– Lo siento mucho si me comporté mal aquel día.
– Comprendo que lo hicieras, yo habría reaccionado de la misma manera. No te dejé otra opción. Te había estado mintiendo desde el principio. Si me odias, es culpa mía, tengo que aceptarlo.
– ¿No has escuchado lo que te he dicho antes? No te odio, te amo.
– No puede ser -dijo Tegan negando también con la cabeza-. ¿Cómo puedes decir algo así después de todo lo que ha pasado? No tienes por qué ser amable conmigo sólo porque estoy tumbada en la cama de un hospital y es Navidad. No voy a obligarte a que te cases conmigo. No tienes que fingir. De verdad.
– No estoy siendo amable, ni fingiendo nada. Y sé que, si fuera el último hombre sobre la faz de la tierra, no te casarías conmigo -dijo sonriendo-. Pero me estaba preguntando, si…
Maverick tomó las manos de Tegan entre las suyas delicadamente, teniendo cuidado para no desprender ninguno de los tubos que tenía conectados en los brazos.
– Me estaba preguntando, si considerarías casarte conmigo ahora, aprovechando que no soy el último hombre sobre la faz de la tierra.
– ¿Me estás pidiendo que me case contigo? -preguntó Tegan abriendo los ojos como si acabara de despertarse.
– No -contestó él-. Te estoy suplicando que te cases conmigo.
– ¿Por qué? ¿Por qué voy a tener un hijo luyo?
– No, el bebé es sólo un aliciente más. Quiero casarme contigo porque te quiero, porque no puedo soportar la idea de vivir sin ti.
– ¿Me quieres de verdad?
– Con todo mi corazón y toda mi alma.
– ¡Claro que me casaré contigo! -exclamo Tegan abrazándolo-. Te he querido desde hace tanto tiempo…
– ¿Ah, sí? -dijo Maverick sujetándola por los hombros-. ¿Por qué no me lo dijiste?
– ¿Cómo iba a decírtelo si ni siquiera era yo misma? Además, te recuerdo que me dijiste que lo nuestro no duraría más de dos semanas.
– Lo nuestro nunca se acabará. Te lo prometo.
– Me gustaría tanto creerte…
– Tal vez esto te convenza -murmuró él posando suavemente sus labios sobre los de ella.
Y en aquel beso puso toda la pasión que llevaba dentro, todo el respeto que ella se merecía y todo el amor que sentía.
– ¿Va todo bien por aquí? -preguntó de pronto desde la puerta una enfermera-. ¿Está este hombre molestándola, señorita Fielding? Su hermana me pidió que viniera a comprobar que estaba usted bien.
– No -contestó Tegan mirando los ojos del hombre al que amaba, los ojos del hombre con quien se iba a casar-. No me está molestando en absoluto. Puede decirle a mi hermana que todo va a las mil maravillas. ¡Ah! ¿Sabe qué más puede decirle?
– ¿Qué? -preguntó la enfermera con la mano en el picaporte de la puerta.
Sin dejar de mirarlo, Tegan sonrió a aquel hombre increíble. Y él guardaría para siempre aquella sonrisa. La atesoraría en un lugar seguro de su corazón, hasta el día de su muerte, como lo más preciado que le habían dado en toda su vida.
– Puede decirle que es verdad. Que ella tenía razón. Que Santa Claus existe.
Epílogo
Maverick no podía soportar que le hicieran esperar. Odiaba no tener todo bajo control, sentirse indefenso. Pero, sobre todo, lo que más odiaba era ver cómo la mujer a la que amaba se debatía entre contracciones y sudores, con un gesto de dolor infinito.
«Qué afortunado soy de ser hombre y no tener que pasar por algo así», pensó.
Y, entonces, con un empujón desesperado, Tegan suspiró aliviada y el bebé salió de su vientre llorando.
Su hijo acababa de nacer.
Maverick apretó la mano de Tegan y la miro con todo su amor mientras una enfermera cortaba el cordón umbilical.
– Enhorabuena -dijo la matrona con una amplia sonrisa-. Acaban ustedes de tener una niña preciosa.
– ¡Nell tenía razón! -exclamó ella extendiendo los brazos para recibir emocionada a su bebé-. Es una niña.
Era guapísima, con unos mechones sueltos de pelo moreno iluminando su cara, una boquita pequeña y unos profundos ojos azules que miraban a su madre fascinados.
Maverick, como si volviera a tener cinco años, se echó a llorar. Nunca antes había visto una escena tan conmovedora como aquélla. La mujer a la que amaba apretaba contra su pecho al bebé que acababan de tener, fruto del amor que se profesaban mutuamente.
Su mujer.
Su hija.
Su felicidad.
– Es preciosa -murmuró Maverick con el rostro lleno de lágrimas besando a su hija-. Es tan guapa como su madre.
Los médicos fueron abandonando poco a poco el paritorio hasta dejar sola a la feliz familia.
La pequeña agarró con su manita el dedo de Maverick y él sintió un estremecimiento en todo el cuerpo. Una cosita tan pequeña, tan frágil y con tan poca fuerza, rodeando su dedo con su diminuta manita, había rodeado su corazón con un cerco inexpugnable. Lo había dejado sin defensas. Había conseguido, con un simple gesto, hacerlo suyo para siempre.
– ¿Cómo la vamos a llamar, cariño?
– También en eso Nell me dio una idea -contestó Tegan-. Dado que es nuestro particular regalo de Navidad, podemos llamarla Holly. Holly Eleanor.
– ¿Holly Eleanor? Me encanta.
Maverick observó a su mujer. Su rostro se había distendido, se había liberado de los gestos de dolor que lo habían poblado tan sólo unos minutos atrás y se había llenado de alegría, de una inmensa felicidad. Nunca antes había sentido tanta admiración por nadie como la que sentía en aquellos momentos por Tegan.
– Lo has hecho muy bien -dijo Maverick-. Ojalá hubiera podido hacer algo para ayudarte.
– Sostuviste mi mano todo el tiempo -dijo ella sonriendo-. Eso es todo cuanto necesitaba. Gracias.
– No, gracias a ti. Tú me has salvado. Las pasadas Navidades, como tú dijiste, yo no era más que un cínico y engreído hombre de negocios.
– ¿De verdad yo te dije eso? -preguntó Tegan riendo.
– Sí, y tenías razón. Lo único que me importaba era el proyecto del Royalty Cove, hacer mucho dinero y tener éxito.
– ¡Te preocupabas por Nell! Y no hay nada de malo en desear que el Royalty Cove sea un éxito. De hecho, ya es un éxito. ¿Por qué si no iba Zeppabanca a proponerte repetir el proyecto en Italia?
– Tendrán que hacerlo sin mí. Le he dicho a Rogerson que, en esta ocasión, tendrá que ser él quien lidere el proyecto.
– Pero es tu idea, todo por lo que has luchado.
– Sólo porque no sabía qué hacer con mi vida. Ya no necesito más dinero. Te tengo a ti. Tú me has descubierto lo más maravilloso de este mundo, el amor, tu amor. Te amo por haberme salvado. Te amo con todo mi corazón y toda mi alma. Y hoy, con el nacimiento de nuestra hija, te amo todavía más.
– Eres el padre de mi hija. Algunas veces, siento que te he estado amando toda la vida. Que todos estos años no he hecho otra cosa que esperarte.
– Nunca pensé que llegaría a decir esto, pero me alegro de que Morgan no me hiciera caso y se tomara esa semana de vacaciones para ir a la boda de su amiga. Recuérdame que le dé las gracias la próxima vez que la vea.
Maverick se acercó para besarla, pero, entonces, el bebé empezó a llorar y Tegan se echó a reír.
– ¿Qué pasa, pequeña? -dijo Tegan-. ¿Tienes celos? -añadió acariciando su pequeña cabecita-. No te preocupes, Holly, van a ser unas Navidades maravillosas. ¿Verdad, Maverick?