda a la reunión -dijo Maverick asintiendo al comentario de Tegan-. Necesitamos que todos los implicados estén allí.

– George Huntley… El responsable del bufete Huntley & Jacques… -volvió a murmurar Tegan.

Había sido una idea excelente demorarse un par de minutos antes de entrar en el despacho de Maverick para ojear los documentos relativos a aquella operación. Gracias a la eficiencia de Morgan, que se había preocupado de dejar toda la información preparada antes de irse, Tegan había podido enterarse un poco del asunto que preocupaba tanto a Maverick.

– Cuando esté todo arreglado, quiero que envíes un ramo de flores a Giuseppe.

– ¿Giuseppe? -preguntó Tegan sin saber a quién se refería, aunque el nombre le resultaba familiar.

– Giuseppe Zeppa -aclaró Maverick-. Averigua en qué hospital está ingresado y mándale las mejores flores que puedas encontrar.

¡Giuseppe! ¡Claro!

Era el italiano al que le había dado un ataque al corazón, el que había provocado aquella pequeña crisis, pillándola a ella desprevenida. Y no era que fuera culpa de él, por supuesto, sino de su hermana, que le había prometido que no tendría que hacer nada, sólo estar allí sentada y distraerse enviando correos electrónicos, pintándose las uñas… Lo que a ella le apeteciera. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir, si hubiera sabido que iba a tener que representar el papel de secretaria de James Maverick en una crisis financiera, se habría quedado repartiendo paquetes de comida en el centro de refugiados sin dudarlo.

Estaba tan absorta copiando las últimas instrucciones que le había dictado, tan absorta en sus propios pensamientos, maldiciendo el momento en que había entrado por la puerta de aquella oficina, que no se dio cuenta de que Maverick había dejado de hablar y la estaba mirando.

– ¿Se puede saber qué te ocurre hoy? -preguntó él como si sospechara algo.

– Nada -contestó Tegan nerviosa-. ¿Por qué lo dices? -añadió apartándose un mechón de cabello del rostro.

– Porque no haces más que repetir todo lo que digo. ¿Estás segura de que estás bien? Tienes la voz un poco distinta.

– Estoy bien, claro que estoy bien -se apresuró a responder-. Al menos, no soy consciente de que me pase nada raro.

– Entonces, ¿qué demonios te pasa?

– ¡A mí no me pasa nada!

– Llevas toda la mañana comportándote de una forma muy extraña.

– ¡Y tú llevas toda la mañana de un humor de perros!

Maverick guardó silencio.

No había hecho el menor gesto, pero era evidente que su comentario no le había sentado nada bien. Tenía el rostro lleno de tensión, y los hombros rígidos como una roca. Había dejado de parecer un pistolero del salvaje oeste. En aquel momento, mientras su figura se recortaba sobre el océano azul y el brillante cielo matutino, se había convertido, de repente, en un dios furioso. Y su furia estaba concentrada en una sola persona. En ella.

– ¿Ah, sí? -dijo arqueando las cejas-. ¿He estado de mal humor toda la mañana?

Si todo lo que Morgan le había contado sobre él era cierto, seguramente no era cuestión de una mañana. Aquel hombre había nacido ya de mal humor. Tegan no estaba dispuesta a echar más leña al fuego.

– Bueno, al menos, desde que he llegado.

– Y muy tarde, por cierto.

– ¿Disculpa? -preguntó Tegan mirándolo.

– Te recordaba que has llegado muy tarde. Tal vez, si hubieras llegado a tu hora, ahora mi humor sería otro.

Tegan miró su reloj. ¿Cuánto más iba a durar aquella pesadilla?