– ¿De verdad? ¿Seguro que no lo hiciste por ninguna otra razón?
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Tegan perpleja, asustada por lo que implicaban sus palabras.
– Creo que, cuando te dije que iba a haber una comida de Navidad, empezaste a darle vueltas para ver cómo podías sacar el mayor partido a la situación.
– ¿De qué estás hablando?
– ¿De verdad que no lo sabes? Seguro que habías planeado decir hoy delante de todo el mundo que estás embarazada.
– ¿Delante de todo el mundo? ¡Claro que no! Ya te lo he dicho cien veces, iba a decírtelo después de la comida. ¿Por qué habría de hacerlo de otro modo?
– Porque estamos en Navidad -dijo él-. Eso te dio la idea. Soltar la bomba delante de todo el mundo, en estas fechas tan señaladas y tan caritativas, haría que todos sintieran compasión por ti e hicieran presión para que me comportara como un caballero y me casara contigo.
– ¿Qué? ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loco?
– ¿Por qué has esperado entonces hasta ahora si no es para aprovechar la oportunidad y casarte conmigo?
– ¿Crees de veras que te necesito para sacar adelante a mi hijo? ¡Claro que no!
– Creí que habías dicho que también es hijo mío.
– Eso da igual. Has dejado bien claro que no tienes ningún interés en él. No me importa. Ya te he contado todo. Ya lo sabes. Ya no tengo ningún remordimiento de conciencia ni nada que ocultar. Por mí, puedes olvidar que existo y que llevo en mi vientre un hijo tuyo.
– ¿Cómo quieres que olvide algo así?
– Fácil, de la misma manera que eres incapaz de valorar todo el trabajo que he hecho para ti durante todas estas semanas.
– Por no mencionar el trabajo que has estado haciendo fuera de la oficina -añadió él en tono sarcástico.
Tegan lo miró a punto de echarse a llorar.
– No entiendo cómo eres capaz de hablar de esa manera. ¿Es que no te has dado cuenta de cómo soy, aunque sea un poco, en las siete semanas que hemos pasado juntos?
– Sí -contestó Maverick fríamente-. Me he dado cuenta de que eres una mentirosa, que no puedo confiar en ti, que eres capaz de hacer cualquier cosa para volver las circunstancias en tu propio y único beneficio.
Tegan no podía creerlo. Se había preparado desde hacía días para encajar su enfado, su estallido de violencia verbal, incluso una irrefrenable sensación de decepción. Pero lo único que no había llegado a imaginar era aquella censura sistemática de su carácter, de su forma de ser, de todo lo que había hecho y dicho aquellas semanas.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó con aprensión llevándose la mano a la boca al sentir que volvía a revolvérsele el estómago.
– Ve y haz lo que tengas que hacer -ordenó Maverick señalando el cuarto de baño-. Después vístete. Te esperaré en el coche. Pero te lo advierto, que no se te ocurra decirle ni una palabra a nadie.
– ¿Qué? -dijo Tegan agitando incrédula la cabeza-. Debes de estar bromeando. ¿Todavía esperas que vaya contigo…?
– ¡Por supuesto! ¡Ve a vestirte! -exclamó él firmemente-. No te librarás de todo esto tan fácilmente.
Todas las mesas del restaurante estaban reservadas, pero la comida del Royalty Cove había sido organizada en un salón privado, rodeado de palmeras, con unas vistas extraordinarias al extenso mar que rodeaba el local. Era un lugar paradisíaco, un lugar diseñado para transmitir tranquilidad y relajación.
– ¿No es precioso? -preguntó Nell tomando un sorbo de una copa de champán, ajena a la tensión que existía entre las dos personas que se hallaban sentadas a su lado-. Hacía siglos que no me divertía tanto.
Tegan sonrió de forma forzada y bebió un poco de agua deseando que todo se acabara cuanto antes para que así pudiera volver al lado de su hermana y olvidar aquella incómoda situación.
Había muchas cosas que pensar, muchos planes que hacer. Para empezar, Morgan debía comenzar a ir a rehabilitación y ponerse a buscar un nuevo empleo.
Ella, por su parte, aunque no se veía en absoluto preparada para ello, tenía que mentalizarse para ser una madre soltera y ver cómo y dónde iba a criar al hijo que llevaba dentro de sí. Tenía suficiente dinero ahorrado para los primeros años, sobre todo contando con que la benevolencia de su hermana le permitiera quedarse en su casa una temporada. Pero no podía seguir dependiendo de ella eternamente. Debía pensar algo. Aquello le había pillado completamente desprevenida, era lo último que hubiera podido imaginarse, pero, una vez que había sucedido, de nada valía lamentarse.
Pero todos aquellos planes tendrían que esperar un poco más. Todavía quedaban por servir los postres, el café, las copas… Sólo de pensarlo se le revolvía el estómago. Y más al ver que ninguno de los presentes parecía tener la más mínima prisa por dar aquello por terminado. Era comprensible. El proyecto del Royalty Cove suponía para ellos un futuro lleno de nuevas esperanzas. Tenían mucho que celebrar.
A su alrededor, la gente conversaba afablemente pero, aunque intentaba participar del buen humor general, no conseguía integrarse con los demás, hasta todo se convirtió en un rumor informe e incomprensible. Mirando su vaso de agua, cerró los ojos y, por un instante, imaginó que las olas se la llevaban flotando hasta lo más profundo del océano y le quitaban de encima todos sus problemas, el hijo no deseado que llevaba en su vientre, el amor no correspondido que profesaba a Maverick, el imborrable sentimiento de culpa…
Tegan se preguntó si él habría albergado, en lo más profundo, algún tipo de amor hacia ella, aunque fuera pequeño. Si, en algunas de las ocasiones en las que la había tenido entre sus brazos, había experimentado cariño o ternura además de pasión. No supo responderse a la pregunta, pero se dijo a sí misma que ya no importaba demasiado, que después de lo que había sucedido en el apartamento de Morgan aquella mañana, cualquier rescoldo de amor habría desaparecido…
– Nell te ha hecho una pregunta -lo había dicho Maverick, que la estaba mirando fijamente, con el rostro serio y una pose agresiva.
Desconfiando de ella, de que a pesar de la advertencia cayera en la tentación de decir algo sobre su embarazo delante de todo el mundo, Maverick había intentado sentarla en una esquina de la mesa, lejos de su abuela y de todo el mundo. Pero Nell había insistido personalmente en sentarse junto a la joven secretaria de su nieto, tomándola de la mano para mostrar su incorruptible decisión. A la vista de la situación, lo único que había podido hacer Maverick había sido sentarse al otro lado de su abuela para mantenerse a la escucha y velar por sus intereses.
– Lo siento, Nell -se disculpó Tegan, de vuelta a la realidad-. ¿Qué decías?
– Te había preguntado qué querías por Navidad.
– Nada especial -dijo Tegan sin poder evitarlo, sonriendo ante la maravillosa inocencia de la anciana.
«Y menos ahora», pensó con amargura imaginando lo increíbles que habrían sido aquellas fiestas si todo se hubiera desarrollado de otra manera.
– Pues yo creo que Santa Claus traerá algo muy especial para ti en su trineo -dijo Nell posando su mano agrietada por la edad sobre la mano de la joven.
Tegan sonrió amablemente y agradeció internamente, con sinceridad, el optimismo de la anciana.
Pero lo que ella quería para Navidad nunca lo tendría. Maverick se había encargado de dejárselo muy claro, había destruido todo resquicio de esperanza. Nunca la perdonaría. Jamás.
– Yo sé lo que tú necesitas -insistió Nell, dispuesta a animar a la secretaria de su nieto a toda costa-. Pasadme la botella de champán. La copa de Vanessa está vacía.
Tomando la botella, Phil Rogerson llenó la copa de Nell preguntándose por qué había llamado la abuela de James Maverick a la secretaria de su nieto, Vanessa.