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– Entonces… ¿El bebé está bien?

– Está perfectamente.

– ¡Gracias a Dios! -exclamó Maverick derrumbándose en un sofá.

– Mi hermana piensa que estás enfadado con ella -dijo Morgan dejando las muletas a un lado y sentándose junto a él.

– Lo estaba -dijo Maverick cerrando los ojos para intentar apaciguar el sentimiento de culpabilidad que tenía-. Estaba muy enfadado.

– Pero la quieres de verdad, ¿no es eso? Quiero decir… Debes de quererla, en caso contrario no estarías aquí, no te importaría.

Una descarga eléctrica recorrió su cuerpo. Cuando volvió a abrir los ojos y miró el largo pasillo que se abría ante él, lo vio distinto. Todo parecía distinto. Más brillante. Algo había cambiado.

Se sentía diferente.

Estaba enamorado de Tegan. La amaba más allá de la pasión y del deseo.

¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Cómo había estado tan ciego?

– La quiero -dijo con voz trémula.

Al decirlo en voz alta, pareció más real. Era la primera vez que decía algo así en su vida.

– La quiero -repitió con más convicción.

– Entonces, creo que deberías decírselo. Cuando llegó esta tarde de la comida, estaba destrozada.

Maverick asintió y volvió a cerrar los ojos. Todo era culpa suya. Se había comportado como un miserable.

– No sé si querrá verte -dijo Morgan.

– ¿Qué quieres?

Morgan había logrado convencer a su hermana para que hablara con él. Pero las primeras palabras de Tegan habían dejado claro lo enfadada que estaba con él.

Maverick se había pasado la noche pensando en las últimas siete semanas. En todo lo que ella le había dicho, intentando comprender.

Ella había tenido razón en todo lo que había dicho. Había intentado contarle todo, pero él la había interrumpido sin darse cuenta. No le había dado la oportunidad de explicarse. Y, al hacerlo, la había obligado a seguir con aquella representación.

A la mañana siguiente, Maverick había entrado en la habitación con los nervios a flor de piel. Tegan yacía sobre una cama, con la cabeza sobre varias almohadas. Tenía el rostro pálido, y los brazos conectados a varios tubos de suero, pero los ojos llenos de determinación.

– Tegan -titubeó Maverick acercándose a ella.

– Debo advertirte que no he tenido más remedio que decirles a los médicos que estaba embarazada. Siento si no te gusta, pero les he pedido que guarden el secreto profesional.

Maverick aguantó la respiración apesadumbrado. Se lo merecía. Se merecía todo cuanto ella le dijera.

– ¿Cómo estás?

– Perfectamente. Son las mejores Navidades que he pasado nunca. ¿No lo ves?

– Me han dicho que el bebé está bien.

– ¡Vaya! ¿De repente te preocupas por él? Eso es nuevo. ¿Para qué has venido, Maverick? ¿Para hacerme sentir peor? ¿Para seguir acusándome de todo? Si es así, por favor, vete. Sólo he accedido a verte porque me lo ha pedido mi hermana.

– No -dijo Maverick acercándose a la cama-. No quiero hacerte sentir peor. He venido para ver cómo estabas. Cuando me enteré de que te habían ingresado en el hospital, casi me vuelvo loco. Tenía que verte. Tenía que decirte cuánto lo siento. Tenía que decirte que algo ha cambiado.

– ¿Qué pasa? ¿Ahora sí quieres el bebé? Pues lo siento, pero eso ya no es negociable.

– No, lo que quería decirte es que ayer por la noche comprendí algo importante. Te quiero, Tegan. Estoy enamorado de ti.

Por un instante, ella no reaccionó, no dijo nada.

– ¿Qué es esto? -preguntó finalmente-. ¿Una broma? Porque, si en realidad me quieres, tienes una forma muy curiosa de demostrarlo.

– Tegan, perdóname. Siento mucho todas las cosas que te he dicho y cómo te he tratado estos últimos días. Nunca debería haberme comportado como lo hice, sabiendo que estabas delicada de salud, que estabas débil. Debería haber estado a tu lado.

– Me dijiste que lo único que yo quería era decirle a todo el mundo que estaba embarazada para conseguir que acabaras casándote conmigo.

– Hay una explicación para eso -dijo Maverick bajando la mirada avergonzado.

– ¿En serio?

– Ya te he hablado de Tina.

– ¿La secretaria que consiguió convertirte en un cínico? Sí, me contaste que te mintió, que se quedó embarazada.

– Efectivamente, eso es lo que hizo.

– ¡Igual que yo! Yo también te mentí, yo también me he quedado embarazada. ¿Qué diferencia hay?

– No es lo mismo -dijo Maverick respirando profundamente-. Verás, Tina era griega, una mujer muy hermosa. Una noche, nos habíamos quedado a trabajar hasta tarde cuando ella empezó a insinuarse. Una cosa llevó a la otra, y… El caso es que algunas semanas después, Tina me dijo que se había quedado embarazada, que el bebé era mío y que, de no casarme con ella, su familia la desheredaría. Yo la creí, creí en su palabra, no tenía motivos para lo contrario. Así que hice la única cosa honorable que podía hacer, le dije que me casaría con ella.

– ¿Y qué pasó?

– Poco antes de la boda, la oí por casualidad hablando con una amiga. Le estaba contando con qué facilidad había conseguido engañarme. Añadió que ya había pedido cita en una clínica abortista para deshacerse del bebé en cuanto se casara conmigo.

– Dios mío… ¿Cómo pudo hacer una cosa así?

– Cuando me di cuenta de que estabas embarazada, lo único que me vino a la cabeza fue Tina. Fue un error por mi parte, un error dejar que aquella mujer enturbiara mi relación contigo. No pretendo excusarme, pero sí me gustaría que entendieras por qué actué como lo hice. Fue un error, un completo error, lo admito.

Tegan, sin abrir la boca, lo miró mientras daba otro paso más y se sentaba en una esquina de la cama.

– Siento que tuvieras que enterarte de toda la historia como lo hiciste, de repente -admitió Tegan-. Intenté decírtelo varias veces.

– Lo sé. Y yo no te escuché ni una sola vez.

– ¿De verdad estás hablando sinceramente? -le preguntó Tegan tomándole de la mano.

– Hasta ayer no me había dado cuenta de nada -dijo él acariciándole el dorso de la mano lentamente con las yemas de los dedos-. Estaba demasiado enfadado, no veía más allá de mi propia ira y de mis propios prejuicios. No te veía a ti, sólo a Tina, a Tina y a sus podridas mentiras. Pero ahora todo es diferente. Me he dado cuenta de cómo son las cosas. He pensado en el tiempo que hemos pasado juntos y he recordado todas las ocasiones en las que intentaste advertirme, contarme la verdad. Ahora, todo tiene sentido.

– Maverick… Verás… No he sido completamente sincera contigo.

– ¿A qué te refieres? ¿No es hijo mío?

– Sí, sí, por supuesto que lo es. No hay nadie más en mi vida. Sólo tú. Pero… ¿recuerdas cuando me contaste lo de Tina? Acababas de regresar de Milán. Te pregunté sobre ella porque quería saber cómo actuar contigo, necesitaba saber lo que sentías por mí antes de decirte que me había quedado embarazada -suspiró-. A todas aquellas preguntas me respondiste de dos formas. Por un lado, me dijiste que era una falsa, una mentirosa. Por otro, que se había quedado embarazada. Me asusté mucho, porque yo había hecho lo mismo que ella. Entonces, aprovechando que te habían llamado por teléfono, me levanté de la cama y me vestí. Sabía que, en cuanto te lo contara todo, te enfadarías y me echarías de tu casa. Pero, entonces, Nell te pidió que yo asistiera a la comida de Navidad, tú insististe y yo me dije a mí misma que era algo que podía hacer por Nell. Pero, en realidad, la llamada de tu abuela me había dado una excusa para postergar lo inevitable y no tener que decírtelo por el momento.

– Entiendo.

– No, no lo entiendes. No lo hice por Nell. O, al menos, ella no fue la razón más importante. Lo hice por mí, para poder seguir estando contigo dos semanas más, para poder seguir siendo tu amante. No me malinterpretes. Adoro a Nell, me parece una mujer extraordinaria. Pero, si tengo que elegir, prefiero estar contigo. Quería seguir siendo feliz dos semanas más, no podía soportar la idea de perderte, y sabía que, en cuanto te lo contara todo, me dejarías en el acto. Sabía que, al tomar aquella decisión, estaba corriendo un riesgo. Lo sabía. Pero valía la pena si eso significaba estar contigo. Y valió la pena, aunque te acabaras enterando de todo de aquella forma tan horrible.